Cincuenta y ocho.

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Había algo que no estaba bien. A pesar de que la fiesta de celebración al respecto de su esposo había dado por finalizado y aunque estuvieran todavía sus parientes en el Palacio, algo raro había llegado. Esa mañana Zenitsu no había recibido la visita de Uzui, algo que le había parecido extraño, puesto que aunque fuera, siempre iba cinco minutos. Mientras caminaba y observaba todo lugar para encontrar a su esposo, se halló delante de Kanna. Esta hizo una reverencia en cuanto le vio.

—Buenos días, Kanna. ¿Haz visto a Uzui?

—Buenos días, Zenitsu —saludó con una corta sonrisa. Observó a ambos lados antes de acercarse—. Sobre el señor Uzui, creo que está reunido con su familia en el edificio central.

—¿Cuándo se supone que se vayan? Vinieron para su cumpleaños, pero... ¿Es normal que se queden durante tanto tiempo?

La mujer se alejó un tanto.

—Sí, se irán en poco tiempo. No se preocupe.

—Bueno.

De repente un estruendo llamó su atención. Contempló la figura de Makio salir de uno de los edificios, iracunda. Ni siquiera las criadas que la perseguían podían tranquilizar su rabia. Zenitsu se quedó sin habla. No supo que hacer o decir cuando la vio acercarse al edificio central y casi correr hasta el interior. Poco después apareció Hinatsuru, pálida y algo sudorosa. El rubio se acercó hasta ella.

—Buenos días, Hinatsuru. ¿Sabes lo que ha ocurrido con Makio?

La susodicha soltó un vaho por su boca con algo de temor. Se veía nerviosa. Ella le dirigió una mirada a Kanna y esta entendió cuando él hizo lo mismo. Se apartó hasta un sitio donde no pudiera escuchar, lejos de ellos dos, pero pendiente por si acado. La de ojos rosados mordió su labio inferior y repitió la acción con sus propias criadas. Se hicieron todas en una esquina.

—Buenos días, Zenitsu. Sí, sé lo que ha pasado con ella. Son malas noticias —murmuró acongojada. El rubio notó que jugaba con sus manos, en un claro signo de que estaba más alerta que nunca.

No comprendió, pero un mal presentimiento se expandió por todo su pecho. Si ambas estaban de esa manera, ¿qué había sido lo que había ocurrido? ¿Tendría que ver con la familia de su esposo, o era más con Uzui? Le molestó y le puso los nervios de punta el hecho de que Hinatsuru guardara tanto silencio. El secretismo estaba a flor de piel. No fue extraño que se les uniera Suma, quien estaba callada y algo inquieta. El aura que se les ensañó de repente le estaba a punto de ahogar.

—¿Y bien? No sé nada —susurró preocupado. Tal vez la otra mujer supiera.

—Vino un regalo tardío para nuestro señor —empezó Suma con una seriedad que no toleró. Ella no era así y eso le aceleró el corazón—. Vino en barco, desde lo más lejano de China.

—¿Y? ¿Qué tipo de regalo es?

Estaba desesperándose. Si ninguna le decía algo, podría estallar de los nervios.

—Proviene desde el emperador de China. En realidad, hemos tenido una relación un tanto... tensa con este, pero ahora que su hijo subió al trono, parece que ha optado por mantener la paz entre países.

—¿Y? ¿QUÉ?

Hinatsuru se volteó para verlo y puso un dedo en sus labios.

—No lo sabes, pero la legislación y el Consejo Imperial permiten hasta cuatro esposas disponibles para nuestro señor Emperador. Sin embargo, en tiempos prósperos, no es raro que la legislación busque tener más herederos. El señor Uzui lleva en el trono desde sus once años, pero apenas ahora es que va a tener hijos, con tu llegada. Él tiene veintitrés y lleva más de una década sin nada.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora