❊ S e i s ❊

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Suma no había podido aguantar la curiosidad. Después de aquella noche, Uzui les había comentado que había peleado con Zenitsu y que tenían prohibido verlo. Las chicas, en un principio, le hicieron caso, pero había transcurrido una semana y no tenían noticias de él. Una noche se levantó, caminando sobre la punta de sus pies y salió rápido de sus aposentos. Se encaminó con las manos apretadas, rogando que nadie se despertarse por sus imperceptibles ruidos.

Correteó hasta donde habían acordado que sería su edificio y en silencio intentó escuchar al acercarse a la puerta de entrada. Las luces estaban apagadas y no se escuchaba nada en el interior. Con cuidado movió el seguro de la puerta, entrando poco a poco. Observó miedosa el interior, viéndolo impecable. Abrió los ojos asustada al sentir un jarrón romperse justo al lado de su rostro. Ella le observó. Allí estaba el rubio. La veía con odio.

—Vete —gruñó. Tomó otro jarrón, tirándolo cerca. Ella entró, cerrando la puerta y corriendo para esconderse—. ¡Largo, maldita sea, largo! ¡Ándate, haz lo que sea, pero vete!

—ZenZen, escucha, yo-

No pudo decir nada porque tuvo que correr. El omega tomó un espejo, rompiéndolo antes de agarrar un pedazo filoso y acercarse.

—Vete... ¡VETE DE UNA VEZ!

—¡No quise, jamás quise, por favor! Perdón, ¡perdóname!

Zenitsu se detuvo, negando ante su mirada. Ella pudo ver, con asombro, lo que Tengen le había hecho. La marca de sus dientes estaba allí, violácea, como si lo hubiese hecho a la fuerza. El otro estaba más blanco de lo que recordaba y había bajado un tanto de peso. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Oh, allí estaba. Le había marcado sin su consentimiento. Alzó sus brazos al sentir que iba a atacarla, saliendo de allí y cerró la puerta con seguro. Se fue directo al patio. Sabía que le había hecho algo, pero nunca se imaginó que su señor habría excedido el límite. Movió su pierna, con el pánico en sus poros. Había sido su culpa por haber pensado en que sería buena idea unir a dos personas que no tenían ganas de estar juntas. La culpabilidad le subió por la bilis, haciendo que vomitara.

Esa noche no pudo pegar el ojo.

***

—Coma algo, señorito.

La muchacha extendió su brazo con el cuenco, queriendo que hiciera algo. Zenitsu la ignoró, observando el horizonte al cual ya no iba a poder ir jamás. Estaba confinado en las cuatro paredes de ese terrible lugar con los ojos hinchados y un olor ácido que provocaba aislamiento. La sirvienta, desesperada, se le acercó.

—Vamos, bébase esto.

Zenitsu apartó la cara, cubriendo su rostro con una manta.

—Señorito, por favor, hágalo por las buenas, ¿sí? No deseo que venga el Emperador a realizarlo por mi.

El otro no se movió. Ella se quedó en silencio. Nunca quería comer. Si no fuera porque le obligaban, él no lo haría. Era una odisea bañarlo porque no tenía fuerzas, no hacía caso y no pensaba hacerlo tampoco. La beta suspiró, saliendo de allí. Pero, se encontró justo de frente con el monarca. Uzui se dio cuenta de inmediato de la bandeja repleta de alimentos.

—Yo se lo doy.

—Gracias, señor. Con permiso.

Él asintió, dejando que ella se fuera. Abrió la puerta, entrando al edificio. Se acercó hacia el omega, viéndole acostado. Dejó la bandeja en el piso, aproximándose a su cuerpo y olfateó por instinto su marca. La lamió nuevamente al ver que no sanaba del todo y que por eso no podía sentir sus emociones. Dentro de su cuerpo, sentía varias cosas a la vez. Casi siempre el miedo de Suma, la tranquilidad de Hinatsuru y la valentía de Makio. Pero de Zenitsu no sentía nada. Su alfa estaba preocupado a pesar de que al humano no le preocupaba en nada aquel tema. Pronto volvió a soltar de su aroma.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora