❊ T r e s ❊

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Zenitsu entró acompañado de la chica, quien fue bien recibida por muchos hombres que vigilaban la entrada del lugar. En silencio, seguían agarrando el jabalí.

—Buenas tardes, señora Suma —saludó un hombre vestido por completo de negro. Una tela cubría su boca. Supuso que podría tener experiencia en combate por la forma en que su cuerpo lucía y cómo apretaba el mango de su espada mientras le miraba—. ¿Qué ha sucedido?

—Me perdí, Tobio. No te preocupes, vengo con quien me ayudó.

Sus ojos cambiaron de emoción y asintió, dejándoles entrar. Con cuidado el de ojos miel se percató del lindo y antiguo castillo que se dividía en varias zonas igual de preciosas. El cuerpo principal iba en medio, grande e imponente. De color rojizo en sus lados, un techo verde reclinado y rectangular, de paredes blancas. Otros edificios parecían ser partes alejadas, pero no ajenas al cuerpo central.
Podía contemplar encantado las cuentas de distintas flores que gobernaban cada área verde y los animales alimentando su ser con el rocío de la madrugada. Fuentes de agua algo desarregladas, pero hermosas. Sentía que el sol en esa parte inundaba menos sus horribles sentidos y dejaron el jabalí cerca de uno de los edificios pequeños. El alivio recorrió por cada una de sus neuronas al poder saber que, por unos minutos, estaba protegido.

—Bien, dejemos el jabalí acá.

Lo soltaron donde indicó la mujer de cabellos hasta un poco más bajo que sus hombros, respirando fuerte. Estaban cerca de una puerta de los edificios. Ella entró y pronto salió con un cocinero.

—Cocine para nosotros este gran jabalí, señor.

—Se tardará un poco.

—No se preocupe, no tenemos apuro. Gracias. Lo que sí, envíe varios aperitivos al patio. Estaré allí.

El cocinero asintió, entrando al edificio con el animal muerto. Suma se acercó a su lado, sonriente.

—Venga, ZenZen. Vayamos al patio, comeremos algo.

Ella colocó sus manos en sus hombros, empujándole un poco para que caminara por donde le indicaba. El de ojos grandes se sintió un tanto incómodo. No quería estar allí, pero bueno. Los dos se sentaron pronto en unos pequeños asientos que habían cerca de una mesa circular de piedra y se acomodó, en silencio. Naturalmente no era tan callado, pero su abuelo le había instruido varias veces que los omegas debían guardar silencio en ocasiones que pudieran ser peligrosas o confusas para protegerse. El suave y delicado viento rozó ambos cuerpos, huyendo de inmediato.

—No sabía que está era su casa, señora.

—Dime señorita, no, dime Suma.

—No puedo —informó, observando el horizonte. Posiblemente, fuesen las tres de la tarde. Necesitaba salir lo más pronto posible de ese lugar para seguir. Miró a la chica—. ¿Tiene usted alguna recomendación para pasar la noche? Necesito alguna posada cerca en donde pueda dormir, pero que sea en el oeste.

Le miró. Tenía ojos oscuros, pero era muy bella. Preciosa. Nadie como Nezuko, pero se defendía la muchacha. Además, esos pechos increíbles. Nadie sabía cómo deseaba a una alfa que le sometiera. Divagó en sus pensamientos, sin escuchar nada de lo que ella decía.

—Así que no, no sé de sitios que queden en el oeste, pero bueno, le puedo preguntar al señor Tengen si te puedes quedar aquí a lo que te conseguimos una pareja.

Ahí paró el oído, fijando su mirada en su presencia.

—No, no puedo quedarme aquí, tengo que irme.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora