Capítulo 11 •Ruggero•

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Abrí la boca ligeramente y decidí no hacer comentario alguno

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Abrí la boca ligeramente y decidí no hacer comentario alguno. Él sabe, sabe que estuve involucrada.

—¿No vas a decir nada? —preguntó dando unos pasos más para acercarse a mí.

—No —lo observe. Era un chico demasiado apuesto para ser malo, me dio una mirada penetrante que sentí que me perforaba el alma—. ¿Cómo te llamas? —dije apenas con un hilo de voz, el ambiente se hizo frío.

—¿Te importa tanto..., cariño? —dijo con una sonrisa burlona.

—¡Responde!, sé que tú eres el hijo de la luna y atemorizas a todos —dije armándome de valor.

—Vaya, vaya, han dañado mi reputación contigo —dijo negando con la cabeza—. Los humanos son tan tontos.

—¡Responde, dime tu nombre!

El chico me rodeó y se puso a mi espalda, apartó el cabello que cubría mi oído y se acercó.

—Ruggero —susurró, me estremecí y me aparte—. ¿Contenta? Me llamo Ruggero Pasquarelli, un nombre común, ¿verdad? —sus ojos cafés brillaron en la oscuridad.

—Me largo —avance.

—Serás muy interesante, Karol —dijo mientras soltaba una carcajada.

Corrí lejos de ahí, ¡es él! El hijo de la luna, ¿debo decirle a Agustina?, si, Karol, le diste tu palabra, corren peligro.

Al llegar a casa, entré rápidamente, mis abuelos estaban en la cocina, ya que había entrado a beber un vaso con agua.

—Hija, que bueno que haz llegado, ¿cómo te ha ido? —gire a ver a mi abuela.

—Bi..bien —tartamudee—. Muy bien, el trabajo es...sencillo —solté un suspiro.

—¿Estás bien, Karol? —preguntó mi abuelo mientras levantaba su taza de café para llevársela a los labios.

—Si, mejor que nunca —deje el vaso de agua en el fregadero.

—De acuerdo, cariño, ¿quieres cenar?, le puedo decir a Amanda que te prepare algo —comentó mi abuela.

—No, no, ya he comido algo.

Lo sé, es mentira, pero debo llamar a Agustina.

—Oh... Bueno.

—Estaré en mi habitación —salí rápidamente de la cocina y subí a mi habitación. En verdad odio esta casa, me da miedo.

Cuando llegue cerré con seguro, me puse la pijama y me acosté, tome mi celular y le marque a Agustina.

—Agustina —dije cuando me contestó.

—Karol, que bueno que llamas, estaba a punto de llamarte —dijo con voz asustada.

—¿Por qué? ¿Qué sucede? —pregunte alarmada.

—Incendiaron la granja de mi padre. Y es algo extraño porque nadie puede entrar ahí, es un caos —dijo con la voz temblorosa—. Es él, Karol, empieza a provocar cosas.

Cubrí mi boca con mi mano.

—Agustina, debo decirte que... —hice una pausa—. Tienes razón, él es el chico que dices.

—¿Qué?... ¿Cómo te diste cuenta?

—Cuando regresaba a casa me lo encontré.

—¿Estás bien? —dijo alarmada.

—Si, Agustina, estoy bien, pero en realidad me preocupa también. Me ha dicho su nombre, Ruggero, ese es su nombre.

—¡Oh, por Dios, maldita sea! Y lo peor es que no encontramos el libro.

—Tranquila.

—¡Debemos ahora prevenir a todos, cómo habíamos quedado!

—No. Yo hablare con Ruggero.

—¿Estás mal del cerebro? ¡Te va a matar!

—No, Agustina, creo que puedo hacerlo.

—Por favor, Karol, no hablaras en serio, estamos hablando de el hijo de la luna, ese chico es un demonio.

🌙🌙🌙

Iba en el transporte en camino a la Universidad, no había podido pegar un ojo en toda la noche, aquellos ojos casi grises invadieron mi mente, impidiéndome dormir.

Me extrañaba que Agustín no subiera al transporte, tal vez se le hizo tarde.

Cerré mis ojos.

🌙🌙🌙

Alguien me zarandeaba.

—Señorita, hemos llegado a Tlaxcala —me dijo el hombre de los autobuses.

—Oh, gracias —tome mis cosas y baje.

El maldito sueño se apoderó de mi cuerpo, nunca había sentido tanto sueño como hoy. Subí a la combi que me llevaría a mi Universidad.

Cuando llegue a mi aula retranque mi cabeza en mi butaca.

—¡Diablos! ¿Te sientes bien, Karol? —preguntó Michael quien acababa de llegar.

—Sólo tengo sueño —comente, toque mis sienes y las sobe. Mi vista se puso roja—. ¡Michael, Michael! ¿Qué me sucede? —dije alarmada—. ¡No veo bien, veo todo rojo!

—¡Karol! ¡Karol! Tranquila, te llevaré a la enfermería.

—¡Michael, por favor, estoy asustada!

🌙🌙🌙

Michael estaba sentado frente a mí y yo estaba sentada en una camilla mientras la enfermera me ponía una lámpara frente a mis ojos.

—¿Ya ves mejor? —preguntó, sólo asentí.

—¿Qué tengo? —pregunte.

—No encuentro el motivo por el cual te pasó eso, todo está normal —dijo frunciendo el ceño.

—Pero... ¿Estará bien? —preguntó Michael.

—Si, pero por mientras te recomiendo que vayas a casa, te daré un permiso —dijo—. Trata de no forzar la vista y duerme un poco.

Sonreí y tome el permiso que me tendió.

—Gracias.

Michael y yo salimos de la enfermería. Cada vez me suceden cosas más extrañas.

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