Retengo las lágrimas en mis ojos a más no poder y bajo la mirada. Le fallé. Quiera o no, jamás conseguiré borrar las acciones que cometí ni la manera en que me comporté. Recorro con la vista el lugar vacío y cuando trago saliva, descubro un nudo instalado en mi garganta. En el mostrador de la cafetería yacen donas con glaseado de chocolate, que en cualquier otro momento hubiese corrido a comprar. Sin embargo, hoy mi apetito ha desaparecido.
—Piensas que Sebas tiene razón, ¿cierto? —Al principio Ivet duda, pero asiente.
—Sabes que no se equivoca. Te enojaste porque te dijo lo que necesitabas escuchar. —Fuerzo una sonrisa, la cual se desvanece de inmediato—. ¿Qué te asusta? ¿Quedarte sola?
Permanezco callada, aunque negar mis miedos no me ayudará a superarlos. Varias imágenes irrumpen en mi mente y arden sobre el desgarre que sufrió mi alma a los diez años. Cuando ella partió.
—Detestaría perder a alguien más. Ya fue suficiente con mamá.
—¿Segura que no ocurre otra cosa?
Tiemblo apenas se vuelve hacia mí, expectante. Me conoce demasiado como para engañarla.
—Si te cuento la verdad, ¿me vas a creer?
—Claro que sí. Eres una de las personas en quienes más confío. Tú nunca me mentirías.
—Te oculto algo desde hace meses.
—¿Te apetece compartirlo conmigo ahora?
Necesito liberarme. No puedo permanecer así por mucho tiempo. Visualizo el cielo de soslayo y busco su rostro entre las nubes para recargar fuerzas.
—Ethan me invitó a salir el martes y lo rechacé. —Empiezo por lo que ya conoce, de modo que su expresión no se altera. Pero al final estallo, incapaz de contenerme—. Estoy cansada de que me toque sin mi consentimiento, de que suelte comentarios obscenos, de que me silbe cuando paso por su costado. De que me exija explicaciones a todo momento, de que deslice sus manos por mis piernas y de que me arrebate el teléfono. Igual que ayer, cuando me quitó mi móvil y me prohibió responderle a Sebastián —recuerdo con amargura y aprieto los puños bajo la mesa—. No deseo temer que se enoje ni que sus actitudes cobren fuerza. No quiero vivir con miedo, quiero vivir libre. Pero parece que soy una «puta perra» por decir que no.
La impotencia me invade a contrarreloj al rememorar la manera en que Ethan se refiere a mí. Thalia le restó importancia, alegando que era normal y lógico luego de cómo lo traté. Aun así, no me arrepiento de haberlo rechazado.
—No les creas cuando te aseguren que la culpa fue tuya por ir vestida de forma provocativa, por la hora a la que saliste o el lugar donde estabas —me ordena, aunque más que un mandato, suena como una súplica—. Cuando te tachen de «zorra», cuando te responsabilicen a ti por no poner un alto, cuando por temor guardes silencio y te llamen de estúpida, cuando intenten convencerte de que no mereces ser escuchada por el tiempo que callaste. Por favor, no creas nada de lo que te digan.
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Dibújame entre letras
Novela Juvenil«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas». Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...