5| Sarcoma

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Me diagnosticaron cáncer a los huesos a mis siete años

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Me diagnosticaron cáncer a los huesos a mis siete años.

Cierto día, mi papá decidió enseñarme a jugar fútbol porque según él, debía aprender cosas de hombres. Por aquel entonces odiaba los deportes, pero insistía muchísimo.

En uno de sus entrenamientos me caí y noté que una pequeña masa sólida crecía en mi pierna derecha. Ese tumor vino acompañado del sarcoma que durante tantos años me torturó. Mi vida cambió, tomó un rumbo para el que no estaba preparado y me vi envuelto en un torbellino de incertidumbre.

De pronto, pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital y mi temor a las inyecciones se intensificó. No ayudaba que una enfermera me pinchara casi a diario. Me costaba entender lo que sucedía. Apenas empezaba a descubrir el mundo, y de todas las realidades existentes, me tocó toparme con esa.

Fue en ese momento que, quizá, la vida se apiadó de mí y me envió un ángel. Este llegó convertido en una niña de ojos azules y cabello castaño claro, con una sonrisa contagiosa. Entró de la mano de su madre a que le practicaran la quimioterapia y nuestras miradas se encontraron. Al principio no lo sabía, pero su luz alumbraría mi camino y me alentaría a mantenerme en pie. Se acercó a hablarme luego de recibir su primera sesión y me contó que padecía leucemia, cáncer que heredó de su mamá, quien también luchaba por vivir.

Presencié cómo desaparecían sus pestañas, su larga cabellera y sus cejas, igual que las mías. Aun así, se esforzaba por sonreír. Por eso el día en que llegó con los ojos llenos de lágrimas deduje que algo terrible acababa de suceder. Su madre murió tras una incansable lucha, lo cual la devastó. Pero no podíamos detenernos, debíamos seguir adelante, porque eso nos prometimos el uno al otro.

Unos meses después, vencimos aparentemente al cáncer y nos dieron de alta. Paramos de vernos tan seguido, puesto que sólo acudíamos al médico para nuestros controles. Sin embargo, después de un tiempo, sufrimos una fuerte recaída que nos volvió a juntar y terminamos siendo mucho más unidos. Ella se convirtió en mi refugio contra el mundo, uno que comenzaba a detestar.

Hasta que dejó de venir al hospital y mis padres me contaron que había muerto.

Recuerdo patente ese día, ¿cómo olvidar el dolor que sentí? Todavía permanece aquel vacío, persiste cual agujero negro que me carcome por dentro.

Porque ella me vio llorar y lloró conmigo, ella sostuvo mi mano antes de ingresar al quirófano, ella me regaló mi primer cuaderno de escritura, ella creyó en mí cuando ni yo mismo lo hacía. Ella me aseguraba que no era un inútil y que mis padres se equivocaban.

Ella se llamaba Kiara y nunca pude decirle lo que sentía.

—¿Todo bien? Ya terminó la clase.

Me revuelvo en mi asiento bruscamente y volteo hacia Axel. Sólo quedamos nosotros en el salón. Me distraje demasiado.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora