Decisiones, misiones (8)

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Gracias a la ayuda de Ricardo, y a su paciencia, su amigo logró pasar los exámenes sin mucho problema ¡Vamos, pues, que tampoco era mago! Para Ricardo había sido un regalo del cielo que la escuela había finalizado. Aquella última noche antes de la graduación sus padres se sentaron con él y hablaron largo y tendido sobre lo que decidiría hacer. A pesar de que había ayudado en la empresa en años anteriores con pequeñas tareas, ahora la cosa había cambiado. Ricardo llevaba dos años sin saber nada de allí, se había desconectado totalmente del trabajo de sus padres y, para ser sincera, las reglas habían cambiado un poco desde su partida.

- ¿Vas a ir hijo? - le preguntó su madre mientras terminaba de recoger los trastes de la cocina.

- Aún estoy pensando en eso - suspiró cruzando los brazos recargándose en la pared.

- Tu hermana ya ha superado la prueba y parece que la pondrán a cargo de un departamento. Te convendría unirte al negocio familiar - añadió su papá.

- ¡Vaya! ¿Quién lo diría? La niña que no quería tener nada que ver con el negocio de sus padres terminó trabajando en la empresa - dijo sarcásticamente Ricardo.

- ¡Vamos hijo! - le llamó la atención su mamá - no seas así. A ti te encantaba ese trabajo. De niño soñaste con esto - le tomó su madre suavemente el brazo.

- Además las cosas ya no son como solían ser - añadió su padre - deberías volver. Replantearte regresar no estaría de más.

- A tus amigos les encantaría verte. ¿Cuánto tiempo tiene que no ves a Fanny? - preguntó su madre.

- Hace mucho - soltó con cierta nostalgia Ricardo.

En ese momento no se lo dijo a nadie pero ver a Fanny era lo que más deseaba, había sido su mejor amiga y, después de alejarse un tiempo, perdió total contacto con ella. Aunque no muy convencido, decidió ir a los cursos de verano que tenían en el trabajo de sus padres, esto le ayudaría si él quería adquirir el puesto allí.
Para ser honesta, ya sabía muy bien el trabajo de ellos. Entendía perfectamente como funcionaba todo allí, debido a que estaba convencido de tener la experiencia necesaria no tenía ganas de asistir a aquel curso para los nuevos, pero esas eran las reglas ahora. No podría trabajar allí a menos que cumpliera con ese reglamento.

Santiago, su mejor amigo, también iría con él, esto podía ser o un problema o una ventaja contundente para ambos, formaban un buen equipo, no puedo negarlo pero ambos eran jóvenes y aún les faltaba mucha experiencia que la vida se las daría.

... Cerca de allí ...

Las vacaciones de verano iban a comenzar, no más exámenes, no más trabajos y no más preocupaciones. Ariel llevaba dos semanas revisando su correo en espera de que llegara alguna confirmación pero nada aparecía, repitió el proceso de inscripción un par de veces hasta que esa parte de la página ya no estuvo disponible. Seguía leyendo los casos y haciendo conjeturas de algunos de ellos.

Entonces, un viernes por la tarde cuando iba de regresó de casa de una de sus amigas notó algo sospechoso. Llevaba ya un par de cuadra caminando cuando notó un carro que no la dejaba de seguir, estaba un par de metros atrás pero iba lento y constante. Dentro, una pareja de personas mayores parecía buscar una dirección y al mismo tiempo parecían no encontrarla. Ella volteaba de reojo, entonces aceleró el paso, el conductor hizo lo mismo, Ariel caminó más rápido hasta llegar a una calle concurrida, se metió a una heladería que tenía entrada por dos calles, esperó unos minutos escondida debajo de una mesa, revisando el carro. Ellos empezaron a dar de vueltas por el estacionamiento, Ariel caminó agachada cerca de la salida opuesta, una empleada se percató de esto.

- ¿Puedo ayudarte? - le preguntó un poco preocupada

- No, no. Estoy bien - sonrió falsamente - tiré un pendiente en el suelo - se excusó - Aquí está- dijo recogiendo algo entre sus manos.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora