40| Vuelta a casa

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Camino a paso presuroso a través del patio, con la respiración acelerada y el corazón en la garganta

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Camino a paso presuroso a través del patio, con la respiración acelerada y el corazón en la garganta. Troto hasta llegar al comedor, ignorando las gotas de lluvia que empapan mi cabello. No me habría importado venir anoche, pero cuando Sebastián me contó lo sucedido eran más de las ocho y la universidad ya había cerrado. Si Logan no se hospedase aquí también, me las hubiera ingeniado para escabullirme en las instalaciones. No lo dejaré solo en uno de los peores momentos de su vida. Conozco esa sensación, la viví a los diez años y recuerdo a la perfección la fuerza con que las paredes de mi mundo se desplomaron, aplastándome por completo.

Abro la puerta de golpe y lo busco con la mirada. Una punzada se clava en mi pecho apenas observo su aspecto. Ni siquiera se ha peinado, el labio inferior le tiembla y trae los ojos rojos e hinchados con unas notables ojeras. Hace mucho no lo vislumbraba tan demacrado. Incluso parece costarle respirar y siento que caerá al suelo en cualquier instante, puesto que sus piernas tambalean.

No espero más y me acerco a Sebastián para envolverlo con mis brazos. Justo como si acabase de apretujar un vaso de vidrio, se rompe. Llora sobre mi hombro y oculta su rostro en mi cuello, por lo que me aferro a su abrigo y acaricio su espalda. No existen palabras que sirvan de consuelo o una fórmula mágica para que el dolor desaparezca. Nada funcionaría. Necesita quebrarse para repararse después, cuando se perciba listo, proceso que podría tardar muchísimos años.

—Quiero que todo esto sea una pesadilla. Mamá empezaba a leer mis historias, me prometió que pasaríamos juntos la próxima Navidad y que me apoyaría a cumplir mis sueños.

—Entiendo cómo te sientes. No busco consolarte, porque bien sé que ahora nada te calmará. Solo quiero acompañarte. No pienso dejarte solo.

—Debo conseguir un pasaje de avión para hoy. Mi papá me pidió que regrese a casa.

—Podemos un taxi hasta el aeropuerto antes de que la lluvia se intensifique —le sugiero, con un nudo instalado en la garganta y sin soltarlo—. Adquiriremos un boleto para el vuelo más próximo.

—Pero no estoy listo, Kiara. No soportaré verla dentro de un ataúd. No soy tan fuerte como para depositar flores en una maldita tumba y hablarle a un cemento. —Percibo como su pecho sube y baja, agitado. No descubro que también lloro hasta que algo frío se desliza por mi mejilla —. ¿Por qué no logro despertar?

—Porque esto no es una pesadilla, Sebas.

—La última vez que la vi charlamos con normalidad y no noté nada extraño. O quizá no quise hacerlo —repone, como si uniera las piezas de un puzle—. Parecía cansada y me contó que olvidó consumir su medicación, aunque me prometió que compraría sus pastillas. Estaba muy ajetreada por asuntos del trabajo, iba a reunirse con los nuevos socios de la empresa. Mi mamá dijo que me quería. Hacía años que no escuchaba eso y ahora no lo oiré nunca más.

—Tal vez no te lo repitiera a menudo, pero ella te adoraba. Pese a que a veces te demostrara lo contrario, te amaba a su manera. —Me esfuerzo por sonar firme. Sebastián requiere de un pilar que lo sostenga, no que se derrumbe consigo—. Y eso a ti te confundía, ¿cierto? Te lastimaba —Asiente, sin mirarme—. Te llamaba inútil y menospreciaba tus logros. Fue muy estricta contigo, mas era la primera en quedarse a tu lado en el hospital.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora