Introducción

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«Cada escritor posee una persona que conmociona su sentir, un impulso que mueve su pluma al escribir, alguien con el poder de transfigurarse en palabras y colarse entre sus escritos.

Y ella eres tú. La chica de mis letras».


13 años

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13 años

Suspiré y apreté contra mi pecho la cartulina enrollada, avancé unos pasos hacia adelante para después retroceder. Temía que no le gustara el regalo. Pegué fotografías de los dos y aunque no tenía nada contra el hospital en que crecí, me entristecía que todas hubieran sido sacadas allí. También le escribí una carta, la cual até al centro con un listón rojo. Escogí el color verde para la pancarta, muestro favorito, porque significaba esperanza.

Me aferré al regalo de cumpleaños que le preparé y caminé directo a donde sabía que se encontraría. Ella escuchaba música a través de sus auriculares en la sala de esparcimiento mientras dibujaba. Sonreí, pese a que los nervios no me abandonaron del todo, y me aproximé a su sitio.

—Feliz cumpleaños, princesa.

Soltó el lápiz y cerró su cuaderno de golpe cuando escuchó mi voz. Se levantó del asiento y me enfundó en un abrazo, al que correspondí como pude. Esbozó una sonrisa, por lo que sus ojos se achinaron y se le marcó un hoyuelo en la mejilla derecha.

—No soy una princesa, Sebas. Ellas tienen el cabello largo.

—Las princesas son hermosas y tú lo eres.

—Pero...

—Fin de la conversación —sentencié antes de alguna objeción. Detestaba que me llevara la contraria con algo así.

—Gracias por estar aquí.

—¿A qué viene eso? —le pregunté, extrañado.

—¿Debo esperar a que te suceda algo malo para recordarte lo importante que eres para mí?

Negué de inmediato y sonrió con mayor amplitud. Deseaba poder abrazarla siempre que quisiera, porque la batalla que librábamos se tornaba cada vez más peligrosa y nuestro futuro en el mundo no estaba garantizado. Kiara sufría leucemia y yo padecía sarcoma. Nos habíamos conocido en ese mismo hospital años atrás y desde entonces, ninguno se había separado del otro.

—Claro que no. También agradezco que sigas a mi lado —le aseguré, con los brazos alrededor de su cintura—. Te considero muy especial. Jamás hallaría a nadie como tú en el mundo.

—No quiero sonar impaciente, pero, ¿cuándo me mostrarás mi regalo?

Reí por lo bajo y me eché hacia atrás para extender la cartulina. Sabía que su curiosidad estallaría pronto.

—¿Te gusta?

—Me encanta.

Volvió a enredar sus brazos en torno a mi cuello en un cálido abrazo que le devolví. Adoraba sentirla cerca y pasar el día con ella, deambulando por los rincones del hospital. Sin embargo, esperaba que el próximo año no celebrara su cumpleaños aquí. Anhelaba con todas mis fuerzas que saliéramos victoriosos y abandonásemos aquel sitio.

Dibújame entre letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora