Un refugio ideal

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9 años

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9 años

Saltaba detrás de ella bajo la lluvia y aplastaba tantos charcos de lluvia como podía. Kiara brincaba delante de mí, resguardándose debajo de un paraguas púrpura y protegiéndose del frío con un impermeable amarillo. Sus botas rojas no se quedaban quietas, puesto que se movía de un lugar a otro y me costaba alcanzarla.

Entre risas, yo vigilaba de reojo la puerta que conducía al interior del hospital para asegurarme de que nuestros padres no estuvieran cerca. Nos habrían regañado al enterarse de que jugábamos afuera en pleno invierno. El gélido aire calaba mis huesos pese al abrigo que traía puesto, mas no me detuve.


—¡No te quedes ahí, ven! ¡Quien salte en más charcos gana! —me llamó apenas notó que yacía volteado y brinqué hacia el lagunajo más cercano.

—¡Si nuestros padres nos descubren, nos castigarán!

—A mí nunca me castigan. Soy la favorita.

—Pues me alegro por ti. Pero si mi papá se entera, se enojará conmigo y me... —Dejé la frase incompleta, pues diminutas gotas de lluvia mojaron mis pantalones—. ¡Me acabas de salpicar!

—¿Cuántos charcos llevas tú? Yo veinte.

Ella ignoró mi protesta y resoplé, fingiendo enojo. Guardé silencio mientras recontaba los lagunajos en los que había saltado y bajé la mirada al percatarme de mi derrota.

—Quince, has ganado.

Estornudé cuando una ráfaga de viento impactó contra mí y me sorbí la nariz.

—¿Estás bien? Mejor vamos adentro. No quiero que te resfríes. Falta poco para Navidad y si Santa te ve con la nariz roja te confundirá con Rodolfo, el reno.

—No pasa nada. Debe ser el aire.

—¡Veintiuno, veintidós, veintitrés! —Kiara se aproximó brincando hacia mi posición—. Suficiente por hoy. Te enfermarás si nos quedamos aquí. Quiero que pases las fiestas conmigo, no en un trineo. Ya me vencerás otro día. Ahora entremos que me hace mucha ilusión darte un regalo.

Reacomodó el gorro sobre mi cabeza y disipó la gota de lluvia que se deslizaba por mi frente. Me entregó el paraguas y nos resguardé a ambos debajo de este. Al momento en que entrelacé nuestras manos y descubrí que la suya se hallaba fría, comencé a acariciar sus nudillos con la yema de mi pulgar mientras ella me conducía de regreso al hospital. Nos limpiamos los zapatos de lodo en el tapete de la entrada para eliminar sospechas de que anduvimos bajo la lluvia.

Me jaló del brazo para incitarme a caminar y llegamos hasta la sala de esparcimiento donde había dejado su mochila. La recepcionista nos observó desde el mostrador con la frente arrugada y nos invitó a acercarnos.

—¿Sebastián y Kiara?

—No, somos Serafín y Kimba.

Enarqué una ceja, ¿no se le pudo ocurrir algo mejor? La señorita nos miró con incredulidad.

—Buen intento, niños. Sus padres los están buscando. Hace media hora le prometieron al señor Rose que irían a comprar comida de la máquina expendedora de allá. —Señaló aquella situada en el pasillo. Nos habían descubiertos—. ¿Salieron al patio?

—Lo sentimos. Por favor, no se lo diga a mi padre. Él se enojará mucho conmigo —le rogué con miedo de recibir otro golpe.

—Si ellos me preguntan, les responderé que los encontré aquí y que no quisieron contarme a dónde fueron, ¿de acuerdo? —Asentimos y suspiré, aliviado, cuando la recepcionista volvió a centrarse en sus apuntes.

Bajé la vista y mi corazón se aceleró: nuestras manos continuaban entrelazadas. Mi órgano vital pegó un salto y se estremeció en mi interior. Aquellos, por alguna razón, eran los efectos que surtían en mí su cercanía. Kiara me condujo hacia los asientos ubicados en un rincón de la sala y abrió su mochila. Sacó de ella una caja rectangular plana envuelta en papel de regalo blanco con estrellas doradas y me la entregó.

—Espero que te agrade. Mamá me ayudó a envolverlo.

—Se ve lindo por fuera. Seguro que me gustará más lo que hay dentro.

Rompí el papel con delicadeza y coloqué los restos sobre el asiento. No tardé en descubrir que adentro se escondía un cuaderno de textura rugosa con la pasta decorada de azul brillante. Mi inicial yacía en el centro: una letra «s» de color plateado con pequeñas lentejuelas incrustadas y en la esquina superior derecha se hallaba una pegatina de rayo dorado.

—Desde ahora este será tu cuaderno de escritura —anunció con une sonrisa—. Puedes escribir allí todas las historias que surquen tu mente. No temas plasmarlas en papel, anímate a recorrer el mundo con ellas.

—¿Crees que a los demás les gusten mis escritos?

—Obvio que sí. Pero recuerda que a la única persona que deben fascinarles sí o sí eres tú. Abraza tu talento, siéntete a gusto con él.

—Gracias por confiar en mí, Kiara. —Me acerqué para rodearla con mis brazos—. Algún día escribiré un libro sobre nosotros para que todos sepan lo increíble que eres.

—Y yo estaré ahí para leerla —afirmó sin separarse—. Aunque primero me gustaría aclararte que recibir ese cuaderno no te exonera de contarme historias antes de dormir.

—¿Cómo que no? Tenía la esperanza de que me dejaras descansar tranquilo.

Sus labios se curvaron hacia arriba y su hoyuelo se marcó. El corazón me palpitó con fuerza y un puñado de emociones me retorció el estómago.

—En el fondo me adoras.

Sí, la adoraba. Pero solo me atreví a sonreírle y descendí la mirada al sentir que mis mejillas ardían.

—Escribiré aquí todos los días. Ya verás que pronto estará lleno. —Abrí el cuaderno y pasé las páginas en blanco—. Te lo prestaré cuando te aburras.

—Le puse una dedicatoria el principio. —De inmediato regresé al comienzo y sonreí al leerla—. Pensaba que te parecería tonto, me tacharías de ridícula, lo tirarías a la basura y después lo quemarías en una fogata.

—¿En serio me crees capaz de algo así?

Kiara negó y se echó a reír. Estaba bromeando.

—Tú no matas ni una mosca, Sebas. Te dan miedo las ratas y las confundes con ardillas.

—A ti te asustan las arañas, así que te obligaré a ver La telaraña de Charlotte.

—En realidad, esa película me agradó bastante —afianzó, cruzada de brazos—. La araña evita que el cerdito se convierta en chuletas de puerco. Es mucho mejor persona que tú.

—¿Persona? Es un insecto.

—Tú me entiendes.

—La verdad no. Eres muy rara, pero no cambiaría nada de ti —le aseguré y volteé hacia ella—. Espero que nunca nos alejemos. Desearía tenerte en mi vida siempre.

En respuesta, Kiara volvió a abrazarme y me invitó a tomar asiento a su costado. Apoyó su cabeza en mi hombro y extrajo un lápiz de su mochila, el cual me entregó para que empezara a escribir.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora