Capítulo 17 •No lo he visto•

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•Karol•

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•Karol•

Cuando por fin termine mis tareas pendientes, me metí a dar una ducha, tenía que relajarme un poco, después de que Priscila viniera a alterarme los nervios.

Ojalá ya se haya ido de aquí, para jamás volver a verla.

Cuando termine de ducharme salí de inmediato del baño, puesto que tenía el tiempo encima, tenía tan sólo media hora para llegar al trabajo.

Me cepille el cabello rápidamente y me cambié de ropa, me puse algo cómodo y añadí un gorro de lana, afuera se veía que hacía mucho frío, además cuando saliera del trabajo seguramente estaría lloviendo.

Tome mis cosas y salí de mi habitación, encontré a mi abuela sentada en el sofá, mientras veía detenidamente la chimenea arder. Fue un alivio que la vieja de Priscila ya no estuviera por aquí.

—Abuela, ya me iré —avise, ella giró a verme rápidamente.

—Hijita —me dijo y se levantó del sofá para acercarse a mí—. Lamento lo que pasó.

—No te preocupes, abuela, no importa —dije con un sonrisa, lo último que quería era que mi abuela se sintiera mal.

—¿Estás segura? —preguntó, yo sólo asentí—. Muy bien, cariño —me dio un fuerte abrazo—. Te cuidas mucho, por favor —dijo dejando de abrazarme.

—Siempre, abuela —le di una sonrisa y tranquilizadora.

—De acuerdo —camine a la salida.

Las calles aún seguían sólidas, los negocios estaban cerrados, salvó dos personas que caminaban a toda prisa hacia mí.

—¡Linda! —me hablaron, se trataba de una señora y una joven que aparentaba por lo menos 22 años.

Me detuve.

—Si, díganme

—De casualidad no lo haz visto —me mostró una foto tamaño postal, la tome y la observé, me puse nerviosa al ver al castaño—. Es mi hijo, hoy salió a la Universidad muy temprano y no ha regresado desde entonces, nunca llega tarde y si lo hace siempre avisa —levante la vista y mire a la señora y a la chica que al parecer era la hermana de Agustín ya que viéndola bien tiene un gran parecido; le devolví la fotografía.

—Lo siento mucho —no podía decir que Ruggero tiene a Agustín—. No lo he visto.

—Gracias, linda —dijo con la voz temblorosa—. Por favor, si lo llegas a ver, ¿puedes avisarme? —asentí—. Vivo en la calle Madero, en la casa número 9.

—Claro que si, señora, cuente con ello —vi como se alejaban de mí, parecían muy preocupadas—. Agustín estará bien —susurré para mí.

Al llegar a la biblioteca me encontré con Maxi y Agustina platicando, en sus rostros había angustia.

—Hola —salude.

—Hola, Karol —saludaron al unísono.

—¿Qué ocurre? —pregunte mientras dejaba mis cosas del otro lado del escritorio y me acercaba para saludarlos con un beso en la mejilla.

—Es que mi amigo Agustín no ha llegado a su casa —comentó Maxi—. Su mamá ha venido a decirnos y la verdad me preocupa, Agustín nunca hace algo así de no llegar.

Agustina me dio una mirada de preocupación como diciendo que Ruggero era el culpable.

—Entiendo —dije sin saber que más decir. No tenía que saberlo.

En eso me llega un mensaje lo observe y era de Michael.

Hola, Karol, te escribo para avisarte que estás de suerte, no han dejado tarea, así que puedes estar tranquila. ¿Cómo estás? ¿Ya no volvió a pasar?
Recibido 7:02 p.m.

Solté un suspiro, por lo menos no tengo tarea.

Gracias, Michael :), de hecho ya me siento mucho mejor, afortunadamente ya no me volvió a pasar, que tengas linda noche, te veo mañana.
Enviado 7:03 p.m.

Guarde mi celular.

—Comenzaré a ordenar los libros —los chicos asintieron.

Con Ruggero

Bajaba las escaleras a paso lento y al llegar al final de ellas se detuvo y apreció a su esclavo quien seguía en el suelo, pero ahora tenía los ojos cerrados y en su rostro había una mueca de dolor.

Ruggero se acercó a él, pudo ver que la herida que le había causado, estaba en un estado muy grave, tenía que hacer algo, era el cuerpo que utilizaría, no podía utilizar un cuerpo así de mal.

Se apresuró a buscar algo que le ayudara a curar a Agustín, tomó algunos trapos que encontró, una venda y llenó una cubeta de agua.

Cuando ya tenía todo listo se inclinó para ver la herida del castaño, tomó uno de los trapos y lo humedeció para pasarlo por la herida y así limpiarla, haciendo que Agustín abriera los ojos de golpe.

—¿Qué estás haciendo? —dijo asustado.

—Curo la herida que tienes —comentó secamente el ojiverde—. Ahora, ¿quieres quedarte quieto?

Agustín frunció el ceño.

—Creí que ibas a dejar que... —lo interrumpió.

—No es el tiempo...

Ruggero miró a los ojos a Agustín.

—Creí que tus ojos eran grises como lo dice la Leyenda.

Ruggero curvo la comisura de la boca y continuó limpiando a Agustín.

—Al parecer aún no me conoces del todo.

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