«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas».
Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...
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Giro sobre mis talones y me observo al espejo de mi habitación para constatar que luzco lo suficientemente presentable. Aunque me he dejado el cabello suelto, este no se halla desordenado y alcanza a tocar mi espalda, pues creció varios centímetros desde la última vez que me lo corté, cuando regresaba del parque de invierno con Sebastián. Desearía que estuviese aquí. Pese a que me envió un mensaje anoche, deseándome suerte en mi primera exhibición de arte y disculpándose por no poder asistir hoy, no lo siento tan presente como me gustaría. Esperaba que llamara temprano por la mañana, mas no lo hizo y prefiero no escribirle porque de seguro se encuentra ocupado con la entrevista que tiene programada con su nueva universidad. Incluso el árbol pintado en mi pared del que cuelgan varios de mis dibujos me recuerda su ausencia, ya que juntos pegamos los que arrancamos de mi último cuaderno.
Sin embargo, conforme mi vista se pasea por cada uno de ellos, redescubro lo mucho que adoro mi trabajo. Me siento orgullosa de mí, de lo que conseguí gracias a mi esfuerzo y dedicación, virtudes que heredé de mi madre. A ella le hubiera encantado acompañarme a la exposición. Fue quien me enseñó a pintar, a perseguir mis estrellas y a no dejarme vencer por los obstáculos que me imponga la vida. Estuvo a mi lado en todo momento, al igual que Sebastián, cuyo retrato se exhibe en la cima del árbol. Sé que conserva la otra mitad del dibujo, aquella donde aparezco sonriendo. Jamás la tiraría. Tal vez estemos a miles de kilómetros, pero estoy segura de que no se ha olvidado de mí y yo tampoco de él.
Aun así, necesito llevar conmigo algo que me ayude a sentirlo cerca a pesar de la distancia, por lo que ato a mi cuello el colgante que Sebastián me regaló por mi cumpleaños y acaricio la cápsula que contiene la rosa para después abandonar mi alcoba. Por desgracia, no permiten el ingreso de mascotas al evento, de modo que leo permanecerá en casa y no puedo más que rascarle la cabeza antes de subir con Diego al auto de papá. El primero me sonríe por el espejo retrovisor y maneja hasta el museo, al cual llegamos bastante rápido. Una vez allí, dirige el vehículo al estacionamiento para aparcarlo y bajamos del vehículo para adentrarnos en las instalaciones. La gala empieza en una hora, pero debo presentarme con anticipación.
—¿Ves dónde estás parada ahora? —Diego coloca una mano sobre mi hombro—. Gracias a ti y a tu talento. El mundo del arte conocerá a una nueva estrella hoy.
—Quiero agradecerles también a ustedes, creyeron en mí y me apoyaron en todo momento —les sonrío y volteo hacia papá, quien se acerca para besarme la frente—. Yo no seguiría viva si no me hubieses donado tu médula ósea. Nunca habría cumplido mi sueño de no ser porque tomaste esa decisión.
—Y lo volvería a hacer. Daría lo que sea por ambos.
—¿Te imaginas lo feliz que se sentirá mamá allá arriba? —Mi hermano señala el cielo, mediante una de las ventanas del salón en que nos situamos—. Finalmente lo conseguiste. Acabas de demostrarte a ti misma que eres capaz de cualquier cosa.
—Por eso la incluí en mis pinturas —confieso, con la vista fija en las nubes. Una brisa fría me estremece, pero mi padre pasa un brazo por encima de mis hombros, regresándome la calidez—. Como una forma de homenajearla por lo mucho que aportó a mi vida. Necesito tenerla presente en cada paso.