Capítulo 14 •Latigo de plata•

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¿Qué debo hacer? No tengo ni la más mínima idea de donde puedan estar

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¿Qué debo hacer? No tengo ni la más mínima idea de donde puedan estar. Comencé a caminar de un lado a otro, estaba muy nerviosa. Necesito que Ruggero se largue, que no vuelva nunca, es una pesadilla.

¿Dónde estará ese libro?, me tire a mi cama boca a bajo. Fue cuando recordé algo muy curioso.

•••

—Me llevaré estos —dijo el chico de la sudadera negra.

—Oh, si, disculpa, un momento —saque la libreta para anotar la ficha bibliográfica del libro.

—No te molestes, estos libros son bastante viejos, el título es casi imposible de ver —dijo fríamente.

Observe los libros y tenía razón.

—Bueno, en todo caso sólo anotaré el número de serie —dije buscándolo en el lomo de los libros. Anote con cuidado los números y alce la visita discretamente, él se encontraba leyendo mi reporte.

—¿Algo más? —él volvió la vista hacia mí y curvo la comisura de su boca.

—No —dijo y tomó los libros, para después salir de ahí.

•••

¡Ese estúpido!, se ha llevado el maldito libro. Me levante rápidamente de la cama y tome mi celular, tenía que decirle a Agustina.

Busque su número en la agenda de mi celular, cuando lo encontré no dude en marcarle.

Agustina contestó al tercer tono.

—¿Karol? —respondió—. ¿Qué sucede?

—El libro lo tiene Ruggero, ¡soy una idiota! —exclame.

—¿Qué estás diciendo? —dijo alarmada.

—Él manipuló todo, Agustina, por eso no pude ver el título de los libros que se llevó.

—¡Demonios! —soltó fuertemente—. Tenemos que quitárselo, ese libro tiene muchas cosas importantes, con ese libro podemos hacer que se vaya Ruggero, tiene la forma para hacerlo.

—Tengo que quitárselo —se me ocurrió una estupenda idea.

—Tenemos qué.

—Agustina... Nos vemos al rato.

—De acuerdo, Karol.

Colgamos.

Vamos a hacer un trato, querido Ruggero, tú me devuelves el libro y yo me encargaré de convencer a Agustín. Si él acepta este trato, encontraré la forma de que él se vaya y deje a Agustín en paz.

Con Agustín

(Narrador Omnisciente)

La chimenea estaba encendida y ardía con furia, Ruggero caminaba de un lado a otro, mientras sujetaba con la mano derecha un látigo color plata que brillaba con cada movimiento que el ruloso hacía. Se encontraban en un lugar que Agustín nunca había visto en su vida, se podría decir que era la “Casa” de Ruggero, completamente de madera y en medio del bosque, esa casa estaba deshabitada desde hace muchos años... Nadie se acercaba ahí.

—¡Por favor, dejame libre! —sollozo el castaño—. Juro que no contare nada de lo que he visto ni de lo que me haz hecho.

Ruggero curvo la comisura de sus labios.

—Me temo que eso no se podrá —se acercó a Agustín y se inclinó para quedar a la altura de él, ya que lo tenía atado de pies y manos en el suelo de la sala de estar—. Hasta que Sevilla acepte lo que le he propuesto.

Agustín abrió los ojos a más no poder.

—¿Quién? —dijo nerviosamente.

—Karol Sevilla, a la que le contaste mi Leyenda, gracias, he —soltó una carcajada—. Estuve lejos de aquí durante 300 años, querido Agustín, pero ahora, nadie podrá hacer que me vaya.

—¿Por qué te empeñas tanto en dañar a la gente?

—¡Porque toda la gente de este maldito pueblo se lo merece, son crueles, sus antepasados mataron a mucha gente inocente! ¿Entiendes? ¡Están malditos, su vida no es más que una condena!

—¡No!, no todos somos así. Por favor, ya no me hagas daño.

Ruggero se levantó y le dió la espalda.

—Todos pagamos por la culpa de otros, cargamos las consecuencias en nuestros hombros —dijo y giró a ver a Agustín—. Como yo...

—Ruggero, sé lo que pasó contigo, pero no por eso debes de tratarnos así, ¡por favor!

—Mi madre siempre me dijo que los humanos son unos egoístas, no les importa el sufrimiento de las demás personas, sólo se importan por ellos mismos y su bienestar, por obtener lo que quieren, les vale una completa mierda que pasan a traer a su propia sangre.

Agustín hizo una mueca de dolor, estaba herido gracias a ese látigo color plata, el brazo derecho tenía una herida bastante grande que preocupaba si no era atendido rápidamente.

—Ruggero, no es justo lo que estás haciendo, nos lastimas y no te importa, ¡estás haciendo lo mismo que las personas a las que aborreces!

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