Cincuenta y nueve.

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—¿Y esto qué es?

Zenitsu se detuvo, con la mirada fija en un letrero que le habían otorgado. Ahora más que nunca, había comenzado a sentirse ansioso. El Palacio estaba cambiando de una manera vertiginosa. De repente habían más guardias que nunca, se realizaban nuevas y diferentes construcciones, asimismo podía ver la llegada de nuevas sirvientas, eunucos y guardias que iban a ser educados y entrenados para servir al palacio y a la familia real. A su lado estaba Suma, quien de repente estaba con los ánimos más bajos de lo que podía haber imaginado. Había llegado esa mañana con la excusa de que en sus aposentos hacía más frío y que los suyos deberían ser más cálidos tal vez. Cualquier cosa, a Zenitsu no le molestaba. Tenía muchas dudas, pocas respuestas. Ella sería quien le ayudaría a conocer todo ese extraño y peligroso cambio que se suscitaba en los interiores del castillo. Agarró una de las orillas del letrero. Apenas podía leer bien lo que yacía ahí escrito.

—Con la llegada de las concubinas, el Palacio cambiará por completo —la oyó decir mientras cosía una bufanda. Zenitsu se volteó para verla—. Nuestro Señor es distinto al resto de los emperadores. Cuando conoció a Hinatsuru, dijo que solamente la deseaba a ella y que sería la única en su corazón. En ese entonces, sus padres aceptaron su capricho al igual que la Corte. Sin embargo, las tradiciones son más fuertes y al final, fue obligado a buscar más mujeres para la dinastía.

—¿Y qué tiene que ver este letrero con eso?

Suma suspiró.

—Nuestro Señor aceptó a las concubinas, Zenitsu. De ahora en adelante, debemos mantener una jerarquía que el señor Uzui había estado ignorando hasta el momento. Tiene que obligatoriamente decretar honoríficos para nosotros. Ya no somos solamente Hinatsuru, Makio, tú y yo, ahora... somos unos cuantos. Todas tienen la misma oportunidad de tener príncipes y princesas, de que todos peleen por el trono. Por eso te ha enviado ese letrero. Las concubinas que han llegado para el emperador deben conocer cuál es su lugar. Nosotros seguimos estando por encima de ellas y Uzui quiere que lo sepamos también.

Zenitsu dejó de tocar el letrero y dio unos cuantos pasos hacia una de las ventanas para observar el cambiante panorama que se alzaba por sus cabezas. Aunque le habían enviado un letrero, estaba renuente a aceptar en que las cosas iban a tener un cambio. ¿En serio Uzui era tan fácil de convencer? ¿Por qué no podían continuar sus vidas como estaban hasta hacia poco? ¿Por qué necesitaba a tantos omegas si ya les tenía a ellos? Sí, se había quejado en un pasado sobre los comportamientos melosos y pegajosos del alfa, pero a su omega le gustaba sentirse buscado y querido por su alfa. Ya era bastante tener que mantener de buena manera una relación con las esposas del hombre como para tener que pensar en que debía dividir al hombre en más de diez personas. Además, ¡estaba en cinta! Cualquier enojo profundo que tuviera por culpa de alguno de esos omegas iba a ser culpa de Uzui entonces. No quiso pensar mucho en la situación, pero ese parecía ser el tema predilecto que salía de las bocas de las mujeres del emperador.

—¿Qué piensas sobre todo esto? 

La oyó suspirar otra vez. Ese estado de ánimo no era normal. 

—En realidad, tengo miedo. No sé si los has visto, pero... hay varias mujeres hermosas. Algunas pelirrojas, otras rubias, de ojos verdes, azules y grises. De todo tipo, estoy segura que al Emperador le gustará alguna o... quizá un hombre también. Quien sabe y ama a alguno de ellos más que a nosotros. 

—Entonces, que hayan sido un regalo del Imperio chino... no significa que sean sus propias mujeres, ¿verdad?

—Has dado en el punto. Es posible que sean mujeres y omegas secuestrados. Ningún imperio brinda a sus propias mujeres... claro, a menos que sean nobles. Es decir, ¿qué aristócrata no daría a su joven y hermosa hija a un rey? No dudo que ante la noticia, pronto veremos otro harén, pero de mujeres de la alta.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora