Recaer en las sombras

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12 años

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12 años

Yacía sentado sobre su cama y sostenía entre sus manos el dibujo que le regalé la semana anterior, el cual rompí por la mitad. Acordamos que cada uno conservaría la parte del retrato donde aparecía el otro, de modo que yo me quedaría con la viva imagen de su sonrisa. Lucía demasiado concentrado como para descubrir que llevaba mirándolo desde hace unos minutos.

Aprovechando que no me veía, me acerqué al cajón de la cómoda y lo abrí en busca de la rasuradora. Vislumbré mi cabello en el espejo y un nudo se formó en mi garganta. Me pasé una mano por encima y se desprendieron algunos mechones. Detestaba que se cayera.

Había recaído en la leucemia tres meses atrás y ya conocía lo que vendría a continuación. Volvería a perder mi cabellera y las quimioterapias me causarían náuseas otra vez, además de dejarme cansada y sin energía. No aguantaba más. En mi cabeza apenas permanecían unos cuantos cabellos que se caerían tarde o temprano. Preferí ahorrarme la desagradable sensación que me producía presenciar cómo se escurrían entre mis dedos y encendí la rasuradora.

Percibí la mirada de Sebastián sobre mí, mas no me detuve. Acabé con los restos de mi cabello y en poco tiempo, nada cubría mi cabeza. No logré retener las lágrimas y estas terminaron resbalando por mis mejillas. Justo entonces me rodearon sus brazos y volteé hacia él para esconder mi rostro en su cuello.

—Detesto vivir así, Sebas. Me gustaría estar allá afuera disfrutando de la vida, porque no sé si esto pueda considerarse una. Es demasiado para mí. Ya ni siquiera tengo a mamá. Ella me aseguró que ambas saldríamos de aquí.

—Entiendo que la eches de menos, Kiara. Creo que todas las personas que la conocieron van a extrañarla, y me incluyo. —El corazón se me encogió y entrecerré los ojos con la esperanza de que el dolor menguara—. No te pediré que no sientas miedo porque yo también estoy temblando ahora. Me asusta lo que se viene, me aterra no volver a ser libre. Pero no nos queda más opción que enfrentarlo. Y no está mal llorar, quebrarnos no nos hace débiles. Muchas veces necesitamos rompernos para reunir fuerzas mientras nos reconstruimos y nos preparamos para arremeter contra las adversidades.

—¿Qué tal si no soy lo suficientemente fuerte? No quiero irme, no cuando todavía me faltan cumplir mis sueños, ¿cómo se supone que estudiaré Artes Plásticas si el cáncer acaba conmigo antes de que me gradúe de la escuela?

—Yo tampoco me quiero ir —titubea Sebastián mientras acaricia mi espalda—. Me quedan tantos libros por escribir e historias por contar. Detesto que una enfermedad dispuesta a truncar todo mi futuro aparezca. No puedo prometerte que mañana estaremos sanos como por arte de magia, pero sí que te acompañaré durante lo que dure esta pesadilla.

—¿Y después de esto? ¿Seguiremos juntos?

—Si gustas incluirme en tu vida, claro que sí. —Asentí de inmediato, mas no levanté la mirada—. Me gustaría estudiar en la universidad contigo. Lo desearé cuando me toque soplar las velas en mi próximo cumpleaños, porque si se cumple, significaría que ambos habremos salido de esto.

—Ojalá se haga realidad. —Me aparté unos centímetros y me sequé las lágrimas con la manga de mi suéter—. Sabes que preferiría mil veces pasar tiempo contigo en un lugar distinto a este.

—Me gustaría invitarte al próximo baile de fin de curso de mi escuela.

—¿Organizan esos eventos en tu colegio?

Mi curiosidad se disparó, aunque mi angustia no se disipó del todo. Volví a llevar la escolaridad en casa al remitir el cáncer, así que mi tiempo en aquel sitio denominado escuela había sido escaso. Esperaba que mi situación cambiase pronto.

—El último fue ayer por la noche, pero mis padres no me permitieron asistir. Aunque no planeaba hacerlo de todas formas, falto demasiado y no tengo muchos amigos.

—Quizá puedas convencerlos de que te dejen acudir al siguiente baile. Nunca he ido a ninguno, pero me encantaría que mi primera vez fuera contigo.

—¿Crees que tu papá te daría permiso? —Distinguí la ilusión en la sonrisa que esbozó.

—No veo por qué no. Puede que no me permita quedarme pasada la medianoche, pero valdrá la pena, ¿no? Intenta convencer a tus padres. —Asintió, y si antes sus ojos lucían brillosos por las lágrimas, ahora no solo se debía a ellas.

—También iré pensando en cómo pedirte que vengas conmigo.

—Como sea te diré que sí —le anticipé—. O me adelantaré y te invitaré yo si tardas mucho.

Me coloqué de puntillas para reacomodarle el gorro que cubría su cabeza y rocé su mejilla con mi pulgar. Mi mirada decayó entonces en la cómoda ubicada a nuestro costado, donde permanecían nuestros retratos. Por algún motivo, Sebastián no paraba de mirarlos y unir sendas mitades. Ambas se complementaban y encajaban a la perfección, pues habían nacido de la misma hoja.

—Lo siento, es que amé el dibujo y amo llevarlo a todas partes. No se me perderá, descuida. Sé tener cuidado.

—Confío en que lo guardarás bien, o de lo contrario no te acompañaré a ningún baile. Así que procura no olvidarlo por ahí y yo me encargaré de conseguir un lindo vestido.

—No te preocupes por eso. Lucirás hermosa de cualquier manera.

Entrelazó sus manos con las mías y tiró de ellas para obligarme a caminar. Le eché un rápido vistazo al reloj y noté que marcaba las cinco. Los bizcochos de calabaza debían estar a punto de ser retirados del horno de la cafetería. Siempre los colocaban en el mostrador a dicha hora, por lo que presentía a dónde planeaba conducirme.

—Si te apetece, puedo invitarte un bizcocho —me sonrió—. Traigo algo de dinero.

Avancé hasta su posición y asentí, para después salir hacia el pasillo con Sebastián. Era parte de nuestra rutina frecuentar el comedor para probar los deliciosos postres que preparaban. No se lo mencioné porque nuestra charla tomó un rumbo ameno y no quería que resurgiera el tema anterior, pero temía que la enfermedad me consumiera antes de su próximo baile de fin de curso. No me quedaba más opción que aferrarme al presente, a que por el momento estábamos juntos y todavía podía abrazarlo.

Estaba a punto de hacerlo cuando mi vista se nubló y las piernas comenzaron a fallarme. Todo giraba a mi alrededor y se me dificultaba respirar. Sebastián intentó sostenerme y cogí su chaqueta en un esfuerzo por reincorporarme, mas mis ojos amenazaban con cerrarse.

—Sebas... —La voz me brotaba entrecortada—. No puedo... No respiro... —mascullé, aún con la visión borrosa.

En su rostro divisé el pánico y, aunque era incapaz de verme a mí misma, juraba que el miedo se había adueñado de mis facciones también. Me importó poco que las personas transitando por el pasadizo se detuvieran a observarme, pues ni siquiera distinguía por completo sus rostros.

—¡Doctor Mayer! ¡Señorita Berry! ¡Señor Rose! —exclamó sin soltarme. Mantuvo una mano en mi cintura para impedir que mi cuerpo impactara contra el suelo.

Sonabadesesperado y de alguna forma, odiaba que se sintiera así por mí. Yo nocontrolaba la enfermedad, pero detestaba causarle preocupación. Vislumbré dossiluetas vestidas de blanco corriendo hacia nosotros antes de que la sensaciónde ahogo se intensificara y todo se tornara negro.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora