Extrañas apariciones (29)

3 0 0
                                    

Laberinto subterráneo.

(Anny)

La oscuridad alrededor parecía absorber el sonido. El chico frente a mí también gritaba aterrado.
Por fin, después de que la luz le siguiera iluminando directamente el rostro y de que me calmara un poco, golpeé el hombro de ¿Sebastián?

—¿Acaso estás loco? — le grité. Estaba más enojada que asustada—  ¡Casi me matas de un infarto!

— ¿Y crees que yo no me asusté? Supuse que estaba solo — dijo respirando profundo tratando de guardar la calma. Lo miré con los ojos entre cerrados.

— ¿Quién eres? ¿Eres tú o el otro? — pregunté recordando lo que hace tiempo había escuchado.

— Soy yo, Anny — extendió las manos obvio.

— ¿Qué haces aquí? ¿Dónde dejaste a Ariel? — le ví molesta.

— Tuvimos que separarnos. Ella dijo nos buscaría más arriba. — explicó.

— ¿Cómo pudiste dejarla sola? — le reproché.

— Ya la viste, es muy terca — soltó sin pensarlo y,  por su cara, se arrepintió de haberlo dicho. — No quise...

— Déjalo — le interrumpí — Tienes razón. Es muy terca... Cómo mi padre — hice una mueca de lado y subí las cejas. Comencé a caminar otra vez.

— Anny — llamó él sin moverse. Giré la cabeza.

— Creo que ella sabe algo del caso — pronunció con dificultad y un temor nada común en su habla.

— ¿Qué quieres decir? — volví lo andado.

— Qué sabe dónde está tu padre — explicó.

— ¿Lo mencionó? — me acerqué más a él, con temor de que alguien pudiera oír.

— Dijo conocerlo, y haberlo visto antes de que desapareciera — explicó seriamente.

— Si la encontramos, podrá ayudarnos a dar con él — sonreí con esperanza. — ¡Vamos! — animé con el espíritu renovado caminando en la dirección donde venía.

— Anny — volvió a llamar — No creo que sea buena idea ir por ahí — comentó apretando los labios, la miré confundida — Llegué por ese lado — señaló con su dedo un poco divertido.

Alumbre con la linterna ese camino y supe lo que quería decir.

— Entonces ¿Qué sugieres, Sherlock? — añadí con humor. Rodeó los ojos y sonrió, aquella comisura se le marcó de nuevo. Fue, por primera vez en mi vida, que caí en cuenta que esa peculiar formación, sí era parte de los rasgos físicos de Juan Carlos.

Sin pensarlo, me acerqué a él, muy muy cerca y lo miré detenidamente. Lo ví como nunca había hecho en mi vida. A pesar de que llevaba esa masa en la cara, aún podía ver su rostro bajo esa máscara. Inconscientemente, toqué su cara con las yemas de mis dedos, hasta llegar a esa comisura.

Entonces, mi mirada se cruzó con la suya. No podría decir si su expresión era de sorpresa o estaba tratando de aguantar una carcajada. Pero, al momento, bajé mi mano junto con mi cabeza. Agradecí que estuviera oscuro y no se viera el rojo que se me había subido al rostro.

Le di la espalda y comencé a caminar.

— Anny — llamó él casi inmediatamente. Me detuve de una sola sin verlo — Es por el otro lado — señaló.

Aún con la cabeza abajo, fui por donde me dijo.

— Te ayudo con eso — tomó la agarradera de la mochila. Al instante, sentí un gran alivio. Llevaba con eso un buen trayecto y ya comenzaba a pesar.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora