Una semana después de nuestra discusión, bosquejo en mi cuaderno de dibujo, sentada en una de las bancas del patio de la universidad. No he hablado mucho con Sebastián en estos últimos días y, en nuestras cortas conversaciones, evité tocar el tema de la universidad. No asimilo la idea de que se marchará y no lo encontraré todos los días escribiendo en la cafetería, pues aquello se ha convertido ya en nuestra rutina. Temo que no cambie de opinión y descubra tarde lo equivocado que estuvo al renunciar a sus sueños. No quiero que se condene a sí mismo a ser infeliz por el resto de su vida.
Sin embargo, intentar convencerlo de quedarse aquí, implicaría otra pelea y detesto discutir con él. Siento que nos hemos distanciado, pues la última vez que tomó mi mano fue cuando salimos del gimnasio. Esa misma noche les conté a papá y Diego lo sucedido, puesto que sus preguntas llegaron apenas notaron la ausencia de mi sonrisa. Lo echo de menos, pese a que todavía no se ha ido. Por eso intento distraerme, volcando por completo mi atención en lo que más me gusta hacer. Hasta antes de ingresar a estudiar aquí, dibujaba sin bocetos. Los incorporé en mi proceso creativo por sugerencia de los maestros y aquello causó que obtuviera mejores resultados. No me cabe duda de que este dibujo me gustará tanto como los otros, solo que me sobresalto y cierro el cuaderno de golpe cuando unos labios besan mi mejilla, frenando con mi labor. La risa que escucho me provoca un revoltijo en el estómago al mismo instante en que me volteo.
—Perdón, no planeaba asustarte.
—No lo hiciste. —Sebastián me sonríe y se acomoda junto a mí en el asiento—. En realidad, eres lindo.
—¿Intentas levantarme el ego?
—Soy sincera contigo, como de costumbre. Tú me dices que te parezco linda muy seguido, debería repetirte lo mismo a ti más a menudo a ver si te lo crees.
—Sí te creo, confío en ti. —Pero, por desgracia, no piensa que estoy en lo cierto al afirmar que sus historias son asombrosas—. Sé que no me mentirías. Cuando asistíamos al taller de dibujo del hospital, me decías directamente que mis dibujos eran horribles.
—¿Sigues usando palitos?
—No te burles de mí. Hieres mis sentimientos y después dices que tengo baja autoestima.
—Si no fuera por nuestra enfermedad, me gustaría regresar a ese entonces y ser de nuevo esa niña que te arrastraba de un lugar a otro —confieso, sintiendo un vacío en el pecho. Acabo de recuperarlo y me asusta la idea de perderlo otra vez—. La que esperaba que te voltearas para robarte los bizcochos de calabaza.
—Me robaste algo más que eso. Pero descuida, no te pediré que me devuelvas el corazón. Puedes quedártelo.
—Prometo no dejarlo caer.
Durante un instante, coloca una mano sobre la mía. Sin embargo, la retira para extraer una pequeña caja de su bolsillo y la tomo cuando me la extiende.
ESTÁS LEYENDO
Dibújame entre letras
Teen Fiction«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas». Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...