17| La valentía para cambiar el mundo

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Hay tantas cosas que quiero contarle, pero justo ahora lo único que implora a gritos mi corazón es lanzarme a sus brazos

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Hay tantas cosas que quiero contarle, pero justo ahora lo único que implora a gritos mi corazón es lanzarme a sus brazos. Aferrarme a ella para nunca más soltarla. Porque siento que después de años a la deriva, he encontrado un salvavidas que me llevará de regreso a tierra firme. Durante toda una guerra fue la única persona que tenía, el pilar en que podía apoyarme, la brújula que guiaba mi viaje. Ella estuvo allí cuando mi mundo se caía a pedazos y la atmósfera conminaba con asfixiarme.

Su cabello castaño ha crecido y le llega hasta la cintura. También volvieron sus pestañas, son largas y rizadas, tanto que sus lágrimas se atascan ahí y necesita frotarse los ojos para quitárselas. Ya no presenta la piel pálida, sino sonrosada, sobre todo en las mejillas. Sigo siendo más alto, pues aún puede enterrar su rostro en mi pecho y aunque no me ve llorar, los sollozos que brotan de mi garganta me delatan. La abrazo como si fuese a desvanecerse entre mis brazos. Nos dejamos caer al suelo, porque las piernas me fallan y, si poseía fuerzas, estas acaban de abandonarme.

No puedo hablar ni mantenerme de pie por mucho que lo intente. Las palabras no me salen, mis manos tiemblan y el aire me falta. Una punzada se manifiesta en mi espalda, causando que me duela hasta respirar. Mi visión se nubla y necesito entrecerrar los ojos para que el mareo disminuya, pero no cesa. Siento la cabeza punto de estallar.

—Tus padres... —articula, con la voz quebrada—. Tus padres me dijeron que habías muerto después de que partí de Londres.

Oírlo me sienta cual puñal en el estómago. Mi mandíbula se tensa, a causa de la impotencia. Me aparto un poco para entrelazar su mano con la mía.

—Lo mismo me dijeron de ti a mí.

Guarda silencio. Tal vez con el fin de deshacerse de las lágrimas. Apoya su cabeza en mi hombro y reconozco cierto temor en su mirada cuando me mira. Suspiro con pesadez y me centro en recobrar fuerzas para salir a enfrentar el mundo.

—No pensé que serían capaces de inventar algo así —susurra tan cerca de mi oído que me provoca otro escalofrío—. Me he pasado años llorando hasta quedarme dormida y sintiéndome culpable por desaparecer de un día para otro. Te prometí estar para ti y te fallé.

—¿Por qué te fuiste?

Noto que mi pregunta suena como un reproche y en seguida me arrepiento, porque no iba con esa intención. Sin embargo, Kiara parece darse cuenta. Esboza una ligera sonrisa, aunque esta se desvanece con rapidez.

Clavo mi vista en el reluciente piso de porcelanato, el cual recepciona los tenues rayos de sol que se escabullen por la ventana situada en lo alto de una pared. Alzo la mirada hasta el dibujo que posee el casillero frente a nosotros y la mantengo ahí. Se trata de un corazón humano por el que, a través de sus venas y arterias superiores, sobresalen flores. Estas escalan hasta la pequeña rendija de la taquilla y culminan su rastro allí.

Mi ansiedad merma conforme entro en contacto con la realidad de nuevo, aunque describir el ambiente no siempre da resultado.

—Un doctor se ofreció a practicarme el trasplante de médula. —Acaricia mis nudillos, un poco más calmada. Aprieto su mano y percibo la respiración menos agitada—. Pero él provenía de Florencia y debía retornar, así que lo seguimos. Nos fuimos muy rápido, solo alcanzamos a pedirle a tu madre que te contara que volvería en unos meses. Luego la cirugía se complicó y no pude regresar, entonces llamaron a papá para comunicarle que...

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora