Capítulo 44 •El hilo rojo del destino•

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•Karol•

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•Karol•

Agustín y yo nos despedimos de Pasquale, parecía ser un chico agradable.

—No me agrado ese chico —dijo Agustín algo serio, gire a verlo.

—¿Por qué? —cuestione.

—No sé... No me dió buena espina —Agustín me miró—. Pero mejor olvídalo, no lo conozco lo suficiente como para juzgarlo.

Sonreí sin ganas.

—De acuerdo, sólo llévame a casa, por favor —dije tristemente.

Agustín me tomó del brazo y me llevó hasta su auto, que por cierto no sabía que tenía.

—No sabía que tenías un auto —dije.

—No es mío, es de Kat, me lo ha prestado —dijo.

Asentí y me abrió la puerta del copiloto, él dió la vuelta y subió a la del conductor, apoye mi cabeza en el cristal de la ventanilla. Agustín soltó un suspiro y me tomó la mano.

—No estés triste —lo mire—. Ruggero tuvo sus motivos para hacer lo que hizo.

A Agustín le había contado un poco sobre lo que pasó entre Ruggero y yo cuando se acercó para abrazarme en el jardín.

—Pero tan siquiera me hubiera dicho porque... Creí que... —hice una pausa—. Íbamos a estar juntos.

Agustín agachó la cabeza, parecía triste.

—Él... Seguro que regresará, Karol, no me gusta verte triste —comentó el castaño mientras introducía la llave para encender el vehículo.

—Lo dudo mucho, Agus... Él se alejó de mí para siempre, lo presiento.

Agustín comenzó a conducir.

—No te angusties, linda —me dijo—. El amor es así. Creeme que si están destinados a estar juntos nada ni nadie va impedirlo. ¿Haz escuchado la Leyenda japonesa de “el hilo rojo del destino”? —asentí.

—Si, se puede enredar, tensar, pero nunca romper, te une a tu alma gemela —comente tristemente.

—¡Exacto! Ruggero y tú están unidos, Karol, estoy seguro —dijo—. En verdad, él te quiere, era malo y tú hiciste que cambiara —Agustín cambió su tono de voz a uno un poco triste—. Además... Yo quiero que seas feliz, Karol y te prometo que haré lo posible por ayudarte a recuperar a Ruggero —soltó un suspiro.

Como me había dicho Agustina, mi casa no estaba tan lejos del salón así que llegamos muy rápido.

Abrace a Agustín antes de bajar del vehículo y le susurre:—Gracias, Agus —dicho esto le di un beso en la mejilla y bajé del auto.

Con Agustín

Karol había bajado del auto dejando a Agustín con una sonrisa, ese sería el único beso que tendría de ella.

—No tienes que agradecer, tienes que ser feliz aunque no sea conmigo —observó como Karol entraba a la casa sigilosamente y él emprendió su camino nuevamente al salón del baile.

Cuando Agustín regresó al salón, se dió cuenta que Pasquale estaba afuera fumando un cigarrillo, Agustín iba a entrar al salón pero Pasquale lo detuvo.

—¡Agustín! —el castaño lo miró con seriedad.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Agustín mientras metía sus manos a las bolsas de su pantalón.

—Veo que eres amigo de Karol, en verdad se me hizo linda y quisiera saber si... ¿Podrías darme su dirección? Para poderla visitar —Pasquale le dio una calada a su cigarro—. ¿Qué dices? —soltó el humo.

Agustín tosió debido al humo.

—Lo siento, pero no soy la persona indicada para darte esa información —habló el castaño.

Seguía sin darle buena espina y claro que no dejaría que un desconocido se le acercara a Karol, podía ser arriesgado.

—Vamos, creo que sería bueno una visita para arreglar un corazón roto —comentó Pasquale, Agustín frunció el ceño ante aquel cometario.

—¿Cómo sabes?

Pasquale se puso nervioso y le dió otra calada al cigarrillo para poder hacer tiempo y pensar para darle una respuesta a aquel chico, que parecía ser que no era nada tonto.

—Bueno, pues... Lo supuse —dijo—. Iba distraída y parecía que había llorado.

—Puedo apostar que no sólo lloramos por corazones rotos, también existen otros motivos —comentó Agustín—. Si me disculpas, me esperan mis amigos —el castaño se alejó de Pasquale.

—Maldito estúpido —dijo entre dientes Pasquale, mientras observaba como Agustín entraba al salón.

Cuando Agustín llegó a la mesa donde estaban sus amigos ellos comenzaron a preguntarle por Karol.

—¿Por qué se fue así?

Agustín tomó asiento al lado de Agustina, ya que ella había hecho la pregunta.

—Se sentía un poco mal —mintió Agustín, pero todos creyeron aquella mentira.

—Oh, entiendo —dijo Agustina, Agustín le sonrió.

—Hermanito —habló Katja—. ¿Quieres que te traiga un poco de ponche?, está delicioso.

Agustín asintió con una sonrisa.

—Claro, Kat, gracias.

Katja se levantó de su asiento para ir por el ponche.

—Oye, Agus... —lo llamó Esteban.

—¿Qué pasó?

—¿Quién era ese chico con el que Karol fue a bailar?

Agustín se puso tenso.

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