La clase Lingüística termina y llega la hora del almuerzo. Salgo del salón y apenas avanzo unos pasos, alguien me agarra del cuello de la camisa. Me volteo de inmediato para toparme con la frente arrugada de Axel. Olvidé reservarle asiento antes de que comenzara la cátedra y no le quedó más remedio que ocupar una carpeta del fondo. Su vista nunca confabula a su favor, así que imagino que estirarse a observar el pizarrón no le surtió mucho efecto.
—¿Por qué no me guardaste sitio? ¡Tuve que sentarme atrás! ¿Acaso no pudiste compadecerte siquiera un poco de este miope?
—Lo siento. No recordé que compartíamos esta clase.
Axel acomoda sus gafas sobre el puente de su nariz con el dedo medio. Sé que lo hace a propósito y no puedo evitar reírme. Luego le prestaré mis apuntes.
—Si continúas con esa actitud no volveré a prestarte ningún libro —amenaza y me giro hacia él, aterrado—. Sigo indignado porque no me regalaste un marcapáginas.
—¿Querías uno de Oliver Twist?
—¡Era tu obligación moral!
Hace unos días le mostré algunos separadores que confeccioné para los pocos libros que poseo. No creí que fuera a encantarle tanto mi trabajo, pero al parecer es uno de mis talentos ocultos. Me motivó a practicar ese arte la crueldad de ciertas personas por doblar la esquina de la hoja. No sé cómo duermen en las noches.
—Si prometes volver a prestarme otro libro, te obsequio un marcador. Solo recuérdamelo.
Camina a mi par y nos alejamos de los pasadizos. Abandonamos el edificio que nos corresponde y salimos hacia el patio para cruzar la loza deportiva, donde un grupo de chicos juega baloncesto. Se pasan la pelota y uno celebra al encestar, mientras que yo los observo de reojo. Me gustaría atesorar esa misma destreza para los deportes. Cuando ingresamos a la cafetería, la busco inconscientemente entre las personas y me aproximo para ver mejor el panorama. Kiara suele venir a comer aquí, así que quizá nos crucemos adentro.
—¿Estás bien? Te noto muy distraído desde ayer, ¿no te gustó el final del libro que te presté? —intenta adivinar Axel.
Únicamente Logan sabe lo que sucedió, porque lo llamé el viernes cuando sentí que el aire me faltaba. Apenas conseguí calmarme, se lo conté todo. Él me ayudó a comprender que no estaba soñando, por más surrealista que pareciera la situación. Pensé que estallaría, pues no podía ni siquiera mantenerme en pie. La voz me temblaba, aunque la recuperé de a poco. Esa noche no dormí, atormentado por recuerdos y sumergido en lágrimas de impotencia.
Mis padres nunca aprobaron mi amistad con Kiara. Muchas veces mamá la catalogó como una mala influencia y me enteré de que un día le pidió que me dejara en paz. Siempre detesté su afán por hacerle creer que me agobiaba. La culpó aquella vez que me caí jugando en el patio trasero del hospital. Cuando, en realidad, la culpa fue mía por tratar de bajar del columpio aún en movimiento. No solo lloré por el golpe en la cicatriz de mi pierna, sino por el que luego me propinó papá.
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Dibújame entre letras
Ficção Adolescente«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas». Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...