Hypokritḗs (13)

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7:57 a.m Residencia Villalobos.

(Esmeralda)

Desperté sin saber dónde estaba, sin saber cómo llegué, sin saber que día era ni la hora. Mis sentidos se activaron antes que mi cuerpo, el oído percibió los sonidos a mi alrededor y el olfato fue llamado gratamente con un delicioso aroma de tortitas calientes y jugo de naranja. Poco después, un aromático, y penetrante, olor a café inundó mis cavidades nasales, sin llegar a ser nunca molesto. Mi oído trataba de escuchar alguna voz pero no tuvo éxito, sin embargo, la memoria fotográfica de olores hizo su trabajo y creía saber dónde estaba.

Abrí lentamente los ojos, con mucho esfuerzo como si estos pensaran, retiré las sábanas de mi cara viendo por fin la habitación donde me encontraba. La gran ventana del lado derecho apenas dejaba entrar los rayos del sol, esto debido a las pesadas cortinas que mamá insistió en colocar, aunque estaba un poco oscuro, hubiera podido caminar hasta con los ojos cerrados. Me incorporé y fui a recorrer las cortinas dejando al sol entrar por fin y ayudarme con mi labor del día.

Fijé la vista en la puerta (que estaba cerrada) y entendí mi nulo intento de escuchar. Mis padres habían insistido muchas veces en poner aislantes de ruido en las habitaciones (cosa que agradecí con el paso del tiempo) y estos seguían ahí.

Estando a punto de salir para averiguar cómo llegué aquí, mi viejo despertador sonó como siempre, a mi extraña y anormal hora 7:59. Ni a las 8:00 ni a las 7:58, me gustaba ese minuto enmedio y esa era mi hora de despertar cuando estaba de vacaciones. Supongo que mis padres la dejaron así por los viejos tiempos.
Caminé al borde de la cama y la silencié sonriendo y recordando, mi vista bajó un momento a mi librero y, la verdad sea dicha, me preocupó que mi tomo de Viaje al Centro de la Tierra no estuviera donde siempre; observé los alrededores inquieta y di con este en el banquillo cerca de la ventana. Lo acomodé en su lugar antes de salir y descender por las escaleras.

La casa seguía como siempre, la luz entraba por la puerta principal e iluminaba las escaleras como lo había echo desde que era pequeña. Estando ahí, pude escuchar las voces ya conocidas (y tan queridas de mis padres)

- Pon eso junto a la canela querido - decía mi madre, a lo que se escuchaba casi al tiempo unos pasos.

- ¿Veo si Esmeralda ya se despertó? - preguntó mi papá.

- Sí, ya despertó - hice aparición en el lugar. Mis padres voltearon a verme con una cariñosa sonrisa y los ojos brillantes de color - Buenos días - le di un beso a mamá.

- ¿Dormiste bien mi vida? - preguntó mientras acomodaba mi cabello con sus dedos.

- Cómo un roble - comenté burlónamente.

- Cómo un roble - recalcó mi papá con cierta gracia.

- Aunque no entiendo cómo es que llegué aquí - dije al tiempo en que tomaba asiento en uno de los banquitos de la cocina.

- Santiago te trajo - explicó mi papá y al momento guardó silencio, cómo si se arrepintiera de lo que había dicho.

- ¿Qué? - pregunté sorprendida - Se suponía que estaba fuera del país - mencioné haciendo memoria.

- Pues supones mal - agregó mamá sin darle importancia - Cariño, pásame el plato, tengo que poner las últimas tortitas - comentó siguiendo con sus labores domésticas. Papá hizo esto y ambos continuaron con lo suyo.

- Se supone que estaba fuera del país - recalqué aumentando un poco mi tono, deseaba que entendieran la gravedad de la situación.

- Tu sabes mejor que nadie que las cosas no siempre se dan como deberían ser - explicó papá tranquilo viéndome. Mamá lanzó una mirada cómplice y volvió a la estufa.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora