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Lisa pov.

Pasado...

Cerré los ojos, obligando a mi cuerpo a relajarse mientras esperaba que el dolor palpitante disminuyera a algo más manejable.

Solía pensar que sólo había un tipo de dolor, pero resultó que había diferentes niveles.

El agudo escozor que te robaba el aliento porque te tomó por sorpresa, el dolor por el que rezabas para que pasara rápidamente... porque se burlaba constantemente de ti y sabías que sólo era cuestión de tiempo para que volviera a asomar su fea cabeza. Y la agonía que sabías que sería permanente... porque se filtró en tu alma y se convirtió en tejido cicatricial.

En ese momento, estaba experimentando la primera… Mientras me escondía de los monstruos y me acurrucaba en el sótano... esperando el segundo.

Me estremecí, los pequeños vellos de mi cuello se erizaron de miedo cuando escuché pasos bajando la escalera.

—Lisa.

La voz de mi madre era suave y aterciopelada, como una manta que te envuelve durante una tormenta de nieve, el tipo de voz que te hacía querer perdonarla por todas sus transgresiones.

Aunque supieras que no era así.

Una parte de mí quería permanecer en silencio para que ella volviera a subir... pero sabía que, si lo hacía, eso sólo empeoraría las cosas.

Entrecerrando los ojos en la oscuridad, me concentre en su forma. 

—Estoy aquí.

Alcanzó la cuerda del ventilador del techo, inundando el sótano de luz. 

Mi madre era hermosa. Tanto, que la gente siempre comentaba su aspecto.

Era alta y delgada, con una piel tan pálida que era casi translúcida y unos ojos ámbar tan brillantes que el sol palidecía en comparación. 

Pero mi rasgo favorito de ella era su cabello.

Largos y sedosos mechones castaños que caían por su espalda en suaves ondas.

Parecía una princesa sacada de un libro de cuentos...

Pero nuestras vidas eran lo más lejano a un cuento de hadas.

Me estremecí cuando se arrodilló y me tocó la mejilla. —Lo lamento. —Siempre lo lamentaba.

Pero lamentarlo no era suficiente, no cuando lo mismo sucedía una y otra vez... como un disco saltando mientras se reproduce una de las peores canciones que jamás hayas escuchado.

—Cierra los ojos —susurró, pero negué con la cabeza. Es lo que tiene el dolor permanente...

Hace que sea difícil confiar.

No sólo en los demás, sino en ti misma. —Por favor. —Sabía que no debía negarme, así que accedí—. Te tengo un regalo.

No me sorprendió.

Los regalos siempre venían después del dolor... como el arcoíris después de la tormenta.

Sólo que las tormentas se estaban volviendo demasiado poderosas y ocurrían con demasiada frecuencia.

Y ya no había refugio.

—Extiende tus manos.

Cuando lo hice, sentí algo seco y escamoso contra mi piel.

La confusión me inundó cuando abrí los ojos y miré a la lagartija de vientre azul, lo había visto antes cuando mi madre me llevó de paseo, le rogué y supliqué quedarme con él, pero me dijo que no podíamos.

Mi padre tenía una regla estricta contra las mascotas, mi madre decía que era porque era alérgico tanto a los perros como a los gatos, pero tampoco quería que hubiera pájaros o reptiles cerca.

—Tengo un pequeño depósito de la tienda de mascotas de la calle de abajo en el que podemos mantenerlo. Siempre y cuando prometas alimentarlo y cuidarlo.

Asentí con tanta fuerza que me sorprendió que no se me saliera la cabeza. 

—Lo prometo. —Le pasé un dedo por la espalda y luego hice una pausa—. ¿Y papá?

Me dedicó una de sus magníficas sonrisas. —Bueno, tendremos que mantenerlo en secreto de él. ¿Crees que puedes hacerlo? —Volví a asentir con la cabeza. Estaba tan acostumbrada a guardar secretos que era algo natural—. ¿Qué nombre quieres ponerle?

Me encogí de hombros, nunca me habían permitido tener una mascota, así que nunca me había tomado el tiempo de pensar en el nombre que le pondría a uno si tuviera la oportunidad.

—Es verde —señalé—. Y escamoso. —Me reí cuando salió su larga lengua—. Y bastante lindo.—Kermit —declaré porque era verde como la rana de mi programa de televisión favorito.

Obviamente no era una rana, pero se acercaba bastante.

Mi madre le acarició la cabecita con el dedo. —Kermit es entonces.

Me moví incómoda, intentando reunir el valor para preguntar. 

—¿Mamá? —Sus ojos ámbar se suavizaron.

—¿Sí?

Necesitaba saber por qué.

¿Por qué dolía tanto?

¿Por qué dejó que sucediera?

¿Por qué me lo merecía?

El sonido de la puerta de entrada abriéndose en el piso de arriba me hizo saltar, y perdí los nervios. —Nada.

Ella subió corriendo la escalera mientras yo salía en busca de un lugar seguro para guardar a Kermit.

Lástima que nunca pude encontrar uno para mí.

Te Odio. [Jenlisa g!p]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora