—E-espera.
—¿Por qué?
—Ellas están aquí —susurró, algo asustado de que las muchachas se despertasen.
Se habían quedado hasta la noche, y ahora dormían. Sin embargo eso no evitaba que su dulce olor se hiciera más potente con su celo. Uzui se había despertado también y con rapidez se le había acercado, listo para poder complacerlo. Sintió como el alfa despojaba el lazo que mantenía su camisón cerrado, mostrando su vientre abultado y sus pequeños pechos. Este descendió, paseando su humedad por su piel.
De pronto, dio un diminuto salto para devorar su pezón. Lo adentró en su cavidad, jugando con la delicada superficie que chocó con su lengua. Tan suave como sus primeras ocasiones, le dio una vuelta a su piel, rodeando su circunferencia sin detenerse. La delicada piel de sus bultos siendo atendida le hizo cerrar sus ojos, ansioso y temeroso. Le daba mucha pena que alguna de sus mujeres se dieran cuenta de lo que hacían.
Su cálida palma acogió su desatendido pecho, ejerciendo presión en el pico más alto de la tierna piel que se le ofrecía. Zenitsu agarró lento su labio bajo con sus propios dientes al percibir cosquillas brotar de los nervios adheridos a su cuerpo. Con la gravedad, cayó su mano en sus sedosos cabellos que, refulgentes por propia genética, se mezclaban con las partículas de luz de la Luna en el cielo y parecía pertenecer a un clan celestial. El vaho que escapó de sus labios arándanos chocó en su húmeda piel. Su endurecido pezón no fue atendido de nuevo, porque el hombre afianzó su agarre en la calenturienta cintura que subía y bajaba al respirar.
Sus hebras de oro brillaron de repente al alejarse.
—Uzui, aquí no.
—Ven, yo sé donde.
—¿En serio sabes o te haces el inteligente?
—Lo sé, no me hago —continuó la conversación que, mediante susurros, se perdían como sus alientos en el oscuro vacío.
Zenitsu cerró sus ojos, llevando sus manos para atar los delgados hilos que mantenían el camisón en su cuerpo. El alfa tomó sus manos, ayudando a sus piernas y salieron de sus aposentos. Al presentarse ante la naturaleza, la brisa de la noche hizo danzar la tela en sus piernas y eso provocó una alerta en sus vellos, que se levantaron, tamborileando. El hombre aplastó sus manos en sus piernas, subiendo su torso. Zenitsu chilló un poco, algo asustado al sentir que le cargaba.
—¿Seguro que no te haces?
—Seguro.
Caminó junto al viento que corría presuroso entre sus fuertes piernas. Zenitsu observó la radiante noche. El firmamento ahogado de millones de estrellas empapó sus ojos. Enamorado se echó un suspiro, enfocándose en el alegre círculo blanquecino que les mostraba unas gigantescas pecas. La Luna. Hermosa. Cada paso que daba el hombre, caía como las gotas de agua en la lluvia, rápido y delicado. Se encontró regresando la mirada al mayor, a quien le abrieron las puertas del edificio central. En cuestión de minutos, hallaron una de las tantas habitaciones vacías de allí.
Tengen le acostó en una cama con dosel tallado en madera oscura que se expandía de manera vertical y finalizaba cerca del techo. Fue el propio omega quien, manteniendo la danza en sus caderas, desperdició las telas. El hombre contempló que su rubio se estiró, descendiendo sus orillas de su pelvis y mostró las finas piernas con algunos vellos rubios y casi transparentes.
—Tengo que parecer una vaca con esta panza horrible —susurró, sacando una carcajada del hombre, quien le observaba de pie mientras él de igual forma descendía sus telas.
El menor de los dos se alegró de escucharlo reír, pues ese sentimiento cálido y reconfortante que le llegó del alfa estalló dentro de su pecho, provocando que las comisuras de su boca tomaran la forma de una curva. A diferencia suyo, supuso que las mujeres, quienes dormían, habrían esbozado una sonrisa en sus sueños.
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El Harén ❊UzuZen❊
FanfictionDe alguna forma u otra, Zenitsu termina entrando al Palacio Rojo, donde, sin querer, también termina siendo parte del harén del monarca Uzui Tengen.