39| Un mundo fragmentado

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Toqueteo mi barbilla y enarco una ceja, imitando los gestos del personaje

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Toqueteo mi barbilla y enarco una ceja, imitando los gestos del personaje. Luego le sonrío al libro y cambio de página para seguir con mi lectura. Sumergirme en esta historia me ha ayudado a desconectar mi mente de la realidad. Siempre vi las letras como un refugio contra el mundo.

Los comentarios negativos en mis redes sociales han aumentado y, aunque trato de ignorarlos, cobran mayor fuerza con el pasar de los días. Después de que Kiara descubriera mensajes de odio en mi tablero de Wattpad, ella y Axel denunciaron a los usuarios. Y pese a que sus críticas carezcan de fundamentos, no puedo evitar pensar que quizá no soy tan bueno en esto como creía. Por esa razón, me he dedicado a corregir mis capítulos esta semana. Sin embargo, prometí asistir a la salida de cumpleaños de mi amigo, así que ahora me encuentro en el Palacio Pitti. Tras el recorrido por las instalaciones, nos dirigimos trasera de dicha construcción y hallé asiento en un pequeño muro de concreto. Pero una voz destruye las imágenes que se forman en mi mente conforme bajo entre las líneas.

—¿Qué lees? ¿Uno de los libros que te regaló Emily? —Asiento ante la pregunta de Ivet y regreso mi vista a la maravilla con letras que tengo conmigo, mas ella insiste—: ¿De qué trata? ¿Viene con dibujos?

Coloco el separador donde me quedé con una sonrisa forzada y le muestro las ilustraciones de las primeras páginas. Observo por el rabillo del ojo a Axel sacándoles una fotografía a Anthuanet y a mi novia cerca a la pileta, rodeada de estatuillas de piedra de ángeles con flechas. Parecen estarse divirtiendo.

—Narra la historia de Ava, una chica que viaja a Tokio para escapar de sus problemas y allí conoce a una tatuadora japonesa con la que inicia un romance.

—¿Ella es la protagonista? —Vuelvo a asentir cuando apunta con su índice el dibujo ubicado al comienzo—. ¿Por qué carga un conejo? ¿Mascota suya?

—Se llama Panda.

—Yo también tuve uno de pequeña. Le puse de nombre Pipo. Era bien esponjoso, de color negro y orejas alzadas. Le encantaba que le rascara la nariz. No se asemejaba mucho a ese de ahí. —Me arrebata el ejemplar para señalarlo y hojear las páginas, contemplando los bocetos en blanco y negro de los personajes—. ¿A ti no te gustaría adoptar un conejo?

Logan se despide del grupo de turistas con que platicaba y posiciona una mano en el hombro de Ivet. Le quita la novela para después entregármela y me apresuro a continuar con la historia, agradecido porque el libro por fin regresara a mis manos.

—Basta, ¿no ves su cara de «no me hables y déjame leer tranquilo»? —Yo no lo hubiese dicho de ese modo, pero mis gestos lo expresan—. Creo que prefiere seguir con su lectura en vez escucharte.

—¿A quién no le interesaría oír la historia de Pipo?

Mejor ni le contesto.

—No te lo tomes personal. Ya verás cómo me ignora a mí también. —Aprieto los labios y masajeo mi sien. Aquí viene—. ¡Sebastián! ¿Recuerdas a qué centro comercial te acompañé a comprar ropa interior cuando la aerolínea perdió tu maleta?

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora