★ D i e c i n u e v e ★

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Aquel día sus ojos habían contemplado una de las aberraciones más horribles que hubiese deseado pensar algún día. La mirada flameante se quedó agonizando en cierto punto de su sien. Observó sus ojos perdidos, oscurecidos y mirándole directo a sus propios ojos. El corte limpio que había formado la espada no dejó ver alguna vena rasgada, y la sangre ya estaba seca. Supuso que habían pasado dos días desde su muerte. Agarró la cabeza y cerró sus párpados con ambos pulgares mientras unía sus frentes.

Uzui le había declarado la guerra.

Descendió la cabeza de Enmu para poder contemplar la caja de oro en donde le habían enviado el supuesto presente. Sabía que el emperador era un hombre gentil, y amable, pero si era necesario siempre tomaba decisiones arriesgadas. Suspiró y se permitió bajar las manos para descansar el cuerpo del soldado que había estado a su disposición hacía menos de dos años.

—Descansa en paz, Enmu —dijo sin sentirlo realmente. Si él se había muerto había sido por dos razones. La primera era su condición de beta, así que enfrentarse contra un alfa era imposible. Por segunda y última, la fuerza. Él no lo era, así que había muerto por ello. Cerró la caja con molestia para agarrar la nota que alguien había dejado encima de la tapa.

"Gracias por matarlo, Muzan".

Él no lo había matado. Había sido él. La mirada color granate de Tengen permanecía brillando en la muerte de Enmu. Uzui ahora vivía en su último respiro. Se volteó y dirigió la mirada a los dos soldados detrás de si que había llamado antes de abrir la caja.

—Empezará pronto un movimiento militar de mi parte, sin embargo no será dedicado aún al emperador Uzui, primero tengo que seguir buscando a Tanjiro... Cuando lo tengamos, ahí sí podré actuar. Me mantendré tranquilo hasta entonces.

Sonrió de oreja a oreja antes de darle al de cabellos azabache una pequeña cantidad de su magia para fortalecer su cuerpo. Este lo aceptó con agradecimiento por su acción.

—Ve tú, ve y convéncelos de tener hijos. Al final de cuentas, alguno de los dos puede morir y eso es lo que busco. ¿Comprendes? Retírate.

Kaigaku alzó su mirada, mientras asentía antes de retirarse de la sala. El militar se enfocó en su otro soldado.

—Tú, busca información de quien asesinó a Enmu.

El otro asintió, pidiendo permiso para irse, algo que le concedió. Se sentó en su escritorio, permitiendo que se relajara en su asiento. La tétrica idea de matar a los hijos de Uzui le dio ganas de reírse. Las carcajadas brotaron de sus labios la imaginar el dolor que tendría que pasar de ver a sus pequeños y futuros hijos hechos trizas en su querido palacio. Mientras las risas seguían vibrando en sus cuerdas vocales no pudo evitar pensar en Zenitsu, calmando su alegría.

—Quizás él me pueda ayudar más adelante... Supongo.

Se permitió cerrar sus ojos, a lo que se reía un poco más.

***

—Este está bien —admitió al final de cuentas al ver uno de los tantos edificios que Kanna le mostraba a petición del alfa. Era un aposento que estaba, como decía el más alto, más cerca a su Edificio Central, incluso estaba a unos pasos así como el de las otras chicas que eran sus esposas. Se introdujo en el sitio, percatándose de las ventanas abiertas y ahora los nuevos colores de las mantas y accesorios. Celeste y blanco. Una sonrisa bonita se asomó en sus labios.

—Me gusta —dijo.

Y vio algo. Cuando se acercó a una de estas aperturas logró contemplar la parte de arriba del Palacio, donde se podía ver un tanto el interior de la habitación del emperador. Sus ojos, sin desear, se iluminaron ante la ilusión de ver al hombre allí. Aunque por dentro no podía evitar sentir la cruda sensación a vergüenza por saberse de sus pensamientos e instintos. Le daba pena no poder evitar buscar un tanto en dónde estaba, qué cosas estaba haciendo, saber si podía olfatear su aroma y ese tipo de cosas que los omegas realizaban cuando estaban marcados.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora