Juliette salió con premura de aquel cuarto y recorrió el pasillo con pasos urgidos, mientras el corazón parecía querer salírsele del pecho.
«¿Qué ha sido todo eso?» —se cuestionó, al llegar al pabellón de enfermería.
—¿Todo bien? —le preguntó Sophia, una de sus compañeras de trabajo, al notar su extraño comportamiento, y Juliette le dijo que sí, que solo estaba cansada, y deseaba llegar a casa para darse un buen baño e irse a dormir, pero que aún le quedaba una cirugía pendiente.
Sophia estaba vestida con ropa de civil, y le confió que iba a reunirse con su esposo en un restaurante ubicado a pocos minutos del hospital, para celebrar su décimo aniversario.
—Te ves hermosa —piropeó, y su amiga sonrió, a la vez que mejoraba su postura para verse menos encorvada. Aunque era una mujer afroamericana muy atractiva, delgada y de frondoso cabello rizado, no parecía estar consciente de eso, y se escondía debajo de ropas holgadas, poco favorecedoras.
—Gracias, Jules... No estaba segura sobre este vestido, pero quise variar mi look un poco.
—Te ves fenomenal, ¡en serio! Tu marido se va a babear cuando te vea —expresó, y Sophia deseo que Juliette tuviese razón. No tenía grandes expectativas cuando de su relación se trataba. Hacía años que su matrimonio había caído en la rutina; su marido no la sorprendía con detalles románticos, pocas veces la tocaba, y para su aniversario siempre la llevaba a cenar al mismo restaurante de comida cubana. Era aburrido, y ella siquiera estaba segura de amarlo, pero esas eran cosas que se reservaba para sí misma, mientras que frente a su amiga y ante la sociedad, representaba su papel de esposa feliz, porque aquella patraña era lo único que le quedaba.
Se despidió de ella, con un abrazo afectuoso, después, salió del pabellón...
A solas, Juliette se cambió de ropa, por una completamente esterilizada. Recogió su cabello rojizo en una coleta, y se colocó un gorrito protector alrededor de este, adornado con pequeñas imágenes de Winnie The Pooh, su personaje infantil predilecto, y si bien este no era muy profesional, lo usaba porque había sido un obsequio de su padre, y, hasta el momento, le había traído buena suerte.
Se dirigió al quirófano, donde le aguardaba el doctor Johnson y el resto de su equipo; el procedimiento que realizaron fue bastante sencillo y duró una hora y media. Al concluir, Juliette pudo irse a casa.
Vivía al otro lado de la ciudad, en las inmediaciones del puente Golden Gate, y se trasladaba en un vehículo marca Fiat que, si bien no era lujoso, requería de poca gasolina y jamás la había dejado varada. Aquella máquina fea funcionaba, y eso era todo lo importante.
Ella era una mujer práctica, pero desordenada, prueba de ello era el desastre en su departamento. Necesitaba limpiar y deshacerse de muchos cachivaches, lamentablemente, no contaba con el dinero para contratar a una empleada doméstica, ni con el tiempo libre necesario para realizar las labores por sí misma. Trabajaba más de 80 horas a la semana, a veces, en turnos de hasta 36 horas, y durante los fines de semana en que no estaba en el hospital solo quería dormir y atragantarse con pizza.
Sabía que se le estaba pasando la vida, que se estaba perdiendo de las fiestas, y de toda la diversión de ser una mujer joven, pero amaba su profesión, y encontraba gran satisfacción al ayudar a esas personas convalecientes; aunque fuese para darles una gelatina y concederles algunas palabras amables al día.
Tras bañarse y colocarse su pijama desgastado, se preparó un sándwich con queso, tomate y salchichón, que calentó durante 30 segundos en el microondas.
«¡Delicioso!»
El queso quedó bien dorado, y el tomate se ablandó, sin deshacerse por completo.
Disfrutó de su comida, y a la vez, se dio el gustillo de tomar un vaso de leche, que le recordó a su infancia.
Eran las 11: 00 pm cuando terminó de lavar los trastos y bostezó, descartando la idea de ver alguna serie de Netflix, y se fue directo a dormir. Se acurrucó bajo aquella torre de sábanas, y a los pocos minutos quedó inconsciente. No recordó con exactitud de que se había tratado su sueño, pero al despertar por la mañana lo primero que vino a su mente fueron un par de ojos azules y una sonrisa pícara. El hecho la consternó, y, por eso, se prometió a sí misma que en adelante se mantendría lejos de la habitación 24 del pasillo de cuidados paliativos. Sin embargo, reencontrarse con el señor Keller fue inevitable...
—Se necesita extraer sangre a un paciente y también realizar una resonancia magnética —dijo el doctor Johnson al grupo de enfermeras.
—¡Yo iré! —contestó, y, luego, en compañía del médico, se dirigió a la habitación.
«¡Oh, no!»
—Hola, Juliette —le saludó, muy coqueto, y el doctor se percató de lo que ocurría. Este decidió seguirle la corriente al muchacho, y hasta hacerle de Cupido con la enfermera; porque pensó que se trataría de un flirteo inofensivo, que no pasaría de unas cuantas palabras pícantosas, y que haría bien a su paciente, que le subiría los ánimos.
—Veo que ya conoce a la señorita Rhys —expresó.
—Sí, la conozco, doc., ¡y estoy loco por ella! —afirmó Chris, mirándola, y Juliette rehuyó de él, concentrándose en su trabajo.
Tomó su brazo y alrededor del músculo anudó una ligadura para hacer presión. Después, tanteó su piel hasta dar con una vena, en la que insertó la jeringa, y extrajo la muestra sangre.
—Tiene manos suaves, señorita. —Se inclinó sobre ella y le habló en un tono bajo, de manera que el doctor Johnson no pudiera escucharlo, y a la enfermera se le apresuró el corazón—, y me encanta como usted huele.
—Bueno, Chris. Ahora te llevaremos al laboratorio, allí te haremos una resonancia magnética —informó el médico—. Tienes la espalda inflamada, y me preocupa ese bulto que sobresale de tu piel.
Juliette le ofreció su ayuda para levantarle de la cama, pero él quiso hacerlo por su cuenta. Usó toda su fuerza para incorporarse, y, a pasos lentos, caminó hasta la silla de ruedas. En esta, le trasladaron hasta el laboratorio, ubicado un par de pisos más abajo.
Allí, Chris se extendió sobre la camilla.
Juliette se encontraba a su lado, mientras que el doctor Johnson yacía en el cuarto contiguo, detrás del vidrio, en espera de su señal para activar la máquina.
La cámara de resonancia magnética era estrecha y cerrada, semejante a un ataúd, y le hizo sentir ansioso.
—¿Qué le sucede? —le preguntó Juliette, al notar su nerviosismo. Él sudaba y también temblaba, parecía estar asustado.
—No puedo entrar a allí —admitió, y Juliette le tomó de una de sus manos, brindándole su apoyo.
—¡No tema! Estaré aquí, cerca de usted, en todo momento. Todo irá bien, confíe en mí —aseguró, y él se relajó. Ella tenía una voz muy pausada, dulce y que le hacía pensar en cosas preciosas y no aterradoras—. Estamos listos —informó al doctor y este activó la máquina.
Juliette soltó su mano y Chris entró a la cabina, su cuerpo entero desapareció dentro de la cúpula blanca, y pronto las imágenes se mostraron frente a la pantalla.
—Justo lo que me temía —dijo el doctor—. Tiene un tumor... Hay que trasladarlo al quirófano de inmediato.
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*En imagen: Juliette Rhys (Jules)
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Todo lo que quiero, eres tú
Roman d'amourChristopher Keller es un hombre enfermo de gravedad, que guarda profundos arrepentimientos. A pesar de necesitar un trasplante de riñón para salvar su vida, las probabilidades de encontrar un donante compatible parecen cada vez más escasas, y él se...