Una bailarina de ballet fue lo que plasmé en aquella simple hoja de papel para convertirla en algo especial. Los matices de su vestido intentan camuflarse entre ciertos reflejos, pero se vislumbran para abrirle paso al contraste de los colores que tiñen su atuendo: azul, amarillo, rojo, verde y anaranjado. La retraté en plena danza, con su cabello rubio recogido en un moño y las venas marcadas en su cuello. A diferencia de la parte de arriba, la de abajo carece de color. Su vestimenta se difumina para cederle espacio a las calles grises de una ciudad que dibujé en la zona inferior, sobre la cual cae una especie de lluvia multicolor.
La semana anterior asistí a la función de baile que organizó el teatro del centro. Me inspiré en Juliet Fresia, una bailarina bastante reconocida que participó del espectáculo. Según escuché, se encontraba de gira por Europa y para ser la primera vez que la veía danzar, me encantó la pieza que interpretó.
De pronto, suena el claxon del auto de mi hermano, arrancándome de mis cavilaciones. Cuelgo el dibujo en la pared de mi habitación, utilizando la misma cinta adhesiva dorada de siempre. Retrocedo para visualizar de lejos el árbol pintando allí que ahora atesora un dibujo más. Quedó mejor de lo que esperaba.
—¡Date prisa o llegaremos tarde! —Diego toca la bocina de nuevo.
Le echo un vistazo al cielo nublado y decido llevar una chaqueta por si llueve. Cojo la primera que encuentro en mi armario y gruño apenas vuelvo a oír la bocina. Agarro el frasco de perfume vacío situado encima de mi mesa de noche y lo lanzo por la ventana. El recipiente roza el parabrisas y cae al suelo, rompiéndose en pedazos.
Lo escucho quejarse, mas opto por ignorarlo. Tomo mi mochila y bajo las escaleras a paso presuroso, aunque dudo que Diego se vaya mí. Al transitar por la cocina me topo con paquete de galletas y lo guardo en mi bolsillo, pues desayunaré dentro del auto. Nuestro padre partió a trabajar hace media hora y nosotros no regresaremos hasta pasadas las tres de la tarde. La casa se quedará vacía todo el día, así que me aseguro de cerrar con llave.
—Rayaste el vidrio del auto.
—¿Y qué harás ahora? ¿Me acusarás con papá? —retruco, en lugar de disculparme—. ¿No sabes defenderte solo?
—Alguien amaneció de malas. Ojalá se te pase con buena música.
Ambos abordamos el coche y me acomodo en el asiento del copiloto. Bajo la ventanilla y esta le permite el ingreso de una fría brisa de otoño. Introduzco mi mano en mi bolsillo, en busca de las galletas que guardé y me llevo una a la boca. El vehículo empieza su recorrido y me distraigo apreciando las calles.
Los dos estudiamos en universidades diferentes, pero Diego suele dejarme en la mía todos los días. Accedo a convidarle unas galletas cuando frenamos en un semáforo y enciendo la radio para escuchar What is love de Haddaway durante el resto del trayecto. Antes vivía lejos de la escuela y llegaba temprano. Ahora vivo a unas calles de la universidad y llego tarde. Qué ironía. Pero este año me propuse cambiar.
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Dibújame entre letras
Teen Fiction«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas». Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...