★ Q u i n c e ★

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Las manos del rubio temblaban. Cerró un tanto sus ojos cuando el alfa apartó un mechón que cubría su visión. La imagen de los pétalos carmesí se incrustaron arriba de la hélice, tomando lugar cerca de su oreja. Zenitsu se alejó un tanto, observando aquello. Una rosa de sangre estaba en su oreja, iluminando su rostro y dejando que su palidez combinase con su excéntrico color. De nuevo en aquel "sitio secreto", Uzui había dejado florecer un rosal de diversas tonalidades e insectos que correteaban de metro en metro. Le comentó que no había podido ir por la mañana, y que por la tarde había recibido visitas, así que ahora estaba allí por la noche. Zenitsu se apretó con los dedos la rosa, que buscaba salir a como de lugar de aquella zona.

—Toma, hay otra.

El alfa apartó sus manos, colocando cerca de la primera otra rosa de color blanco. Acarició su rostro después de dejarla allí, sonriendo. Ahora que miraba sus ojos, se daba cuenta de lo expresivos que eran. Zenitsu tenía una mirada asustadiza, pero realmente preciosa. Su alfa se encontraba cautivado. Acogió su tacto con el suyo, dejando que sus labios abrazaran la piel de sus nudillos. El rubio se avergonzó  apartando sus ojos brillantes de su silueta. La delicada gota de sudor descendió por su cuello, dejando húmeda la ropa cerca de su clavícula. Su omega le obligó a acercarse, tomando su rostro. Le observó desde abajo, sintiendo que sus brazos se adueñaban de la piel de su espalda.

Otra flor nació de la tierra y se colocó en sus hebras. Sonrió.

—Gracias —susurró al sentir que aún más flores seguían caminando hacia donde se hallaba. Era un manto colorido donde el arcoiris le saludaba. La luz de la Luna arropó la espalda del mayor. Uzui dejó caer sus manos de sus labios, suspirando. Las tocó con cuidado, los nudillos, los pliegues entre sus dedos, las uñas. El rubio ante el silencio que les acompañaba tuvo que mirarlo—. No es necesario que te esfuerces por hacer todo esto.
Sus cabellos plateados danzaron por la brisa nocturna.

—Lo sientes... ¿Verdad? —dijo, manteniéndose callado unos momentos—. Tu omega... Quiere más, ¿no?

El rubio respiró hondo.

—Efectos de la marca, creo.

—Bueno, a mi alfa le sucede igual. No finjo, no me esfuerzo, sólo... Sólo sé que me gustaría hacer más cosas.

Acortó la distancia entre los dos. Con cuidado se permitió olfatear su cuello. Zenitsu abrió los ojos impactado, sintiendo a su omega revolcarse dentro de su pecho. La forma tan gentil y tensa con la cual Uzui lo tocaba, como si tuviese miedo de propasar sus propios límites, aquel aroma seductor y elegante, su piel cálida traspasando su calor mediante las palmas de sus manos, los labios de cereza que últimamente ansiaba tocar y su voz agrietada pero coqueta le estaban enloqueciendo. Cada una de esas pequeñas cosas iba como una bola de nieve desde lo más alto de una empinada montaña.

Jadeó al sentir el sudor descender tortuoso por su manzana de Adán. Uzui se alejó por fin de aquel lado tan sensible para simplemente subir con precaución por su mandíbula, mirando sus ojos atento. Lento, el toque de la punta de sus dedos recorrió la piel de su mejilla, yendo poco a poco, de nuevo, por su cuello. Jugó con calma con la ropa que cubría sus hombros y después la dejó caer como se deslizaba el agua entre las rocas del río. El rubio cerró sus ojos con fuerza, evitando querer sentir el tumulto de sensaciones repletas de adrenalina. El delicado toque de los pétalos de rosas cubrieron sus labios, con temor.

Se aproximó unos centímetros más, unos pocos. Abrió sus mantos, permitiendo ver los labios de Uzui cerca de los suyos, muy cerca, tanto que se sintió como una presa a punto de ser devorada por su cazador. El alfa le miró, curioso.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora