Ayuda (17)

4 0 0
                                    

Día de la clausura. Viernes. Mirador del valle (3:45 PM.)

El brillante sol calentaba cada rincón de la hierba y los árboles. Todos estos en declive por la bajada pronunciada de la montaña. La carretera estaba bien construida y dispuesta, aunque eran pocos, por no decir nulos, los vehículos que circulaban por la zona. Las pronunciadas curvas daban un factor emocionante al viajero que se atrevía salir por ahí.

Y, turbando aquella calma, bajaba por esta carretera una patrulla con un solo pasajero. La oficial en rutina estaba llegado al área designada y eso por la llamada de un vecino. Él dijo preocupado que vio dos vehículos aparcados en el mirador.

Para poner al lector en contexto, recordarán que la población de la que hablamos en muy tranquila. Probablemente sea la segunda más tranquila después de "quinquedónde" Aunque sus habitantes no eran tan monótonos y flemáticos como estos, pero si llevaban una vida tranquila, por lo que la oficialía de policía estaba para no dar de que hablar. Realmente no era un lugar peligroso ni de mucho movimiento, quizá radiador Sprinter tenía más acción aún en sus días tranquilos. El teléfono de emergencia rara vez sonaba por una urgencia real, comúnmente, los oficiales estaban acostumbrados a contestar sabiendo que los queridos adultos mayores de la zona deseaban saludarlos. Ese día, ese viernes, le tocaba guardia a una oficial pero, normalmente, los viernes ninguno de estos simpáticos viejitos marcaba a la comisaría.

Era bien sabido por todos que los jueves llamaba la señora Flor para hablar un rato fugaz y luego colgaba, pero nadie llamaba los viernes; el señor José llamaba los sábados. Solo un viernes marcó creyendo equivocadamente que era sábado, pero rara vez le pasaba eso. Así que, ese viernes, no era esperada ninguna llamada, no había emergencia que pudiera interrumpir la paz y tranquilidad de la comisaría... O eso se pensaba. A eso de 3:30, tan puntual y escrúpulos como siempre, el teléfono sonó. La oficial contestó después de unos segundos de duda pues ¿Quien pudiera llamar ese día y a esa hora? Al otro lado de la bocina, escuchando la voz del señor José qué, como todos los días, había salido a correr por la montaña, aunque, en esta ocasión, fue él quien hizo notar de los vehículos ya mencionados.
Así qué, sin saber nada más, la joven oficial se montó en la patrulla (sin encender la torreta por qué no vio necesidad en ello) mientras conducía por la carretera que salía a la autopista hacia el mirador. Mientras bajaba por las curvas de la colina, pensaba en si la llamada del día anterior sería una mala señal de llamadas sospechosas y casos extraños en la zona. Ella amaba esa localidad por la tranquilidad ya mencionada y hubiera odiado profundamente que alguna banda de delincuentes decidiera usarla como centro de acción.

Con eso en mente, condujo por otra curva. Siempre había la posibilidad de que fuera un simple error o algún turista que se le hubiera descompuesto el carro. Dando la penúltima vuelta, vio de lejos un coche estacionado y dedujo que era este, aunque, al acercarse más, descartó está teoría pues se veía muy golpeado ¿Cómo había llegado ahí? En poco lo sabremos. Bajando totalmente y teniendo el panorama completo, alcanzó a ver otro auto estacionado muy cerca, debajo de unos pinos. Ella encendió la torreta antes de llegar y estacionó el carro de tal forma que no pudieran escapar si lo intentaban.
No tenía vista hacia dentro del último vehículo, pues los vidrios estaban empañados, dió una mirada por fuera al primero y decidió bajar para averiguar. Caminó con cautela hacia el carro casi destrozado para cerciorarse de que no estaba nadie dentro, aunque el otro auto era un caso diferente. Ella tocó ligeramente en el vidrio del conductor identificándose al momento y pidiendo a los pasajeros salir, aunque no obtuvo respuesta, hizo lo mismo pero está vez abrió la puerta del vehículo y, al instante, una botella de vidrio se resbaló de las piernas del conductor y cayó en el suelo (aunque sin romperse)

- ¡Estudiantes! - bufó molesta golpeando con la punta de su bota la botella, concluyendo que serían universitarios quienes decidieron beber mas de la cuenta y terminaron varados ahí. Negó ligeramente sabiendo que debía averiguar más del caso, terminó de abrir la puerta totalmente y el aire fresco entró en el vehículo. Extrañamente, y, contrario a sus expectativas, no olía a alcohol.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora