Capítulo 20 •Te quemarían viva•

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La llamada telefónica entre Agustín y yo terminó unos minutos después, quedamos de vernos en el Café “El Caldero” a las 10:30 p

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La llamada telefónica entre Agustín y yo terminó unos minutos después, quedamos de vernos en el Café “El Caldero” a las 10:30 p.m, después de mi trabajo, no he ido ahí pero supongo que es un lugar acogedor.

Camine al comedor ya que Amanda me había servido una sopa de verduras.

—Amanda —la llame, ella era una mujer que ha vivido durante muchos años aquí y tal vez sepa algo que yo ignore.

—¿En qué puedo ayudarla? —se acercó al comedor.

—¿Puedes acompañarme a comer? Detesto comer sola —dije, ella me miró con una expresión extraña, pero en cierta parte lo que le había dicho era verdad, toda mi vida había comido junto con mi madre o con mis abuelos y hacerlo de pronto sola era algo nostálgico y algo deprimente.

—Claro, señorita —le dedique una sonrisa amable.

—¡Gracias! —tome la cuchara y la sumergí en la sopa que humeaba—. Sabes... A veces creo esta casa da miedo —Amanda sonrió—. Es demasiado tétrica, yo solía vivir en un pequeño departamento y vivir aquí es algo totalmente nuevo para mí.

—Ya se acostumbrara, señorita, la casa es demasiado vieja, lo sé, pero eso es lo que la hace interesante —la miré.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para mis abuelos? —pregunte mientras metía un cucharada de sopa a mi boca.

—Desde siempre, yo vi a su padre y a los hermanos de él crecer, Alejandro y Sergio —agache la mirada—. Eran tiempos muy difíciles, tanto para su familia como para el pueblo.

—¿Por qué para el pueblo? —fruncí el ceño.

—La gente aquí es muy extraña, señorita. En esos tiempos estaban asesinando mujeres —la cara de horror que puse decía mucho.

—¿Qué? ¡Pero eso es horrible, una aberración! —exclame.

—Lo sé...

—¿Por qué lo hacían?

—Creían que eran seguidoras del diablo —levante una ceja—. Todos creemos que el diablo tiene cuernos, cola y que es horrible —asentí—. Pero él es todo lo contrario y no es nada más y nada menos que Ruggero Pasquarelli —abrí los ojos a más no poder.

—Sabes su nombre... —susurre.

—¿Por qué no saberlo? —frunció el ceño—. Él es el dueño de este pueblo.

—No entiendo —dije—. Ruggero, él... —no podía decir el nombre—. No lo creo, él no pude ser.

—¿Cómo puede estar segura? —me preguntó—. ¡No lo conoce! —dijo con desprecio—. Es el ser más malo que puedas conocer, le hace daño a todos y él puede regresar en cualquier momento. Escuche cuando usted le decía a sus abuelos que un chico la había espantando hace poco —era cierto, fue aquella noche cuando rompió las tazas de café por suerte no fue él, sino, ahorita no viviera para contarlo.

No me ha hecho nada malo, no ha causado nada en el pueblo más que el incendio de la granja de el papá de Agustina, pero eso es todo, comienzo a pensar que todos los habitantes exageran.

—Debo decir, Amanda, que él ya ha regresado —la mujer abrió los ojos—. Y no ha hecho nada fuera de lo normal, no ha intentado hacerme daño, porque me lo he encontrado varias veces por el pueblo y hasta me ha hablando.

—¿Sabes lo que te harían los habitantes si se enteran de lo que estás haciendo? —negué con la cabeza.

—Te quemarían viva —trague saliva ruidosamente.

No es que estuviera defendiendo a Ruggero, pero era algo tonto decir que él era el diablo. No ha hecho algo grave, no ha quitado vidas, bueno, a Agustín casi se la quita pero de igual forma no lo hizo, pudo haberme matado cuando lo encontré la primera vez, pero, sin embargo, no lo hizo.

—Puede confiar que no diré nada de lo que ha dicho, señorita Sevilla, aunque es algo grave, procure que nadie se entere si no quiere tener problemas. Le debo respeto a usted y a su familia por lo tanto considere que de mí no saldrá ni una palabra.

El hambre que traía se había quitado, ahora mi estómago era un nudo de tensión.

🌙🌙🌙

Las calles empedradas y húmedas hacían que la suela de mis de zapatos resbalara, haciéndome pensar que era bueno tomar en cuenta comprarme otros zapatos.

El Caldero no estaba muy lejos por lo que me habían dicho Agustina y Esteban en el trabajo, seguía sus instrucciones por lo cual no he de estar muy lejos, llevaba cinco minutos de retraso, espero que Agustín no piense que soy una irresponsable por llegar tarde, aunque quería evitar decirle lo que tengo que decirle es más que obvio que lo de llegar tarde no era buena idea, sólo perjudicaria mi imagen ante las personas.

El gorro de lana que llevaba puesto se había resbalado un poco y ahora casi se encontraba frente a mis ojos, decidí quitarmelo y echar mi cabello hacia atrás.

Fue cuando descubrí un enorme anunció que decía “El Caldero” y junto a las letras una taza de café dibujada.

Entré, el lugar parecía una madriguera, estaba todo oscuro salvó por las velas que adornaban la cafetería, las mesas eran pequeñas y hechas de madera, los sillones donde la gente se sentaba por lo que las velas me ofrecían de luz parecían ser blancos, me recordó a esas cantinas de épocas medievales, al fondo había una persona tocando el piano y por la melodía que tocaban supe que era una persona que no le tenía miedo a Ruggero, era la misma melodía que había escuchado en la representación de Teatro de mi Universidad, sólo que esta era versión en piano, la gente se me quedó viendo cuando se dieron cuenta que me había quedado parada como tonta.

Agache la cabeza y camine entre las mesas buscando al castaño, el cual me iba a costar trabajo encontrar con tan poca luz.

Una mano tomó mi muñeca delicadamente. baje la vista y me encontré con Agustín, quien ya se encontraba sentado.

—¡Qué bueno que llegaste! Comenzaba a sentirme incómodo —habló, le sonreí—. Siéntate —tome el siento de enfrente para verlo a la cara, debo decir que el asiento era cómodo, las velas nos daban la luz suficiente para poder mirarlo bien, creo que todo depende de la altura de donde observes a las personas o quizá mi vista ya se había acostumbrado a la oscuridad.

—Lamento la pequeña tardanza, ya sabes, soy nueva aquí, encontrar los lugares es un reto, más cuando las calles son tan padecidas —me disculpe.

El chico de ojos bonitos asintió con una sonrisa amable.

Una mesera se acercó a nosotros y nos dejó unas cartas con letras color neón, lo que hacía la lectura más fácil en la oscuridad.

—¡Impresionante! —dije.

—¿Te gusta? —preguntó Agustín.

—¡Si, demasiado! Nunca había visto algo parecido.

—Es un lugar muy peculiar. ¿Qué te gustaría ordenar?

—Ahm —eché un vistazo a la carta y sus extrañas letras—. Creo que me vendría bien un café moka oreo.

—Pediré otro —comentó Agustín cerrando la carta.

La mesera llegó.

—¿Puedo tomar su orden?

—Claro, dos café moka oreo grandes —habló Agustín.

—Enseguida —la mesera se retiró.

—¿Y bien? ¿Para qué querías verme? —dijo y puso sus manos sobre la mesa, pude notar que tenía raspones en sus nudillos y algunos dedos morados.

Solté un suspiro, aquí viene la parte difícil.

Hijo de la Luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora