||OCHO||

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|08|Querer

Soplo sus manos ante el calor en emanan ambos envases de sopa instantánea una vez que las dejo sobre el mostrador para pagarlas. Agradeció con una tranquila sonrisa al empleado de cara amargada y volvió a tomar ambos envases para salir directamente al estacionamiento de la gasolinera. Su sonrisa se volvió genuina al ver a Camilo tan tranquilo sentado sobre la cajuela de su auto, con su mirada cerrada y sus largos rizos sueltos moviéndose levemente con la brisa fresca de esa madrugada. Se había quitado su gorro y gafas, dejando su rostro tranquilo debajo de las luces blancas del estacionamiento.

El ruido de las puertas automáticas cerrándose detrás de ella, llamando la atención de él; quien giro su rostro hacia ella y esbozo una risa divertida que fue correspondida con una sonrisa mientras negaba con su cabeza. Se acercó al auto y le ofreció una de las sopas instantáneas. Camilo la tomo agradeció en un susurro.

–No entiendo porque querías comer esto, siempre comes cosas finas –se burló en lo que tomaba asiento a su lado.

–¿No puedo darme un gusto de vez en cuando? –comento divertido– La abuela me prohíbe comer cualquier cosa chatarra que pueda dañar mi imagen.

Mirabel rodeo la mirada aun manteniendo su sonrisa. Abrazo su sopa con ambas manos para acércalo a sus labios y soplar; provocando que el hilo de humo bailara en frente de su rostro. Camilo la miraba de reojo con una sonrisa tranquila e imito su acción. Ambos miraban la carretera desolada en frente suyo, están casi a las afueras de la ciudad. La noche era tranquila y pacífica, sin nadie que pudiera delatarlos o descubrirlos. Hace mucho que no sentían tanta tranquilidad a lado del otro.

–¿Por qué ayudaste a Arturo? –pregunto curiosa, en lo que enrollaba los fideos con el tenedor de plástico.

Él rio avergonzado al recordar todo lo que paso antes de llegar al restaurante, Arturo era un hombre serio y recto, pero esa noche colapso tratando de darle una buena impresión a la mujer que le gusta. Rasco su nuca y miro hacia la ciudad.

–Vino a mi habitación pidiéndome consejos y que debería llevar para impresionar a tu hermana –bajo la mirada a la sopa de sus manos–. Así que lo ayude con su vestuario y corte algunos claveles de la abuela para que él pudiera dárselas.

Dejo de comer y lo miro sorprendida al saber que él lo ayudo. Camilo era conocido por su mal temperamento y poca paciencia con las personas, saber que ayudo al asistente de su abuela era un lado difícil de creer.

–No sabía que tienes un corazón –se burló ella sonriéndole divertida.

Él frunció el ceño.

–Lo tengo –exclamo orgulloso antes de llevarse a la boca una enorme cantidad de fideos–. También tengo un pene que siempre te complacía –hablo como si nada y con la boca llena.

Su comentario casi lograba que ella dejara caer su sopa al suelo, su rostro de coloreo de un intenso carmín que pintaba hasta la punta de sus orejas. Camilo seguía comiendo tranquilamente, pero no podía evitar sonreír fanfarronamente. Mirabel dejo su envaso a su costado y tapo su rostro avergonzado con sus manos.

–Dios, ¿Es en serio?

–Me dirás que no –respondió él mirándola sonriente.

–No lo niego –comento mirándolo entre los huecos de sus dedos–, pero puedes no decir eso mientras comemos.

–¿Quieres que lo diga en la cama? –sonrió aún más mostrando sus dientes perfectos.

–Vete a la mierda –le mostro el dedo medio y Camilo lo beso solo para molestarla.

Libero una carcajada al lograr su objetivo; una muy avergonzada Mirabel. Ella limpio con asco su dedo con el tejido de su suéter. Ambos volvieron a un silencio cómodo para seguir comiendo afuera de aquella horrible tienda de conveniencia. Observando los escasos autos que pasaban a la gasolinera de al lado.

Camilo fue el primero en acabar, hace mucho que no sentía una gran tranquilidad. Se sentía como un joven normal que no se preocupaba por su imagen o la estricta dieta que le ponían. Admiro los restos al fondo del envase, si su abuela descubría que el cómo eso lo regañaría. Aunque realmente estaría más molesta sabiendo que estaba de nuevo con Mirabel. La miro de reojo, ella estaba tranquila comiendo. Sin duda ya no era una adolecente con la que tenía encuentros íntimos cada vez que lograban escaparse de todos los demás. Se había convertido en una mujer hermosa y más tranquila que la energética de su juventud.

–Realmente ayude a Arturo porque es mi amigo –murmuro dejando el envase vacío a su lado y poder recostarse en la parte trasera del auto.

Callada lo miro con cierta sorpresa reflejada detrás del cristal de sus lentes. Camilo sonrió relajado cerrando sus ojos, acomodando sus brazos para que hicieran fusión de almohada y continúo:

–Es el único amigo que tengo con el que no trabajo directamente –suspiro, borrando lentamente su sonrisa–, sabes lo difícil que es para nosotros relacionarnos fuera de un escenario o set de grabación.

Ella seguía callada, baja su mirada, sabia por lo mucho que pasaban él y sus hermanos, rodeados de gente interesada y aprovechada. Dejo su envase a medio acabar a un lado de ella y se recostó a su lado, sorprendiéndolo al sentir su presencia. Abrió sus ojos y giro su cabeza para estar cara a cara. Mirabel le sonrió con dulzura. Los ojos de Camilo brillaron al contemplarla con las luces artificiales del lugar. Se sentían como viejos tiempos.

–A veces quisiera que no fueras famoso o que no tengamos el mismo apellido que haga vernos como los primos que todos creen –murmuro ella sin mirarlo–. Tal vez así no te sientas tan solo.

–Quisiera llevarte de la mano sin miedos o decirte te quiero en público, pero la abuela no lo permitiría.

Ella esbozo una pequeña risa, Alma la odiaba demasiado como para no autorizar su relación y prohibirle entrar a su casa. Lo único que lo impedía de que no lo hiciera era su abuelo Pedro.

–¿Por qué no escapamos?

Mirabel negó moviendo levemente su rostro, en lo que cerraba sus ojos con una sonrisa calmada.

–Porque yo amo a mi familia, no puedo decidir algo así. Tengo mis estudios, mis padres y mis hermanas –respondió con calma.

Abrió sus ojos para perderse en los de él.

–La vida fuera de todo lo que tienes es mucho más difícil de lo que crees –fijo su mirada en sus labios y suspiro–. Lo nuestro nunca debió surgir y lo sabes.

Intento levantarse y bajar del carro, pero él la detuvo tomándola de su muñeca. Ella lo miro con la miraba abierta y él bajo la suya tratando de no demostrar lo duro que era verla alejarse.

–Pero surgió...–murmuro, respiro hondo y la miro.

Ella suavemente soltó su agarre. Se sentó con cuidado en la cajuela.

–Camilo, entiende que hay muchas cosas que impide lo nuestro –suspiro con tristeza–, ya no somos unos niños, ocultarlo como antes solo causaría más problemas y peores.

Él se sentó a su lado y evito mirar sus ojos castaños.

–Eres la única que me amo como realmente soy –musito mirando su mano posada muy cerca de la suya, pero no se animaba a tomarla.

Mirabel le dolía escucharlo así, mordió su labio inferior y no respondió.

–No sigas, por favor –susurro sintiendo un nudo en su garganta–. Estábamos mejor cuando nos distanciamos.

–No lo estábamos y lo sabes.

Ella no aguanto más, bajo de auto y se abrazó a sí misma en búsqueda de un consuelo. Camilo también bajo, con una mirada seria y antes de que dijera algo o la besara con las ganas que tenía desde la última vez, ella lo interrumpió:

–Llévame a casa, por favor, no quiero estar más aquí.

Él suspiro decepcionado y obedeció. No quería obligarla a nada que ella no quisiera. Aunque Mirabel en verdad quería que él la abrazara y le dijera de nuevo que no lo dejara. Ambos sabían que no podían ser felices, no era tan fácil como desearían que fuera.

Deja que se callen...||CamimiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora