Capítulo VIII

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Celia.

Mi jornada había acabado y, en vez de volver a casa, me fui a comer a un restaurante. No me apetecía ni entrar al edificio. Esa mañana me había planteado bastante el hecho de mudarme yo sola a otro sitio con lo que había ido ahorrando estos años, pero mis padres harían muchas preguntas que llevarían, de alguna forma u otra, a Nil. No quería que mi madre se enterase.

Tenía muchas llamadas de Richard, pero no le contesté a ninguna y silencié el móvil. Sonó la campanita de la puerta y alcé la vista al instante, pero afortunadamente no era nadie conocido. No era la primera vez que, tras llegar cinco minutos más tarde de lo que solía llegar, me buscaba por todos lados para dar conmigo. 

- Perdone - se acercó una camarera -, ¿querría algo más?

- No, muchas gracias. 

Le pagué y me marché rápidamente. Empezó a llover de repente y a mí se me había olvidado el paraguas. Me tuve que refugiar en el toldo de una tiendecita que estaba cerrada, pero después de esperar ahí un buen rato y ver que no iba a parar, decidí correr hasta mi casa. 

Sin embargo, me quedé en el portal debatiendo mentalmente si debía entrar o no. Joder, me estaba congelando de frío. 

Justo cuando pretendía subir, apareció Adam vestido de traje. Por supuesto, llevaba un paraguas y se espantó al verme ahí de pie, empapada.

- Por Dios, Celia... - murmuró -. ¿Qué haces aquí abajo?

- Vengo de trabajar ahora mismo - mentí descaradamente -. Estaba buscando las llaves.

Él asintió y se dio prisa en abrir la puerta. Entrar al portal fue la mejor decisión de mi vida, se estaba a una temperatura decente. Y en el ascensor, como era más pequeño, aun estaba mejor. 

Cuando llegamos a nuestro piso, rebusqué por mi bolso para encontrar las llaves, pero no las encontré. Se me habían olvidado en casa por la mañana. No pasé por alto que Adam iba muy despacio - a pesar de tener las llaves en la mano - y me miraba con curiosidad, seguramente pensando que tenía problemas serios. 

Llamé al timbre más de tres veces, pero no recibí respuesta. O bien no quería abrirme, o no estaba en casa. 

- Puedes pasar - habló Adam, señalando su puerta-. A secarte, al menos. 

Acabé aceptando, tenía mucho frío. 

Nil estaba tirado en el sofá escribiendo algo en una libreta con mucha concentración. Murmuró un hola cuando escuchó la puerta cerrarse, pero no se molestó en levantar la cabeza. Cuando empecé a andar detrás de Adam y escuchó que había pasos de más, lo hizo. 

- ¿Celia?- preguntó, dejando la libreta en la mesita pequeña que tenían al lado. 

- No encuentra las llaves y Richard no está en casa - le explicó -, no pensaba dejarla en la puerta. Oye, ¿puedes darle alguna toalla o algo? Tengo que hacer una llamada urgente. 

Adam subió las escaleras - que llevaban a una habitación pequeñita donde supuse que tenía el despacho al igual que yo - y nos dejó a los dos ahí abajo. Él me miró y se levantó, yendo directamente a la dirección contraria a donde estaba yo. Iba a rodar los ojos, pero me di cuenta de que se dirigía al termostato para subir la calefacción. 

- Gracias - murmuré de mala gana. 

Porque no, no me hacía especial gracia tener que quedarme aquí con él, pero no tenía más remedio. Él me hizo un gesto con la cabeza que me indicó que le siguiera. Abrió la puerta del baño y me dejó pasar a mí primero. 

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