♡ Capítulo 11

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     No era agradable, el volver a la casa donde se había criado. Aquella que abandonó a los 18 años, con el propósito de nunca regresar; aunque lo hizo en contadas ocasiones, para algún cumpleaños o para festejar la navidad, y por petición de su madre. Ella era la razón por la cual había tratado de ser tolerante con aquel viejo necio.

Se saludaron con un cortés "Hola", y su conversación no se extendió, porque, ¿qué podrían decirse tras años de no verse? Años en los que Chris atravesó por un infierno, y aquel hombre siquiera se dignó en hacerle una visita al hospital.

Le había dado la vida, pero el predicador Keller no era su padre; no lo fue de chico cuando le daba aquellas terribles palizas en el nombre de Jesucristo, y no lo era ahora, cuando lo miraba de ese modo insolente y prejuicioso, que reprochaba su existencia en la tierra.

Porque debió ser él el que fuese expulsado de aquel auto y encontrado la muerte instantánea al darse de cara contra un parabrisas, y no James. Quien no se metía en problemas, quien era un estudiante aplicado, que era obediente, y tenía fe... El creador poseía un humor retorcido, y decidió llevarse al hijo bueno y dejar vivo al defectuoso. Al violento, al marihuanero, al fornicador. Ese que solo le causaba deshonra.

Lo que no vio el predicador Keller es que Chris trató de ser mejor. Que el peso de la muerte de su muy querido hermano lo obligó a cambiar el rumbo de su vida. Dejó las drogas, se enfocó en los estudios, jamás volvió a estar involucrado en una pelea. Él trabajó duro para graduarse de la escuela de leyes y conseguir un empleo, pero nada de eso fue suficiente a los ojos de su padre, de quien a lo largo de la última década únicamente recibió desdén y crueldad. Su piedad, ternura, y comprensión, eran cosas que este solo transmitía a sus feligreses, durante sus discursos dominicales, o en sus eventos públicos.

¿Cómo su madre podía seguir casada con él?

Se lo preguntaba constantemente, y trataba de no reprocharla, porque sabía que ella había tenido que superar muchas dificultades, aunque a veces le era imposible el no sentir un poco de rencor.

—Sé que no lo parece, pero tu padre se ha preocupado por ti... Siempre me hacía preguntas sobre tu estado de salud cuando llegaba del hospital y te incluía en sus oraciones —dijo Emilia, tras la incómoda cena que tuvieron, y Chris no pudo morderse la lengua, ¡no más!

—No hagas eso, ¿quieres? No trates de reparar algo que está muy roto.

—Christopher...

—4 años, Ma. Estuve 4 años enfermo, ¡casi muero! Y ese cretino orgulloso fue incapaz de acercarse al hospital para brindarme consuelo, ¿crees que no sé cuál es la fuente de su problema? Que no lo he visto en sus ojos desde que era un chico, la decepción que le causo, y sobre todo la rabia. Porque su Dios le arrebató a su hijo favorito, y dejó con vida al hijo que odia. —Los ojos se le aguaron, y lágrimas se derramaron por sus mejillas.

Su madre no le dijo nada más. Supo comprender que ninguna palabra serviría. No tenía modo de justificarse, ella también le había fallado.

Una vez que estuvo a solas, Chris tomó el teléfono y repicó a ese número. La voz femenina no tardó en contestar, y se sintió agradecido de tenerla. A su dulce Juliette, que hacía desaparecer todo lo malo, que era un rayo de luz dentro de aquel pozo tan oscuro.

—¿Todo bien?

—Sí, solo... Te extraño mucho.

—Yo también te extraño —contestó ella—. ¿Puedes creer que hoy hasta paseé por el cuarto que antes ocupabas?

—¡Nuestro nidito de amor! —bramó con jocosidad—. Dime, ¿cuándo comencé a gustarte? Fue por esa bata, ¿cierto? Que hace que se me vea el trasero.

Procuraba hacerla reír, y funcionó, aunque Juliette trató de disimular la carcajada que se formó en su garganta, y le contestó con enojo.

—Eres un payaso idiota —espetó, acercando el teléfono a su oído. Le hacía bien el escuchar su voz. Ella había tenido un día duro también, lleno de pacientes fallecidos. ¡Joder! A veces odiaba ese trabajo y se imaginaba mandándolo todo al diablo, y siendo como uno de esos aventureros nómadas que emprendían un viaje interminable a lo largo y ancho del globo terráqueo, llevando consigo no más que unas cuantas prendas de ropa. Pero no era una de esas personas, era demasiado precavida y temerosa. ¡Tan aburrida!, cuál anciana prematura. Una cuya mayor diversión consistía en yacer entre las mantas de su cama para comer a su antojo, y ver televisión. Su vida era patética, aunque Chris no parecía advertirlo; él la miraba como si fuese este ser fascinante, muy especial.

—¿Saldrías conmigo mañana? —volvió a hablarle—. Conozco un sitio en el centro, solía ser una buena cafetería, y creo que no lo han clausurado.

—¿Estás pidiéndome una cita?

—Nah, ya eres mi novia. Yo ya sellé el trato contigo —contestó, dándoselas de listillo—, pero sí quiero crear recuerdos diferentes, unos que no estén vinculados a todos esos tubos y máquinas... Quiero que nos divirtamos, y si todo marcha bien, puede que hasta follemos.

—¡Chris!

—¡Oh, vamos!, sé que lo has pensado.

Sí, lo había pensado mucho, casi como si fuese una ninfómana, y a penas comprendía esos sentimientos, porque jamás había sido una mujer lujuriosa. Pero Christopher la excitaba, con su sonrisa, con sus frases, con su manera desvergonzada de ser y esos besos deliciosos que le daba, que le hacían sentir como si flotase.

—Voy a colgar —contestó, pero antes de cortar la comunicación le indicó la hora en que se encontrarían—. Te veré allí mañana, a eso de las cuatro de la tarde. Pásame la dirección por mensaje de texto y... Te quiero.

Chris sonrió, mientras los bichos hacían fiesta en su estómago. Estaba enamorado de esa mujer, tan enamorado.

—Y yo te quiero, Jules.   


Todo lo que quiero, eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora