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Abro los ojos con pesadez, adaptándome a la claridad del día

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Abro los ojos con pesadez, adaptándome a la claridad del día. Sonrío cuando reparo en el brazo que rodea mi cintura y en la camiseta negra que traigo puesta. Lleva impregnado el olor de Sebastián y es por lo menos una talla más grande que la mía, mas no pienso quitármela pronto. Siento su respiración acompasada y los latidos de su corazón, pues mi oído yace sobre el lado izquierdo de su pecho.

Hemos dormido juntos antes, pero no de esta forma. Una parte de mí aún nos ve como esos dos niños que corrían a esconderse de las enfermeras para que estas no los pincharan. Ambos cambiamos muchísimo durante el tiempo que pasamos separados. Sin embargo, nuestro vinculo no hacen más que fortalecerse. Me remuevo bajo las sábanas y me levanto unos centímetros del colchón para peinar el flequillo que cae por su frente. Entonces lo descubro despierto.

—Buen día —me sonríe. Arrastra las palabras al hablar y se frota los ojos.

—¿En qué momento te despertaste?

—Hace treinta minutos, pero tú parecías bastante cómoda, ¿dormiste bien?

—Sí, gracias por el servicio.

—Puedes volver a usar mi pecho como almohada cuando quieras. Solo golpeo cuando sueño que me roban mis libros.

—Creo que esa sería tu peor pesadilla.

—Si sucediera después de donar un riñón, claro que sí. —Su estómago vibra al reír y deposito un beso en su cuello, el cual causa que se estremezca—. ¿Qué crees que signifique soñar con un asalto?

—No creo que todo posea un significado. O al menos, no le encuentro ninguno a mi sueño donde caen peces del cielo y un unicornio que escupe fuego cabalgado por Obama los engulle uno a uno mientras los Teletubies danzan bajo la lluvia junto a Barney.

—Sí le hallo sentido a eso. Significa que tu imaginación es la más extraña que conozco. Pero, aun así, me gusta dormir contigo.

—Tienes gustos muy raros.

—Ya sé que eres rara.

—Y tú no te quedas atrás.

Observo el reloj de pared para corroborar que aún no marquen las diez. Acordé reunirme con Anthuanet a esa hora y debo salir de casa a las nueve si no deseo llegar tarde. Llevo escabulléndome desde hace un mes para acudir al museo y, aunque esconderlo se torna cada vez más difícil, revelarlo no está en mis opciones. No me agrada en lo absoluto ocultárselo a Sebastián, mas no puedo mencionarle ningún detalle si quiero sorprenderlo. Me esforzaré porque la espera valga la pena y para que, después de todo, quede encantado con mi trabajo.

—Mejor acostúmbrate. Así será cuando nos casemos, ¿no? —Temo sonar apresurada, pero él asiente con suma naturalidad. Me alegra que también nos idealice juntos en el futuro—. Si con la edad empiezas a roncar, te enviaré a dormir con el perro. O nuestra mascota se quedará conmigo y tú irás al patio.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora