Capítulo 14

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MACKENZIE

Todo lo que podía pensar era en mi hermano. Cody había estado en rehabilitación más tiempo que en casa; llevaba meses allí, y cada vez que salía, volvía a recaer. Mi madre decía que era un caso perdido, mi padre que la próxima vez sería mejor. Yo pensaba que un día no existiría esa próxima vez.

Había asistido a cientos de charlas para familiares de personas con problemas de adicción, y siempre eramos las mismas personas: familiares que regresaban tras ver a alguien que querían volver a caer en la droga, apuestas o en la autolesión. Nadie quería admitirlo, pero muchos sabían que esa persona por la que estaban yendo allí, no dejaría de intentar terminar con su vida de alguna forma.

Sinceramente yo siempre creí que regresaría a casa. Cuando tenía catorce años y nos mudamos a Nueva York para alejar a mi hermano de sus amigos y las malas influencias, él ya era un adulto. Tenia casi veintidós años, y no parecía querer dejar de consumir con sus amigos. Mi madre se iba a trabajar todo el día, y mi padre se quedaba con él en casa cuidándolo.

Y yo ni siquiera parecía figurar en sus mentes. No solo porque muchas veces olvidan buscarme de la escuela, o comprarme cosas básicas como calzado y ropa, sino porque no era importante. Todo giraba en torno a Cody y su adicción. Y yo siempre creí que siempre sería así; no me molestaba que fuese así. Entendía que él necesitaba ayuda, y que yo no necesitaba demasiado.

Fue por eso que ni siquiera notaron que tenía dislexia hasta mucho tiempo después; o que necesitaba plantillas para los zapatos porque tenía los arcos de los pies vencidos. No lo hicieron hasta que internaron en aquel caro hospital de Connecticut a mi hermano, y tiempo después, mi madre decidió irse.

Al inicio creía que volvería. Pero no lo hizo.

El tiempo pasó, y mi padre se ocupó de todo; tardé meses en hablar con ella de vuelta, estaba muy enojada. Recuerdo que me negué a viajar a verla para Navidad, y dije que me quedaría para ver a mi hermano. Porque no podía entender como aquella persona que había decidido traernos al mundo, luego no había podido quedarse con esa responsabilidad.

Y aunque todo aquello había quedado atrás, en ocasiones fracciones del pasado salían a flote en mi mente para recordarme que no todo era perfecto en mi vida. Sobre todos en momentos como hoy, en los que esperaba junto a una bella música de contestador, que mi hermano respondiese la llamada diaria que teníamos.

— ¡Hola!— atiende el teléfono con felicidad.

— Cody, ¿Cómo estas?— pregunto mientras juego con un lápiz en el escritorio.

— ¡Muy bien! ¿Cómo estas tú?— dice en tono divertido.

— Estoy... bueno, en casa. Papá tuvo que salir a la tintorería de último momento, por eso te llamo yo.— le explico.

— Si, eso está bien. Él siempre llama.— oigo ruidos de fondo, pero no distingo lo que son.— ¿Qué tal tú? ¿Me traerás nuevas fotos la semana entrante?

Observo la vieja cámara de rollo y sonrío. Él me había regalado su cámara antes de irse, y me había hecho prometer que le mostraría el mundo exterior cuando saliese. Era algo así como una promesa, que luego se transformó en mi vocación.

— Por supuesto, iré a verte el fin de semana que viene.— digo emocionada.— Tengo que revelar las fotos de esta semana, que no he podido ir a verte.

— Malditos imbéciles que se contagiaron el puto sarampión.— brama enojado.— Espero todo este bien para la próxima semana.

— Si, seguro que sí.— oigo la puerta de la entrada abrirse.— Espera un segundo, creo que papá...

Amor en Instantáneo (SIEMPRE #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora