Capítulo IX

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Nil.

Tenía una resaca del copón. Hacía mucho tiempo que no salía de fiesta hasta no acordarme de mi nombre. No lo parecía, pero Jessica era muy divertida. 

Al llegar a casa, Adam estaba saliendo para irse a trabajar y casi me mata. Se comportaba como si fuera un padre desde que estaba en una relación seria, pero los dos sabíamos que yo no era el único que había hecho desastres por ahí. 

Me tomé una pastilla y encendí la tele para ver el partido de fútbol sobre el que debía escribir un artículo. Mi jefa seguía amenazándome. En verdad, todavía no sabía por qué me contrató. Nunca acabé la carrera de periodismo, hice tres años y medio. Adam decía que era porque mi trabajo de final del tercer año fue el mejor de la clase y acabé saliendo en muchos periódicos. Pensaban que un estudiante no podía tener tanto potencial. 

Acabé de ver el partido y me puse a escribir el dichoso artículo. Lo acabé en dos horas y se lo entregué tras revisarlo otra hora entera. Esperaba que fuera suficiente. 

Joder, me aburría muchísimo. Echaba un poco de menos a Maya aunque no lo admitiría nunca. Ella se fue a Los Ángeles porque tenía una cosa de gente famosa.

Decidí ir al gimnasio. En casa no tenía mucho que hacer y la compra ya la había hecho. 

Al llegar, Jessica me saludó con una sonrisa en la cara. 

- ¿Estás segura de que bebimos lo mismo?- le pregunté, a causa de su entusiasmo matutino -. Porque yo me quiero morir. 

- Estás viejo - se burló, acompañándome hasta la planta de arriba. 

- Eres un año menor que yo - contraataqué. 

- Y cuatro meses - objetó -. Ahora, vete a hacer ejercicio y déjame en paz. 

- Qué simpática - ironicé, yéndome hacia las maquinas. 

Escuché que se reía un poco y luego se marchaba a dar una clase que tenía. Yo me centré en hacer ejercicio y no pensar en nada más que no fuera eso. Lo conseguí, hasta que acabé exhausto y volví a casa. 

Me encontré a Richard abriendo la puerta del portal. La vida me odiaba y cada vez lo tenía más asimilado. 

Él me miró de reojo y subió por las escaleras, negándose a ir conmigo en el ascensor. La verdad, nunca supe en qué momento exacto dejamos de ser amigos. Juraría que fue porque sus ideas eran bastante distintas a las mías y porque mi grupo de amigos - eso incluía a Celia, por supuesto - le odiaba. 

Cuando llegué a mi piso, vi a Richard entrando y a Celia en pijama en el sofá. Fruncí el ceño porque era martes, ¿no se supone que todo el mundo trabaja los martes?

Celia.

Me había despertado vomitando y con fiebre. Richard había salido a por medicinas y a por comida para prepararme. 

- He visto a tu ex - comentó, recalcando que era mi ex -. Sigue teniendo la misma cara que cuando era un niño de mamá. 

No tenía muy claro si Nil seguía comportándose igual que hace años, pero si ese fuera el caso, ya le habría dado un puñetazo. 

- Ha pasado mucho tiempo, Richard - dije, levantándome para sentarme en la isla de la cocina y verle cocinar. 

Se quedó mirándome un momento y negó con la cabeza. No sabía si lo de que se guardara lo que pensaba era algo bueno o malo. 

- Sabes que te quiero, ¿verdad?- me preguntó. 

Me quedé unos segundos sosteniéndole la mirada, pensando en qué decirle y añadí:

- Yo también te quiero - sonreí, volviendo al sofá. 

Por alguna razón, me costó pronunciar esas palabras. Normalmente, siempre era yo la que lo decía - incluso más de una vez al día - y él me hacía saber que era mutuo, pero los últimos dos meses me había resultado complicado. 

Mi padre me llamó para ver si estaba mejor. Yo no se lo había contado, pero supuse que Richard sí ya que mi padre hablaba más con él que conmigo. Mi padre daría su vida entera para que me casara con Richard y le diera nietos, me lo dejó muy claro cuando nos organizó una cita y cuando sugirió que viniéramos aquí a vivir. 

En cambio, a mi madre nunca le había acabado de gustar Richard. Y a mi hermana, la cual solo lo veía en navidad porque vivía en Australia con su novio, le parecía que tenía un palo metido en el culo y que me merecía algo que pareciera vivo. 

Recibí una notificación de YouTube y vi que era de Amaya, que acababa de subir un video. No tenía nada mejor que hacer, así que pulse para verlo. Salía ella con un vestido muy bonito y un maquillaje excéntrico rodeada de lo que supuse era gente famosa. 

Entonces, recordé que debía devolverle la ropa que Nil me había dejado. Y, a pesar de que iba con el pijama más gordito que tenía y con cara de no haber dormido en dos meses, me dirigí a la puerta de su casa y llamé al timbre. 

- Oh, hola - me dijo Adam -. ¿Estás bien?

- Llevo enferma todo el día - le informé -. Bueno, he venido a darte la ropa de Amaya. La he lavado - aclaré, dándole la bolsa -. Muchas gracias, que se me olvidó decírtelo. 

- No te preocupes - sonrió -. ¿No quieres pasar? Nil no está. 

Me quedé muy quieta cuando dijo eso de que Nil no estaba, como si eso fuera a hacer que cambiara de opinión. ¿Se lo había contado? ¿Lo sabía también Amaya?

- No hace falta - contesté -, Richard me está esperando. 

Nil.

Pues en una cafetería, un grupo de chicas me habían invitado a una fiesta de pijos a la que iría encantado porque era gratis. No conocía a nadie, pero distinguí entre la multitud a una de las chicas de la cafetería. Ella, que hablaba con una chica, se marchó y vino hacia mí. 

- Pues sí que te has acordado - me dijo, ofreciéndome otra copa. 

Asentí, dándole un largo trago. 

- Creo que no te he dicho mi nombre - musitó, muy cerca de mí por la música -. Soy Chelsey. 

- Te voy a llamar Chel, ¿vale?- le dije en el oído y ella asintió, dándole un sorbo a su copa -. ¿Y tus amigas?

- No lo sé, vamos a buscarlas - me cogió de la mano y comenzamos a caminar. 

Al principio me lo creí, pero luego vi que subíamos muchas escaleras y cada vez se escuchaba menos el sonido de la música. Habían dos opciones: Que se quisiera liar conmigo o que quisiera matarme. Las dos me venían bien, sinceramente. 

Ella abrió una habitación, se aseguró de que estuviera vacía, y entró. La seguí y encendí la luz. 

No me lo pensé mucho cuando puse mi mano en su pelo rubio y la acerqué a mí para darle un beso. Me alejé un poco para ver si ella seguía y la miré a los ojos, eran de un verde precioso. Chelsey me lanzó a la cama y se sentó encima de mí mientras me daba besos en el cuello y trataba de quitarme la camisa. Yo le ayudé moviéndome hacia arriba y pasé mis manos por su cuerpo, desvistiéndola poco a poco. 

- Espera... - se apartó para rebuscar en su bolso y sacó un condón, después de un rato largo -. Póntelo. 

- Vale... sí - me lo puse mientras ella seguía besándome en el cuello, seguro que mañana tenía un chupetón -. Ya está. 

Y, en toda la noche, no pude parar de mirarle a los ojos y tocarle el pelo. 

Volver a ser nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora