Capítulo XXXIII

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Celia.

Mi hermana y yo todavía no habíamos hablado. Una de las razones fue que cuando me desperté ya no estaba porque, según la nota que había dejado en la nevera, llegaba tarde al vuelo.

Llevaba una hora buscando por un vuelo que saliera antes de las doce, pero estaban agotados. ¿De verdad había gente con ganas de ir a Norwich en verano?

En cuanto vi que Nil salía de la habitación, volví dentro para pedirle con toda mi amabilidad que me acompañara y condujese por mí.

- No voy a ir contigo - advirtió en cuanto me posé delante de él.

- Buenos días - murmuré, fijándome en su pelo desecho e ignorando lo que acababa de responderme -. ¿Te has levantado de mal humor?

- Va mejorando - admitió, dándome un casto beso en los labios.

Le había dejado el desayuno preparado, así que se sentó a comérselo, haciéndome un gesto para que me sentara a su lado.

En algún punto, dejó de comer y me miró. Me puse nerviosa, como siempre que me miraba en silencio.

- ¿Quieres que vaya?- me preguntó.

A ver, sí que me hacía un poco de ilusión presentarlo y ver la reacción de todos los asquerosos amigos de mi padre. Y del padre de Richard, que seguro que estaba por ahí.

- ¿Quieres ir?

- No respondas con otra pregunta - sentenció, poniéndose de pie -. Y no es que no quiera ir, es que tu padre me odia y es su cumpleaños.

- No te odia.

- Celia, que me mintieras hace años para hacerme sentir bien, no quiere decir que vaya a funcionar ahora.

Guardé silencio. En realidad, nunca supe por qué le importaba tanto caerle bien a mi padre si a mí me daba igual. Quizá si mi madre no le aprobara, me lo pensaría mejor.

- Además, ¿cómo debería llamarle?- me preguntó, dando vueltas a mi alrededor como hacía siempre que se ponía nerviosa y debía hablar -. ¿Señor Jones? ¿Richard? ¿Rick?

- Todo el mundo le llama Richard - respondí, encogiéndome de hombros.

- Pero yo no...- se interrumpió a sí mismo y levantó la mirada hacia mí -. ¿Has salido con un tío que se llama igual que tu padre?

Rodé los ojos, levantándome de la silla para dejar esa conversación. Estaba enterada de lo raro que parecía, pero yo no elegí el nombre de ninguno de los dos. Y era un nombre muy común.

Me siguió hasta mi habitación, donde empecé a buscar mi ropa para poder cambiarme. Debía ponerme cómoda si tenía que pasarme dos horas conduciendo.

- Vale, te acompañaré - aceptó, sentándose en la cama -. ¿Cuándo sale el avión?

Aquí venía mi parte favorita.

- Vamos en coche - anuncié, intentado sonar lo más alegre posible -. Son casi tres horas, pero podemos ir turnándonos.

Nil enarcó una ceja.

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