Capítulo XXXI

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Nil.

Me desperté dando vueltas en la cama. No me molesté en abrir los ojos hasta que con la mano derecha toqué algo - alguien más bien -.

Me fijé en que era Celia, que dormía con el pelo hecho un desastre y sin ropa a mi lado. Sonreí al verla y después me obligué a dejar de hacerlo, confuso.

Intenté recoger mi ropa del suelo, pero no estaba ahí. Entonces me acordé de que la ropa empezó a sobrarnos en la cocina.

Me levanté y, antes de salir de la habitación, me di cuenta de que había un agujero en la pared. Tenía la forma de un puño. Se me puso mal cuerpo al imaginarme qué había pasado y que pudo haber sido por nuestro beso. No debería haberla besado.

Pensé en preparar el desayuno, seguro que Celia tenía tostadas y zumo de naranja. No recuerdo que desayunara otra cosa.

Escuché unos pasos después de un rato. Celia llevaba la misma camisa de hombre con la que la había visto la última vez. No iba a negar la obviedad de que le quedaba genial, pero me daba curiosidad saber de quién era.

- Buenos días - murmuró, acercándose a la cocina.

- Hola, preciosa.

Ella sonrió y me dio un beso corto en los labios. Vio su ropa en el suelo y negó con la cabeza, agachándose para recogerla.

La dobló y la dejó en su habitación, cantando una canción en voz baja. Después salió a la terraza, sentándose en la mesa.

- ¿Has dormido bien?- le pregunté, sentándome con ella en la terraza y dándole el desayuno.

Asintió, dándole un sorbo a su zumo.

Todo estuvo en silencio un tiempo. Yo no podía parar de pensar en hablar con ella sobre el golpe en la pared, pero no quería arruinarlo todo. Quizá no quería hablar de ello.

- He...- dije, a pesar de las dudas que tenía -. He visto un golpe en la pared. Quería saber si lo hizo Richard.

Celia me miró con el ceño fruncido y apartó la mirada.

- Sí - admitió con simpleza -. Tuvimos una discusión por... Discutimos.

Vale, sí había sido culpa mía.

- ¿Alguna vez te ha... no sé, puesto una mano encima?- inquirí, sabiendo que podía arruinarlo todo.

- No - respondió.

- No tienes por qué mentirme - le aseguré -. No te voy a juzgar.

- Te he dicho que no - espetó, subiendo la voz -. Agradezco tu preocupación, pero Richard no me ha hecho nunca nada. Solo rompía cosas, ya está.

Que lo tuviera tan normalizado llegó a hacerme sentir lástima.

Crecí viendo a mis padres discutir, lanzarse cosas, gritarse... Imaginé que era lo más normal, que era cómo las relaciones que duraban funcionaban, pero luego me di cuenta de que estaba equivocado. Richard no amaba a Celia, amaba tenerla para él.

- Una vez me rompió un cuadro - susurró, recogiendo sus platos -. Algunas veces ha roto fotos, platos... Lo primero que encontraba y consideraba que a mí me importaría.

La seguí por toda la casa mientras la ordenaba y hablaba conmigo.

- ¿Te rompió un cuadro?- pregunté, sorprendido -. Pero...

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