Nadie es quien dice ser.

Perdidos (10)

Sin pensarlo más, y sabiendo que había sido el chico quien gritó, me repuse enseguida y salté directo al claro dispuesta a enfrentar lo que estuviera. Pero, cuál fue mi sorpresa ante la escena: el lugar estaba vacío y totalmente en calma. Caminé con cautela, cómo si de una escena del crimen se tratara hasta el árbol donde lo dejé. No había ni rastro del chico y de la baba azul ni una señal.
Me puse de cuclillas sintiendo la tierra, aún tibia, cómo obvia pista.

- Estaba aquí - deduje mirando a los alrededores.

Ocupé el asiento, que supuse tuvo, y analicé desde allí. Es de sabios admitir que la perspectiva cambia cuando te pones en los zapatos (en este caso, la reposadera) de la otra persona. Miré hacía la dirección por dónde veníamos inicialmente y creí distinguir un objeto a la distancia. Fui hasta este, que estaba botado encima de una zona con hierba alta, era una suela de zapato, me agaché para tomarla notando que era un zapato completo; un zapato de vestir de caballero, viendo dentro del mismo, noté unas iniciales de la marca y, casi al instante reconocí el objeto. Un zapato de vestir formal, de la marca S3, cuyos productos eran difíciles, sino es que imposibles de localizar comercialmente ¿Y por que sabía todo esto, se preguntarán? Pues por qué mi padre era el único ser humano en la tierra que conocía compraba esa (y solo esa) línea de calzado.

En estás circunstancias, era obvio llegar a la conclusión de que tantas pistas solo podían señalar que él había estado aquí. De golpe, recordé que llevaba un par idéntico en su maleta la vez que salimos de vacaciones (la última vez que lo ví.) Me sentí como golpeada por un rayo; sin saber de dónde, tuve fuerzas para gritar. Quizá, en este momento, más que gritar de frustración, era un grito por todo lo ocurrido. A veces, simplemente guardas demasiado en el cajón de malos recuerdos y tarde o temprano, este cajón se abarrota y llega a su límite explotando sin más sino sacas las cosas a tiempo.

Enmedio de aquel bosque, nadie respondió a mi llamado. Aún así, liberar esa energía ayudó a despejar mi mente y pensar con más claridad. Miré nuevamente el objeto, ahí con el zapato en mano, intentaba armar la escena del crimen. Me percaté de unas huellas que llegaban justo debajo del árbol, sobrepuse el zapato sobre estás para disipar mis dudas: la misma medida. Así que los hechos parecían dar a entender que el dueño de este zapato había llegado hasta el árbol y, lo más probable, cargado al chico, pues las únicas huellas que se veían eran solo la de un par de zapatos. La pregunta que surgió era ¿Por qué abandonar su calzado a mitad de la nada? Las cosas se irían resolviendo (o eso esperaba.) Seguí la pista que tenía delante con la mirada decidida a ir en esa dirección, que daba a los edificios principales. Caminaba con la cabeza fija en el suelo hasta dar con otra señal de vida, una hoja corrugada en forma de bola; la levanté y desdoblé esperando encontrar una pista. Parecía haber sido arrancada de una sola de algún cuaderno, saqué mi linterna para leer sin esfuerzo.

Se ve que no te voy
Se ve que no me vas
Se ve que en realidad solo me quieres
Como a un amigo más
Como algo de siempre
Ya ves me equivoqué

Más abajo, estaba la siguiente estrofa escrita:

Te voy a olvidar
Palabra de honor
Paloma pérdida
Ya no puedo más
Te tengo que olvidar
Y te tengo que olvidar

Levanté la mirada pensativa dando enseguida con el cantante de estás letras, pero ¿Qué concordancia había con quién yo buscaba? Torcí un poco los labios y volví a ver el camino, cabía la posibilidad de seguir adelante para descubrir este enigma. Guardé la hoja en el bolsillo de mi pantalón y, con zapato en mano, seguí adelante por el camino hasta el lago. A unos metros de este, a una altura donde ya se escuchaba el oleaje suave del agua, encontré un Jersey de rayas enredado entre las ramas de un arbusto seco.