C u a r e n t a Y s i e t e

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Zenitsu no tenía ni idea sobre como sentirse.

Principalmente tenía la cabeza revuelta e ida, como si estuviera desorientada, por culpa del reciente estado de celo por el cual había comenzado a pasar. Eso le quitaba bastante fuerza y en realidad le dejaba tirado en la cama como si fuera un muñeco de trapo. Segundo, sentía el aroma de Uzui, un intenso jazmín, abarcar cada parte de sus aposentos, no obstante tenía un toque amargo que le ponía de mal humor. Tercero, todavía le dolían algunas partes del cuerpo, así que no sabía qué sentir primero ni a qué darle prioridad.

Soltó un delicado gemido cuando Uzui se acomodó en la cama luego del sueño que habían optado los dos por tener. Le envió una helada y afilada mirada que le hizo experimentar sentimientos contradictorios. Por un lado, su omega se había derretido con aquel gesto y por el otro, el humano se había sentido mal por recordar las palabras que le había dicho. No odiaba a Uzui, sólo que algunas veces le molestaba mucho y ahora con los cambios bruscos de ánimo que tenía era posible que algo así sucediera. Uzui parecía no entender los cambios de humor que tenía y parecía que se los tomaba en serio cuando debería saber que no pensaba ese tipo de cosas.

Le vio sentarse en la cama. Uzui, tan alto y fuerte, no dejó de mirarlo de esa violenta forma. Atrapó su cuerpo como si estuviera delgado y le despojó de la poca ropa que llevaba encima. Zenitsu volvió a jadear contento al sentir de vez en cuando sus manos tocar su piel. Entonces al estar por completo desnudo, el emperador atrapó sus muñecas y las subió hasta su cabeza. Se le acercó a su oído para susurrar lo siguiente:

—Así que... me odias.

—U-

—Alguien que insulta a quien se supone que es su alfa no tiene derecho a siquiera hablar.

Zenitsu soltó un gruñido. Ahora mismo no estaba de ánimos para que Uzui quisiera ser tan parlanchín. Lo que necesitaba era obvio y pedía cada poro de su piel una sola cosa. Quería tener a su alfa complaciéndole de la manera que tanto le gustaba. No quería pensar en las cosas que había soltado en un momento de enojo.

Joder, ¿Por qué no le tocaba?

Se movió con cuidado, pero Uzui no cooperó en ningún instante. Sólo apretó sus muñecas apretadas y le siguió observando de esa manera cruel.

—Te gustaría que ella estuviera aquí, ¿No? —preguntó con un tono demasiado fuerte para su propio gusto.

—N-no.

—Mentiroso. Te encantaría que fuera ella quien pudiera tocarte.

—Yo... te escogí, Uzui.

Le escuchó reírse.

—Yo lo hice, Zenitsu. Lo recuerdas, ¿Verdad? Aquel evento que te gusta tanto rememorar y que me hace sentir tan mal —comentó en voz alta mientras soltaba sus manos—. Aquella noche donde te marqué e hice de tu vida la mía.

Zenitsu cerró sus ojos. Se suponía que ese tema estaba olvidado, o por lo menos bien escondido. No quería que se pusiera hablar de ese tema cuando estaba más caliente que el propio sol. Sólo deseaba que lo tomara en sus brazos y le hiciera olvidar su propio nombre. Lloró en medio de la cama.

—No quiero hablar de eso —susurró Zenitsu, apenado. Comenzó a sudar.

—Pues yo sí, al final de cuentas sigo compitiendo contra esa mujer.

Movió con cuidado su cadera y piernas. Las tenía acalambradas por el dolor y soltó un suspiro. Joder, qué maldito calor hacía. Justo ese día el clima estaba demasiado violento. Veía amarillo por todos lados. Su cabeza mareada cayó encima de la cama cuando intentó subirla e ignoró las pequeñas lágrimas que tenía en los ojos.

El Harén ❊UzuZen❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora