9 años
Deposité el obsequio sobre mi regazo y me froté manos, ansiosa. Cada uno cogió un regalo del árbol de Navidad del patio y como era tradición nuestra, Sebastián y yo nos dirigimos a los columpios para abrir los presentes tras comprar bizcochos de calabaza en la cafetería. Él inició una cuenta regresiva del cinco al cero, mas poco me importó adelantarme y rasgar el colorido envoltorio. Dejé caer el papel al suelo, ya que luego nos encargaríamos de recoger la basura. Sebastián chasqueó la lengua con fastidio y le dio un mordisco a su bizcocho, pero no le presté atención.
—Sabía que harías eso. No se te da bien esperar —señaló, mientras yo continuaba destrozando la envoltura—. Si viene con plástico de burbujas, ¿me puedes regalar la mitad?
Reí por lo bajo y asentí.
—No tengo mucha paciencia, ya debiste notarlo.
—¡Hey, me estás tirando el papel!
Lo observé quitarse un trozo de papel del rostro y tirarlo al suelo. Sin embargo, le resté importancia y me centré en mi tarea. Acomodé mis dos bizcochos de calabaza a un costado del columpio, sobre una servilleta, y maniobré para extraer del paquete una lámpara.
—¡Es un proyector de estrellas! —exclamé, fascinada con las figuras que poseía la pantalla—. ¿Te imaginas como lucirá el techo de mi habitación cuando lo encienda de noche? Será como tener el cielo sobre mí.
Le mostré el reflector y sonrió apenas vislumbró de cerca los dibujos. Después reparó en los botones de la parte inferior y no necesitó examinarlos para descubrir su función.
—¡También viene con temporizador! —indicó y me aproximé al aparato, intrigada—. Puedes elegir cualquier tipo de música como alarma y esta sonará todas las mañanas. Está increíble.
—¿Cuál es tu canción favorita? —curioseé, pues deseaba saberlo todo de él.
—¿Por qué la pregunta?
—Quiero ponerla como tono para acordarme de ti cada que despierte.
—Creo que yo no... —Guardó silencio al percatarse de que titubeaba—. No tengo una canción preferida en particular, no sé si... —Volvió a quedarse callado y desvió la mirada.
Me pareció distinguir un sonrojo en sus mejillas, pero no estuve segura y decidí no cuestionarle. Cogí uno de los bizcochos y al morderlo, mi paladar se deleitó con el dulce sabor. Señalé el obsequio que tomó del árbol y el cual aún no tocaba.
—¿Por qué no lo abres? ¿Qué tal si te tocó un perrito y se está asfixiando adentro?
Sebastián soñaba con adoptar uno, pero sus padres no se lo permitían alegando que implicaban demasiado trabajo.
—Los cachorros no vienen en cajas, ¿o sí? —Sacude el paquete y apoya su oído en este, como si esperara oír algún quejido—. No, debe tratarse de otra cosa. Quizás unos calcetines.
—Averígualo —lo animo tras engullir otro pedazo del bizcocho.
Asintió y rompió el papel con menos desesperación que yo. Terminé el primer bizcocho y limpié las migajas que cayeron sobre mi regazo. Cuando Sebastián se deshizo del envoltorio, alzó la caja en sus brazos y sacó de allí un robot de color blanco.
—¡Genial! Siempre quise uno de estos —me sonrió y siguió hurgando en el paquete—. ¡Incluye pilas! Se las pondré ahora. Solo necesito encontrar el sitio adecuado... —Frunció el ceño mientras lo inspeccionaba.
—Fíjate en la retaguardia. Mételas por ahí.
Al fijarse en esa zona, halló el lugar donde debían introducirse las baterías y obedeció. El robot se encendió y nos agitó la mano en forma de saludo, Sebastián se la estrechó. Presionó un botón situado en el brazo del juguete y este soltó algunas frases predeterminadas. Estuve a punto de ofrecerle un bizcocho a ver si lo tomaba o rechazaba. Sin embargo, no deseé arriesgarme y le tendí el de su dueño.
Robby, como acabábamos de llamarlo, se acercó a recibirlo y al intentar agarrarlo, el dulce resbaló de sus manos y cayó al suelo. Sebastián me miró con la frente arrugada y lo levanté en seguida. Me persigné antes de tragarme la mitad.
—¡Kiara! ¡No se recoge comida del suelo!
—Estaba en el césped, no en el piso —puntualicé y negó con la cabeza cuando le ofrecí lo que quedaba.
—¡Da igual! ¿Qué tal si una ardilla regó el pasto con sus esfínteres?
Gesticuló una mueca de asco y Robby volteó hacia mí. Me agaché para tocar la hierba y suspiré con alivio al no sentirla húmeda.
—Si lo dejo tirado, se lo llevará el fantasma que deambula por aquí o lo usará para rastrearte y robarse tu alma.
—Basta, Kiara. Te contaré una historia antes de dormir de todos modos. No necesitas asustarme para que permanezca despierto toda la noche.
—¿Lo prometes? —Entrelazó su dedo meñique con mío y asintió.
—Tus agujetas se desataron.
Apuntó mis zapatillas y se arrodilló para anudarlas. Sabía que estaba mal fingir que aún no podía a amarrarlas por mi cuenta, pero me gustaba que tuviera aquel gesto conmigo. Aun así, me mordí el labio y aclaré mi garganta, dispuesta a admitir la verdad.
—No hace falta que sigas haciendo esto, ya aprendí a atarme los cordones. —Me bajé del columpio para estar a su nivel y me encargué de mi zapatilla izquierda—. En YouTube existen tutoriales de todo tipo, desde cómo ir al baño hasta cómo lavarse las manos. Aunque presiento que ni siquiera guiándote de un tutorial lograrías dibujar un árbol.
—Para, destruyes mis sueños. —Ruedo los ojos y lo escucho soltar una risa—. Estoy orgulloso de ti. Aprendiste a atarte las agujetas. Mañana conquistarás el mundo.
—¿De verdad lo crees? —Asintió y colocó su mano sobre mi rodilla—. No me cabe duda de que tú harás lo mismo. Llegarás mucho más lejos de lo que imaginas.
Quizá no lo vio venir y por ello tardó tanto en reaccionar cuando lo abracé, pero terminó aferrándose a mí. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro mientras deseaba que dicho instante durase para siempre. Lo capturé en mi memoria y lo guardé bajo llave entre mis recuerdos.
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Dibújame entre letras
Jugendliteratur«Hay sonrisas por las que vale la pena esforzarse y la tuya es una de ellas». Sebastián se ha resignado a aceptar que nunca vivirá una historia de amor como la de los libros. Por esa razón, decide centrarse en escribir y leer las increíbles novelas...