Capítulo XXXXII

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Celia.

Amaya, que pese a declararse enemiga pública de Nil como cinco veces al día, estaba suplicandole que no le abandonara.

- Nil, por favor... ¿Ahora de quién me voy a reír cuando tenga un mal día si te mudas?

- De tu novio - respondió Nil.

- ¡Oye!- se quejó Adam, que estaba apoyado en la pared de enfrente de la habitación de Nil junto a mí.

La escena era la siguiente: Nil ponía una prenda en la maleta, Amaya se encargaba de sacarla, Nil ponía una prenda en la maltea...

- Maya, por Dios, que me mudo a la puerta de al lado - le recordó él, por quinta vez -. Con tu mejor amiga, por cierto. Doble diversión para ti.

- ¡No!- replicó -. Porque ahora si que no tendré intimidad con Celia y no podremos criticarte agusto.

Nil rodó los ojis y Adam, muy a su pesar, entró para sacar a Amaya de esa habitación. Ella lloraba como cuando una madre se entera de que ha perdido un hijo.

Él suspiró, volviendo a prepararse la maleta de nuevo. Me miró y sonrió.

- No hace falta que te vengas conmigo, yo estoy bien viviendo sola... Puedes quedarte en tu casa si quieres.

- Celia, no me negaría a vivir contigo ni harto en vino - me aseguró, dándome un beso -. No tienes ni idea de lo guapa que estás recién levantada.

Rodé los ojos y me dispuse a salir, pero me agarró por la cintura para impedírmelo.

- No hemos hecho nada en esta cama nunca... - susurró, sentándome en ella.

- Hemos dormido.

Por la forma en la que me miró, supuse que no le bastaba.

- Amaya y Adam están en el salón - le recordé, pero la verdad que no le importaba mucho -. Y... estoy con la regla.

Imaginé que esa segunda, también le daría igual. Lo confirmó:

- Ninguna de las dos me sirve como excusa, si te soy sincero - se encogió de hombros -. Pero entiendo que eres una chica paradita y te da vergüenza. Ni que ellos no follaran.

Eso último lo dijo negando con la cabeza mientras sonreía. Sabía que quería añadir alguna cosa más y me obligué a ayudarle con todo el montón de ropa que Amaya se había encargado de desplegar.

Nil.

No podía negar que tenía un sentimiento extraño en el pecho. Por una parte, me iba a vivir con Celia, que era una maniática obsesiva del orden y la pulcritud a la que quería mucho y por el otro, había de dejar de lado levantarme cada mañana y ver a Maya regar las plantas o a las charlas de Adam sobre cómo debería encabezar mi vida...

Me hacía el duro diciendo que solo era la puerta de al lado, pero era más que eso. Vale, debería dejar de pensar en todo eso.

Una vez, hecha la maleta, salí al pasillo. Maya me esperaba, ahora ya sin lágrimas en los ojos. A su lado, Adam, que nos miraba a Celia y a mí con una sonrisa.

- Quién lo diría... - murmuró, riendo.

Vino y me dio un abrazo. Cada vez que pensaba que todo eso era por cambiarme de la puerta 15 a la 14, me entraban ganas de reír.

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