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Cuando se hizo el atardecer, Zenitsu se levantaba de su asiento. La brisa cálida revolcó sus hebras rubias y observó el cielo naranja. Las nubes esparcidas y casi transparentes acompañaban a los pájaros que surcaban los cielos. El omega tocó sus propias manos, dudoso.
—Señor, debe ir al ofuro.
Saltó un poco del susto ante la voz de Kanna. Se giró donde ella se encontraba.
—¿Es necesario purificarme? No me hará nada, ¿no? Kanna, dime la verdad. Supongo que pasó antes con las demás —susurró, un tanto inseguro. Ella sonrió con tranquilidad, esbozando un aura calmada.
—Señor Zenitsu, no se preocupe. Si el rey le ha comentado que no hará nada, es porque su palabra tiene firmeza y seguridad. No dude. A pesar de lo que se cree, es el omega quien siempre tiene la última palabra. Es usted quien comanda la relación que tienen.
La forma en como ella había pronunciado las palabras le brindó una rara seguridad. Asintió con una sonrisa. La tomó de la mano, caminando con suavidad al sitio donde había ido con Hinatsuru la primera vez. Debido a que el ofuro estaba dedicado a purificar, y no a bañar, no era que fuese allí a diario. Antes de ir, se duchó como era debido en otro lugar y en prendas blancas se encaminó hacia el tranquilo lugar, donde se tiró cubetas de agua. La mujer permaneció ayudándolo, silbando. El rubio le permitió aquello. Aunque ahora tuviese otra forma de vivir que no había querido, no podía desapegarse a su pasado. Él no era estricto, ni era un hombre que quisiera que todo lo hicieran a su manera, así que ella tenía muchas libertades que él le permitía. Cantar era una cosa que al rubio le agradaba y más si era una mujer hermosa. Ella paseó sus delicadas manos por sus cabellos húmedos. La tranquilidad con la que le hizo, le permitió olvidarse de todo.
Pronto otra cubeta de agua le sacó de la ensoñación. Al secarse, se encaminó al ofuro, donde se sumergió en las calientes aguas. Intentó relajarse allí, pero recordaba bien las risitas de las chicas cuando le comentó la situación. Parecía que le veían con pena y cuando les cuestionó, mantuvieron el silencio antes de comenzar a hablar de otro tema, dando aquel por zanjado. Las odiaba, en serio.
Cuando fue el tiempo de salir, se secó de nuevo. Había sido elección de Uzui que se pusiera alguna que nunca había visto antes. El rubio dudó. No le gustaba que escogieran por él. Algo nervioso fue que alzó la cabeza, mirando las mismas antes de torcer la cara por la rabia. ¡Aquellas prendas si no eran muy cortas eran transparentes! ¡Incluso el tono de estas era tan... tan ridículo! Alzó indignado una de ellas, viendo el color. Azul. Azul claro, con muchas flores rosadas y pajarracos amarillentos. Terrible, en serio. Sabía que le molestaría.
Pero, si Uzui quería molestarlo, él lo haría primero.—Kanna... ¿No hay nada rojo?
Ella le miró, dándose la vuelta al verle desnudo para no hacerlo, algo tensa.
—No, mi señor. El rojo no lo tiene permitido.
Ahí fue que se acercó a ella por la espalda, curioso.
—¿Por qué?
—El rojo se utiliza únicamente en procedimientos de... de casamiento, señor. Si usted se viste de rojo, aceptará otra cosa ante los demás. Si no quiere casarse, le recomiendo no hacerlo.
—¿Y blanco?—Pureza.
—¿Negro?
—Elegancia.
—¿Verde?
—Bondad.
El rubio chilló del enojo, respirando profundo.
—¿Morado?
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El Harén ❊UzuZen❊
FanfictionDe alguna forma u otra, Zenitsu termina entrando al Palacio Rojo, donde, sin querer, también termina siendo parte del harén del monarca Uzui Tengen.