Capítulo XXX

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Celia.

Subir en un coche con Nil era sinónimo de pasarme todo el rato tratando de no mirarle. Además, estaba fumando, lo cual, no hacía falta aclarar que era peligrosísimo.

- ¿A qué se viene este interés tan repentino por hacer deporte?- preguntó, rompiendo el silencio que solo la música llenaba -. Creo recordar que era tu mayor enemigo.

- Y lo es - aclaré, para no perder las costumbres -. Solo necesito entretenerme con algo, estar de vacaciones me aburre.

- ¿Por qué no pintas? - inquirió, bajando el volumen de la música -. Sigo esperando el retrato que me prometiste hacerme.

Me reí por eso último y él me siguió.

Adoraba pintar, pero lo dejé hace mucho. La última vez que pinté fue poco antes de mudarme a Londres. Me llevé el cuadro para corgarlo en algún sitio de la casa, pero en una discusión con Richard, lo rompió clavándole unas tijeras. No pude volver a pintar.

No quería dedicarme a pintar, a vender mis cuadros... Para mí, eran privados, todo lo que expresaban no podía compartirlo con todo el mundo y dejar que lo juzgasen. Además, me gustaba la arquitectura.

- Ya no pinto - sentencié, apartando la mirada -. Tiré todos los materiales.

- ¿Tiraste el cuadro de la playa?- preguntó, horrorizado -. Era precioso, Celia.

- No, los cuadros están en el desván - contesté -. Mi madre me prohibió tirarlos.

- Hizo bien - murmuró, aparcando el coche.

Bajó del coche y sacó la pelota de baloncesto. Le seguí hasta la cancha vacía y dejé mis cosas en las gradas.

- ¿Sabes jugar?- preguntó, medio riéndose.

Que sí, que era penosa en deportes, pero... seguro que había mejorado un poco.

- Sí, me enseñó Gabe - le dije, bebiendo agua.

Gabe fue algo así como mi novio, pero nunca fuimos nada realmente. Nos acostamos un par de veces y ya. A mí me gustaba, pero no podía enamorarme de él estando tan cerca de Nil.

- Pues entonces no sabes jugar - soltó, lanzándome la pelota.

La agarré y corrí hacia canasta con ella. Nil parecía no esforzarse mucho y me dio rabia, no quería que me subestimase.

- Juega bien - le dije, señalándole con el dedo.

Entonces, se acercó a mí y me arrepentí de haber dicho eso. ¿Por qué parecía tan intimidante cuándo jugaba? No se me ocurrió nada mejor que lanzar a canasta y rezar para que entrase.

No lo hizo, pero rozó el aro.

- ¿Por qué Gabe te cae mal?- curioseé, intentado distraerle para robarle la pelota.

- No me cae mal - respondió, cambiando el balón de dirección para que no se lo robara -. Pero debería callarse la boca de vez en cuando.

Rodé los ojos y, no sé ni cómo, logré quitarle la pelota. Corrí con ella y la canasté, fue un milagro.

- ¡Llevo un punto más que tú!- le grité, emocionada -. ¿Ves que sí sé jugar?

Nil asintió, aplaudiendo lentamente.

El partido duró bastante más. En algunos momentos - para quitarme la pelota - Nil tuvo que acercarse a mí. Quizá no lo utilizaba como distracción, pero funcionó.

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