Capítulo 9 •Casi grises•

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Al asomarme distinguí a un chico con una sudadera negra y con el gorro puesto que caminaba por los pasillos, pero no pude verle el rostro desafortunadamente

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Al asomarme distinguí a un chico con una
sudadera negra y con el gorro puesto que caminaba por los pasillos, pero no pude verle el rostro desafortunadamente.

Me acerque a Agustina.

—¿Qué onda con ese chico raro y descortés? —pregunte.

Agustina levantó los hombros.

—No sé quien sea, no se dejo ver la cara, sólo se pasó así sin más.

El ambiente de la biblioteca se puso algo tenso y un sentimiento de tristeza me inundó y era algo que no podía comprender, lleve una de mis manos a mi pecho.

—¿Te sucede algo, Karol? —me preguntó Agustina frunciendo el ceño.

—N...No —dije sin quitar la mano de mi pecho—. Es sólo que... —comencé a llorar.

¿Qué me está pasando? ¿Por qué estoy llorando?

—Karol, dime, ¿qué te pasa?

Agustina salió detrás del escritorio donde estaba y me tomó la mano.

—No sé que me pasa —dije entre lágrimas—. Siento... Una presión en el pecho que no me deja respirar —dije aún llorando—. Me siento muy triste.

—Ok, ok, esperame aquí, iré a ver a Esteban para que pueda regalarme un vaso de agua, estás trasudando —me tocó la frente, asentí y ví como Agustina manejaba con torpeza su silla de ruedas.

Me senté detrás del escritorio y las lágrimas no dejaban de salir, aún no entiendo cual era el motivo por el cual estaba llorando, ni el por qué tenía tanta tristeza.

Cerré mis ojos y trate de recordar momentos agradables, respire profundamente y sentí como la tristeza se iba, de pronto me encontraba bien, no sentía nada, estaba neutra como estaba minutos antes.

—¿Qué me sucede? —dije.

Sacudí mi cabeza y decidí olvidarlo, claro, si es que podía ya que algo como eso no se podía olvidar tan fácil, ¿acaso estoy loca? Saque de mi mochila mi pluma y una hoja blanca, había recordado que aún no hacía el reporte que nos habían dejado, así que tal vez hacerlo sirva de distracción.

Comencé a anotar detalles de la presentación así como también, explique que la Leyenda que más me había gustado era: “El Hijo de la Luna”.

Fue cuando unos tomos de libros muy extraños se azotaron en el escritorio, levante la visita aterrada por el gran estruendo.

—Me llevaré estos —dijo el chico de la sudadera negra.

Quite un mechón de cabello de mis ojos, el cual me impedía ver con claridad. Él era un chico con una piel extremadamente blanca o, ¿pálida? La mayoría de cabello lo tenía oculto bajó el gorro de la sudadera que tenía puesta, salvó un mechón color café que caía sobre su ojo derecho, el color de sus ojos era un café extraño casi pegándole al gris, en cuanto a complexión era delgado y parecía medir como 1.70 metros. Era un chico guapo, muy guapo, para ser sincera poseía una belleza muy inusual.

El chico al notar que me le había quedado viendo más de la cuenta, me dedicó una mirada fría.

—¡Oh, si!, disculpa, un momento —saque la libreta para anotar la ficha bibliográfica del libro.

—No te molestes, estos libros son bastante viejos, el título es casi imposible de ver —dijo fríamente.

Observe los libros y tenía razón.

—Bueno, en todo caso sólo anotaré el número de serie —dije buscándolo en el lomo de los libros.

Anote con cuidado los números y alcé la visita discretamente, él se encontraba leyendo mi reporte.

—¿Algo más?

Él volvió la vista hacia mí y curvo la comisura de su boca.

—No —dijo y tomó los libros para después salir de ahí.

Me quede pensando, que chico tan más extraño, tome mi reporte y este se comenzó a incendiar sin razón.

—¡Aaaaaah! —grite y lo deje caer del otro lado del escritorio, me dirigí hasta ahí para apagarlo con el pie.

—¿Qué ocurre? —preguntó Agustina, gire a verla y tenía un vaso de agua en las manos.

—Es que... Es que... Mi reporte se incendio sin razón —dije—. Trataba de apagar el fuego.

—¿Hablas en serio? —asentí, Agustina dejó el vaso de agua en el escritorio y se acercó a donde yo estaba, se inclinó un poco y levantó el papel—. ¿Estás segura? Para mí, esto no se ve quemado sólo arrugado y sucio por la suela de tu zapato —me lo mostró.

—¿Qué? —dije y tome el papel—. Pero... Te juro que se incendio, me quemó la mano —y si, aún tenía la sensación de ardor.

—Creo que estás exagerando —dijo yendo detrás del escritorio—. Lo malo es que tendrás que volver a pasar en limpio tu tarea —eso era lo que menos me importaba, lo que importaba era que me estaba volviendo loca. Solté un suspiro—. Por cierto, el chico ese extraño que entro, ¿ya ha salido?

Asentí.

—Si, a decir verdad era un muchacho muy extraño —fruncí el ceño.

—¿En verdad? ¿Cuáles libros se llevó? —preguntó.

—Eran unos que el título no se podía ver, sólo anote el número de serie.

Agustina asintió y checó.

—Muy bien, pero... Que raro que a los libros no se les pudiera ver el título, le diré a Maxi —tome el vaso de agua y bebi un sorbo.

—Pues si, creo que si es raro —dije y volví a beber agua.

—¿Y era guapo?

Casi me atraganto.

—¿Perdón? —dije limpiando mi boca con la manga de mi suéter.

—Que si el chico raro era guapo —me sonrió.

—Pues... Pues creo que si —dije encogiendome de hombros.

—¿Cómo era?

—Pues... Tenía piel blanca, muy blanca, ojos, ¿marrones? Ahm, su cabello era color café, era delgado y un poco alto —mire a Agustina quien tenía un semblante algo asustado.

—Júralo —asentí.

—¿Hay algún problema? ¿Lo conoces? —pregunte.

—Creo... —se acercó a la salida de la biblioteca y miró el cielo—. La luna es... Es luna creciente.

—¿Y? —dije.

Ella se metió y fue a los estantes de los libros.

—Y... Teníamos unos libros que nos explicaban Leyendas y cosas paranormales pero había uno muy valioso, eran las leyendas de “El beso del diablo” —dijo con desesperación buscando ese libro—. El libro que busco contaba la Leyenda de El hijo de la luna, el cual explicaba como era aquel joven, todos pensaban que él se había quedado como un infante —dijo yendo a otro estante, yo la seguí—. Pero no fue así, él creció y también decía que el color de sus ojos varía conforme a las fases de la luna, si mal no recuerdo el marrón casi gris es para la luna creciente —giró a verme— Dime, Karol, ¿sus ojos eran marrones casi grises o eran marrón normal?

Lo recorde... Sus ojos eran casi grises.

—Eran... Casi grises.

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