Capítulo 46 •Sólo quiero hablar contigo•

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Al día siguiente

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Al día siguiente

•Karol•

Abrí los ojos y comencé a ver mi habitación detenidamente, creí que todo había sido un sueño, pero al ver el vestido sobre el sillón que se encontraba en mi habitación, caí en cuenta que todo había sido real, me deprimió saber eso, Ruggero se había ido. Me levante y fui hacia el sillón de mi habitación para esconder el vestido en el closet, mi abuela podía entrar y ver que había ido a ese baile.

Y creo que la invoque porque abrió la puerta de mi habitación, por fortuna me había dado tiempo de cerrar la puerta del closet.

—Buenos días, Karol, creí que seguías dormida —dijo con una sonrisa.

—Acabo de levantarme —respondí—. Es que... —corrí hacia la ventana y señale la calle—. El día está hermoso y me gustaría salir, este día es mi favorito.

Y era verdad, el 2 de noviembre era mi día favorito, el aire estaba impregnado de olores ricos, hojaldras, guayabas, incienso, flores de cempasúchil, etc., todo eso me gustaba.

—Lo sé, hija —habló.

—Creo que saldré a dar una vuelta, me gustaría tomar un poco de aire —comente.

—Pero sigues delicada de salud —rodé los ojos.

—Abuela, por favor —dije con tono de fastidio—. Ya estoy bien, lo juro.

Mi abuela me dió una mirada compasiva.

—De acuerdo, pero con mucho cuidado y antes de que te vayas baja a desayunar, el desayuno está casi listo.

Sonreí.

—Bajo enseguida —mi abuela salió de mi habitación.

Fui directo al baño, le abrí al agua caliente, fui por ropa limpia, una toalla y finalmente me metí a dar una ducha rápida.

Cuando salí, cepille mi cabello y me puse un pans cómodo, bajé a desayunar encontrándome con mis abuelos ya sentados en la mesa.

Los salude y comencé a comer, rápido para poder salir, tenía que encontrar a Ruggero, para darle el libro y poder a hablar con él. Tiene que darme explicaciones, yo no quiero que salga de mi vida así sin más.

—¡Termine! —avise y me levante de la mesa para colocar los trastes sucios en el fregadero.

—¿Tan rápido? —dijo asombrada la abuela—. Come un poco de gelatina.

—No, gracias, abuela, ya estoy satisfecha —dije—. Saldré, no tardo mucho.

Salí de la cocina y subí a mi habitación para cepillarme los dientes y buscar el libro para llevárselo a Ruggero, cuando hice todo eso bajé corriendo y salí de mi casa.

Inhale una gran cantidad de aire, tenía que controlar mis nervios, para poder hablar claramente con Ruggero.

Con Ruggero

Ruggero se encontraba escondido cerca de la casa de Agustín, estaba esperando a que el castaño saliera para hablar con él.

Agustín salió de su casa, llevaba puesta una playera azul marino y un pantalón de cuadros de diferentes tonos azules, Ruggero supuso que era una pijama y en la mano llevaba una cubeta. Siguió con la mirada al castaño y se dió cuenta que iba al establo.

Ruggero caminó hacia él, percatándose de que nadie lo viera y tocó el hombro de Agustín ocasionando que éste se asustara y soltara la cubeta.

—¡Ruggero! —dijo Agustín con los ojos bien abiertos—. ¿Qué haces aquí? —preguntó mientras se agachaba para recoger la cubeta.

—Sólo quiero hablar contigo, vengo en zon de paz —dijo Ruggero.

Agustín caminó hasta donde estaban las vacas para poder ordeñarlas.

—¿De qué quieres hablar? —dijo agachándose para sacar la leche.

—De Karol...

Agustín giró a verlo, se levantó y le sonrió.

—¿Qué pasa con ella?— preguntó.

—Estoy cometiendo un error y necesito en verdad que me ayudes.

Agustín levantó una ceja.

—¿Qué puedo hacer yo? —se cruzó de brazos—. Ella estaba devastada ayer por la noche cuando la dejaste en el baile.

Ruggero se rasco la nuca.

—Lo sé... —dijo en voz baja—. Agustín, tú eres el único que puede ayudarme, el único que puede alejarla de él —el castaño frunció el ceño.

—No te entiendo... ¿Quién es él? —cuestionó Agustín.

—Él es... Un demonio disfrazado de humano —habló Ruggero casi en un susurro.

—¡Agus, apresúrate con la leche! —se escuchó el grito de la hermana de chico de cabello castaño.

Agustín apretó los párpados.

—Disculpa —dijo Agustín agachándose y comenzó a sacar leche de la enorme vaca que tenían enfrente.

—¿Me ayudaras, Agustín?... Sólo dame una respuesta —habló Ruggero casi suplicando.

—De acuerdo, pero me tienes que explicar todo eso que me estás diciendo.

—Claro, pero... Promete que no se lo dirás a Karol.

—Te lo prometo, Ruggero —respondió Agustín con voz tranquilizadora.

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