Capítulo 37 •Por Dolor•

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Ruggero miró a Agustín con una sonrisa

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Ruggero miró a Agustín con una sonrisa.

—Deberías ir a casa, Agustín —dijo Ruggero—. Más al rato iré a buscarte, pero ahora no es seguro que salgas tanto a la calle.

Agustín miró confundido a Ruggero.

—¿Por qué? —preguntó.

—Es complicado.

Agustín asintió ya que se percató que Ruggero no iba a decirle.

—De acuerdo.

Agustín comenzó a alejarse de las profundidades del bosque y Ruggero volvió a quedarse solo.

—Estúpida vida —susurró y miró al cielo.

—¡Vaya! —se escuchó aquella voz horrorosa—. Al parecer todo está a mi favor.

Ruggero giró y se encontró con el ser espeluznante de Lucifer, pero ahora parecía que había salido recién del infierno, tenía cuernos color negro, pezuñas en lugar de pies, ojos totalmente rojos, su lengua parecía de una serpiente y alrededor de ella unos dientes filosos.

Ruggero al verlo retrocedió unos pasos y lo inundo el miedo, cosa que nunca había sentido y se dió cuenta que el miedo no era un sentimiento bonito, sino era algo horrible que no se podía evitar.

—¿Tienes miedo?

Ruggero no dijo nada, sólo continuó retrocediendo, pero Lucifer seguía caminando hacia él.

A comparación de aquel ser espeluznante Ruggero era un ángel tanto física como psicológicamente.

—Que agradable sorpresa volver a encontrarte —habló Lucifer.

—No digo lo mismo —murmuró entre dientes Ruggero.

—Disculpa, no te escuche —dijo—. Bueno, no importa, sólo venía a decir que espero te haya gustado mi sorpresita.

Ruggero frunció el ceño y comenzó a sentir coraje, Lucifer se había acercado a él lo suficiente como para alzar la mano y tocarle el rostro.

—La chica morirá y tú... —levantó la mano y toco el rostro de Ruggero, a lo cual el ruloso esquivó.

—¡No me toques! —exclamó enojado.

Lucifer soltó una carcajada horrible que Ruggero sintió que la piel se le ponía de gallina.

—Tú, terminarás destruyendo este pueblo, por dolor —dijo—. Será tanto tu dolor que optaras por morir, obviamente la perra de tu madre querrá evitarlo, pero no podrá —Ruggero comenzó a respirar pesadamente debido al enojo que sentía acumulado en el pecho—. Tú morirás y vendrás conmigo al infierno, deberías ponerte feliz, Ruggero, te reencontrarás con tu sucio padre biológico —Ruggero apretó los puños—. Por fin tendré al hijo de la luna bajó mi dominio.

—¡Cállate! Jamás pasará lo que dices, lárgate de aquí.

—Que ingenuo eres, Ruggero, escúchame bien... ¡Karol se va a morir y tú ni nadie podrá evitar eso!

—¡Cierra tu maldita boca! —exclamó Ruggero.

Volvió a reírse aquel ser maligno y despareció justo frente a Ruggero.

—¡No, no, no! —dijo Ruggero tocándose la cabeza—. Ella no puede morirse.

•Karol•

Me sentía totalmente débil, volví a abrir los ojos pensando en que tal vez Ruggero seguía aquí.

—Hija mía —escuché la voz de mi abuela, supe que Ruggero ya no estaba.

—Hola —dije y sonreí débilmente.

—Me alegro que hayas despertado —me habló con una sonrisa.

—¿Cómo te sientes? —preguntó mi abuelo, quién se encontraba al lado de mi abuela.

—No muy bien.

—Tenemos buenas noticias, bonita —dijo mi abuela.

—¿Si?

—Así es, tu papá va a venir a verte —sonreí.

—¿De verdad? —ellos asintieron.

—Los doctores dijeron que perdiste mucha sangre, ninguno de nosotros puede donarte y hablé con tu padre y le platique la situación en la que te encuentras, se extrañó demasiado —dijo—. Me dijo que él es el mismo tipo de sangre que tú, mañana mismo estará aquí.

—Se lo agradezco mucho —comente con un hilo de voz, por más que quería mostrar mi entusiasmo, la debilidad que sentía no me dejaba.

—También nos preocupa que no sabemos nada de quien te hizo eso —gire la cabeza al lado opuesto para no verlos—. Cariño, ¿no recuerdas quién te hizo esto? —si les decía no me iban a creer.

—Fue algo extraño para mí también —dije.

—Pero...

En eso el doctor entró a la habitación, lo que me alegro, así ya no tendría que decirle.

—Hola, veo que has despertado, eso es muy bueno —me sonrió—. Te recuperaras muy pronto.

—Eso espero.

—Veamos la presión —el doctor observó el aparato que estaba a mi lado—. Al parecer todo marcha bien, tu presión está muy bien. Sólo mañana haremos transfusión de sangre y estarás como nueva —sonreí—. Eso si, cuando vuelvas a casa, tienes que cuidar mucho esas heridas —asentí—. Con el tiempo esas cicatrices se irán quitando así que no te angusties, pequeña —comentó.

—Gracias —dije.

—¡Échale ganas! —me dijo—. Bueno, pues, me retiro, cualquier cosa que se ofrezca estaré a su servicio —mis abuelos asintieron.

El doctor salió de la habitación y yo cerré los ojos.

—Dejemosla descansar, se ve muy débil —se escuchó la voz de mi abuelo.

—De acuerdo —la puerta se abrió y se cerró unos momentos después.

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