32| En busca de regalos

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Me despierto revuelto entre las sábanas, con los finos rayos de sol cayendo de lleno en mi rostro y el cantar de las aves

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Me despierto revuelto entre las sábanas, con los finos rayos de sol cayendo de lleno en mi rostro y el cantar de las aves... Bueno, en realidad me espabila el almohadón que impacta contra mi cara un sábado por la mañana.

Ninguna luz externa se cuela al interior de nuestra habitación, pues a principios de diciembre el cielo se halla cubierto de nubarrones. Adoro este clima. Siento que encaja conmigo. El olor a tierra húmeda me agrada casi tanto como el aroma a libros nuevos.

Ignoro los gritos de Axel, quien este fin de semana decidió quedarse en la universidad para culminar trabajos finales. Han transcurrido ya tres de semanas y nos acercamos a fechas navideñas, las cuales detesto pasar solo. Probablemente mis padres salgan de viaje de negocios y, como el año anterior, deba quedarme en la universidad ya que, de regresar a casa, nadie me recibiría.

Avanzo hacia el ventanal y, creyéndome el protagonista de una historia de Wattpad, abro las cortinas como si afuera no estuviera por echarse a diluviar. Sin embargo, empleo tanta fuerza que la barra de metal que las sostiene se descuelga y me golpea en la cabeza. En consecuencia, caigo al suelo con un terrible ardor en la frente y me enredo con la tela.

Cualquiera correría a revisar que no he quedado inconsciente, pero Axel larga una carcajada que resuena en las cuatro paredes de nuestra habitación. Aparto la seda que me cubre por completo para enfocarlo con el ceño fruncido. Quizá la persona que escribe mi libro me detesta, ¿acaso planea matarme? Mejor no le doy ideas.

—¿Por lo menos puedes disimular?

—No me reía de ti, sino de... —Mueve sus pupilas y señala las ramas del árbol que roza la ventana—. Esas dos palomas que se están comiendo el pico.

Me giro hacia allí y arrugo la frente. No poseen pudor.

—Ojalá que no hagan cosas raras por la noche, porque ya nada nos impedirá observar su excesiva demostración de afecto.

—¿No volverás a colocar ese fierro en su sitio? No me apetece que la gente que circule por el patio me vea desvestirme.

—Lo intentaré. —Me levanto del suelo, adolorido, y le echo un vistazo a los ganchos que sujetaban el soporte—. No me culpes si eres el próximo al que noquea esta barra. Aprovecharé tu inconciencia para robarme tus libros. Comenzaré por los autografiados.

—¿Quieres que publique fotos tuyas de cuando usabas tirantes?

¿A cuántas personas les envió Logan mis fotografías? No debí sacarme tantas. Creía que me sentaban bien, pero causaban que luciera más alto de lo que ya era y acabé pareciéndome a un tallarín estirado.

—¿Me estás amenazando?

—Solo te advierto que... —El móvil de Axel vibra, interrumpiéndolo—. ¡Ah, cierto! Por poco lo olvido, Emily pide que le atiendas el teléfono. Pregunta si estarás ocupado hoy.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora