Conejo en el sombrero (21)

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7:47 Pm. Edificio principal.

Un par de zapatos nuevos, recién lustrados, color negro brillante hicieron presencia en los pasillos del primer piso del lugar, los tacones de estos retumbaban contra el suelo y hacía eco por el vacío del lugar. Su ocupante vestía un pantalón perfectamente planchado y una camisa con su respectivo saco sin una arruga ni mota de polvo, la corbata bien arreglada y combinada con el conjunto. El sujeto caminaba a paso tranquilo, seguro, sereno, hasta podrías decir que sonreía satisfecho en su camino. Su cabello perfectamente peinado sin un solo pelo fuera de lugar, prosiguió su camino el hombre de cabello negro, pasó su mano por este para acomodar en caso de que fuera necesario.

Anduvo frente al laboratorio, primero pasó de largo pero, poco después, regresó un momento entrecerrando los ojos y sonriendo al ver el cristal de la puerta. Inhaló hondo y, estando a punto de abrir la puerta, escuchó otros pasos de arriba. Meneó la cabeza sabiendo perfectamente de quién, o más bien dicho, de quienes, se trataba. Retomó su camino para subir las escaleras hasta encontrar al conejito ahí mismo. Este olfateo con la nariz rosa y se paró en sus patas traseras.

- ¡Así que estas tenemos! - exclamó al verlo. - Venga ya, terminemos con esto.

Tomó al animalito entre sus manos con suavidad, el conejito no opuso resistencia como si lo conociera de toda la vida. Lo puso en su regazo tomándolo con una mano, andando el camino faltante hasta toparse de frente con los dos rostros más exaltados que había visto.

- Caballeros - saludó con una ligera inclinación de cabeza a sus estupefactos oyentes.

- ¡Sabes el susto que nos diste! - recriminó el primero que logró recuperar la voz.

La verdad sea dicha, estaban sudados hasta los pelos, la cara roja y brillante y los cabellos revueltos como para ser un nido perfecto de pájaros. Quizá fuera porque no creyeron encontrarlo ahí, o, pensando, no sin miedo, que los delataron e iban a ser capturados nuevamente. Pero, no era así, la persona que estaba frente a ellos podría llamarse un cómplice (porque colega, no era.)

- Acordamos vernos hoy, viernes, el día de la clausura - les recordó tranquilo acariciando el lomo del conejo. Este se puso un poco nervioso, pero le puso la mano suavemente entre las orejas tranquilizadolo.

- Ya es tarde - soltó con tono de burla. El hombre de traje miró el costoso reloj que llevaba en su muñeca.

- 7:48 - levantó los ojos tranquilo. - Todavía estoy en el plazo así que, caballeros, un trato es un trato. Por favor, acompáñenme. - señaló hacia la escalera con la mano libre. Ambos sujetos se miraron con desconfianza y otro vio rápidamente a la dirección. - Comprendo sus sospechas. ¿Qué mejor lugar para guardar un producto ilegal que bajó las mismas narices de aquellos que lo buscan? - sonrió lógicamente.

- Eso pensamos - confesó uno.

- Pues sí, el producto está ahí, pero, antes de mostrarles la materia final, quisiera darles una demostración del mismo. Así que, vamos - señaló las escaleras nuevamente. Robert parecía mas nervioso. El hombre lo tomó suavemente y lo elevó hasta la altura de sus ojos - No peludo amigo, no será en ti. Anda - lo colocó en el suelo y este olfateo un poco - Ve - le animó con un leve movimiento de cabeza. - ¿Me harían el honor? - insistió al mismo sitio.

- No hay forma de entrar - frunció las cejas decidido a no moverse.

- ¿Disculpe? - reiteró.

- No se puede entrar. Ya lo hemos intentado sin éxito - le explicó con la misma expresión en el rostro que su compañero.

- Comprendo. Caballeros, todo en esta vida tiene solución, solo es cuestión de usar un poco de ingenio - sacó de su bolsa izquierda una tarjeta y la mostró con elegancia. - Como el que han tenido. No se me ocurría jamás encerrar a todos los campistas en el auditorio. - hizo referencia a lo que acaban de hacer a espaldas de su cómplice - Pero, admito que es una buena distracción - Uno de los hombres intento agarrarla pero está desapareció frente a su vista - ¡Ah, ah, ah! - le detuvo llamando su atención - Intenten no gastar sus energías y, procuren ... - con un movimiento rápido con la mano, detrás de la oreja del otro, extrajo esta misma - concretarse a escuchar - sonrió tranquilamente. - ¿Me permiten? - insistió una vez más.

Nadie es quien dice ser.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora