A rehubicarse (1)

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Segunda parte

(Anny)

Había pasado ya una semana desde que volví a casa. Las cosas seguían como siempre en el vecindario, incluso creo que los vecinos sentían curiosidad por saber en donde habíamos estado (pues nunca salíamos tanto tiempo de casa) pasaban por allí para regalarnos comida, pasteles, galletas, fruta... Cosa que ni papá ni yo despreciamos. Nos preguntaban, sin parecer demasiado ansiosos, como habíamos estado y que habían notado cierta 'calma' en casa; aquellas situaciones nos divertían muchísimo. Decidimos gastarles una broma, así que a todos les respondíamos cosas diferentes, que habíamos salido de viaje, que solo yo había salido, que mi papá me había dejado sola, que estábamos por vender la casa y cuánta más cosa se nos ocurrió en el momento. Era muy peculiar ver su reacción y su interés de intentar seguir averiguando pero su precaución al no hacerlo más. Papá y yo nos divertimos después de esas visitas y compartíamos las ideas que se nos habían ocurrido.

Durante ese tiempo, también aprovechamos las vacaciones para salir. (No éramos mucho de salir pero papá me convenció que un cambio de aire ayudaría un poco) esos días viajamos a por lo menos tres lugares que quisiera relatar. El primero fue a un centro comercial donde había un local de donas, el segundo fue a un parque y el tercero fue a cierto pueblo muy cercano a los dos lugares anteriores.

En nuestra primera parada (llegamos el martes por la tarde, una semana después de que me recogió de la AIME) estacionamos el coche en el aparcamiento general y entramos al lugar. Se veía como una plaza común y corriente, no tengo mucho que decir sobre eso... Lo que sí es que mi papá había estado hablando durante la semana pasada y el fin de semana de ese sitio. Me presumió los sabores de donas, el olor, lo sabrosas que eran... Me había contado tanto que yo ya babeaba cada vez que una historia del lugar salía a la luz. ¡Ah! Y todo esto era por una razón: mi papá se había criado muy cerca de aquí y venía seguido por ellas.

Para ser sincera, nunca me había dicho sobre este lugar (o quizá yo no lo recordaba) Papá dijo que me había traído cuando todavía era muy pequeña y que amé la dona de chocolate (le creo porque amo el chocolate, pero lamentaba profundamente no acordarme de nada) en el trayecto me relató como me había ensuciado tanto con el glaseado de la dona que al final fue necesario lavarme en el lavabo y cambiarme de ropa.

Ambos estábamos felices (y no solo porque el lugar fuera de comida) durante toda la semana pasada, nuestros lazos se habían estrechado muchísimo. Mi papá era mi mejor amigo pero me faltaba conocer aquella parte de su personalidad que tanto me gustaba, por las noches me contaba anécdotas sobre su juventud (sobre misiones, proyectos y lugares) cosa que nunca antes hubiésemos podido hablar y eso me encantaba. Y ese viaje, sabía que nos acercaría más.
Papá veía los puestos con ilusión, recordando, mirando, disfrutando. Entonces señaló con la cabeza hacia donde se encontraba el local que buscábamos, al dirigir el rostro hacia allí, el olor a donas fue más que presente y mis ganas de comerlas aumentó. Caminamos ilusionados hacia allí, él abrió la puerta de cristal del establecimiento dejándome pasar primero, el delicioso aroma me recibió con gusto y una campanilla sonó al instante.

Dentro estaban puestas mesas cuadradas con un recubrimiento brillante de color rojo. El piso de marmoleado de blanco y negro, a cuadros, los estantes estaban galvanizados de metal cromado. Una vieja rocola descansaba a la mitad del local, aún tocando discos. Para que los clientes pudieran disfrutar del producto cómodamente, estaban unos sillones recubiertos con imitación de cuero rojo, y, las mesas de enmedio, con sillas del mismo metal galvanizado; de esta manera se podía disfrutar con ese aroma envolvente de aceite y horneado. ¡Era como haber viajado a los años 50'!

A pesar de que era tarde y entre semana, el lugar tenía bastante concurrencia; supuse que por ser vacaciones pero después de probar comprendí. Papá miró todo con nostalgia y una sonrisa enorme no pudo evitar salirse de su rostro. Miraba el lugar con mucha ilusión y, casi al fondo, del otro lado del local, cerca de un gran ventanal, alcanzó a ver una mesa vacía. Se acercó a mí y me dijo que fuera a apartarla, yo asentí y comencé a caminar hacia allí. Papá iba detrás mío.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora